El segundo piso del Museo de Arte de Lima ha vuelto a abrir sus puertas. Y los cambios en su museografía, producto de las discusiones entre los diferentes equipos curatoriales de la institución, son sencillos pero notables. El objetivo era replantear la exposición permanente para hacerla más acogedora, más cercana al público. Y ello se manifiesta a través de los cambios en la señalética, el uso de cronologías y mapas, el despliegue de pantallas, salas con identidad propia, rótulos más grandes y fáciles de leer. Incluso cartelas dirigidas a los niños y sus familias donde se plantean preguntas que permiten entender el contexto de determinadas piezas de la colección.
La discusión al interior de la institución se plasma en dos gestos radicales: el primero, la inclusión en la muestra permanente de piezas que en los últimos diez años han ingresado en la colección del MALI, ya sea por donaciones o por el fondo de adquisiciones. La segunda, el diálogo de éstas con creaciones de artistas actuales, como parte del ciclo “Intervenciones Contemporáneas”. Por ejemplo, esperando la apertura de la renovada sala de textiles, se presenta “El quipu anómalo”, instalación del mexicano Pablo Vargas Lugo, así como “El museo de sombras”, proyecto del cajamarquino Marco Pando, basado en las oscuras siluetas de icónicas piezas prehispánicas que, totalmente descontextualizadas, se exhiben actualmente en museos europeos y estadounidenses. Las obras contemporáneas ocupan los vacíos en un momento de transición y actualización de las narrativas curatoriales debido al crecimiento de las colecciones.
Sin duda, una de las “Intervenciones contemporáneas” que más provocarán en el espectador en la experiencia de poner a dialogar el pasado con el presente, haciendo evidentes las continuidades y las rupturas, será la que propone la artista Susana Torres, cuyo proyecto “Museo Neo Inka” y sus retratos basados en huacos con asa estribo, conversan con el contexto de la colección mochica del MALI.
“Mi sueño de niña era salir en una lámina Huascarán”
Artista visual y directora de arte para diversas películas peruanas, la propuesta de Susana Torres (Lima, 1969) se caracteriza por una lectura crítica de la historia y la reflexión desde la identidad de género. En la sala que alberga su trabajo, un icónico huaco moche, el de un hombre joven con cuatro pájaros en la cabeza, se ubica frente a la representación realizada por la propia artista. Para la creadora, en el diálogo producido se entrecruzan temas íntimos, de admiración y de revisión histórica. Algo que le resulta muy emocionante. De hecho, la primera vez que entró a la sala confiesa haberse sentido helada de la impresión. “No es solo un sueño cumplido, es algo que me parece irreal. Sonaré exagerada, pero hasta me dan ganas de arrodillarme, te juro”, afirma.
“Siempre he mirado esa pieza con admiración”, nos explica Torres apreciando el espléndido ceramio moche. “En mi trabajo he intentado desacralizarlo, incluso sacándole la lengua, como una forma de quererlo. Como si fuera parte de la familia”, afirma la artista que recuerda este huaco Moche desde sus representaciones escolares en las coloridas láminas “Huascarán”. “Esta pieza era mi favorita. De niña, mi sueño era salir en una de esas láminas”, dice.
Pero quizás una de las influencias más directas para este trabajo, central en la producción de la artista visual, sea la fotografía familiar de doña Ysabel Larco, posando bajo el retrato de su célebre padre, Rafael Larco, uno de los primeros investigadores de las culturas prehispánicas del norte peruano. “El retrato de Chabuca Larco siempre me ha impresionado. Su padre, al fondo, sostiene un huaco. Ella mira de lado, y tanto su peinado, como el asa estribo en la pintura, le dan la apariencia de una de estas figuras. Siempre quise dedicarle un huaco a ella, pero siempre me cohibía”, comenta.
Susana Torres no es ceramista. Para la realización de sus piezas, cuenta con el artesano tradicional Walter Acosta, justamente el ceramista de Ysabel Larco, con quien realizaba las copias para la venta en el Museo Larco. Aportando el concepto, el trabajo de Torres parte desde su propia sensibilidad, representándose según esta tradición olvidada.
Es por ello que en una de las vitrinas la artista presenta lo que llama sus “fobias femeninas”, su personal miedo a las deformidades y la monstruosidad. Así, denunciando esa narrativa impuesta a las mujeres que celebra un rostro siempre bello y armónico, ella se representa con labio leporino, con pústulas, quemaduras o vitíligo.
El museo Neo Inka
Además de esta personalísima celebración del huaco moche, Torres presenta su museo Neo Inka, una profunda y a la vez divertida reflexión sobre cómo tenemos interiorizado la idea de lo incaico y cómo esta subsiste a través del tiempo. La artista lo define como un retorno a lo sagrado, desde el consumismo y la banalidad.
Si bien como antecedente podríamos citar los célebres y aún vigentes fósforos “La llama”, cuya imagen de marca fue pintada por el mismo José Sabogal, el padre del indigenismo, para la artista, el gran ideólogo a la hora de apropiarnos industrialmente de la simbología del incario fue don Isaac Lindley: “Su empresa producía primero la bebida Santa Rosa y después decidió hacer la Inca Kola. Recuerdo de niña toda su alucinante publicidad, siempre hablando de ‘lo nuestro’. ¡Teníamos incluso ‘la hora Inka Kola’! Como él, luego otros empresarios aplicaron este concepto basado en nuestra percepción de lo incaico como un momento idealizado y paradisíaco. Nadie piensa en los Incas como una sociedad esclavista y militar. Al contrario, para nosotros lo Inca es lo impoluto, tiempos en que ‘no existía ni el robo ni la homosexualidad’, como me enseñaron de niña”.
“Esta idealización compartida funciona. El nombre Inca te sugiere algo de buena calidad. Es nuestro, que marca la hora. Eso siempre me fascinó”, afirma Torres.
Por supuesto, se trata de una relación complicada: idealizamos a los incas, pero también despreciamos su legado originario. El trabajo de Susana Torres nos hace recordar aquello que consumimos y luego descartamos. Un símbolo de lo que somos, lo que pensamos y lo que hacemos de forma cotidiana.
En su intención de coleccionista de todo producto que presuma de identidad incaica, Torres confiesa que a la seriedad del proyecto también se suman aspectos muy divertidos. Por ejemplo, que no falten los visitantes en casa que se pregunten si lo que hay en la sala es arte o simplemente basura. O la vez en que desapareció de una exposición el chocolate Inca, descubriéndose luego que el propio guardián de la galería fue quien se lo comió, sin advertir su estatus de pieza artística.
Por cierto, los años pasan y las marcas ligadas al incario no dejan de sucederse. ¿Llegará un momento en que la marca Inca (o Inka) puede vaciarse de sentido? La artista todavía tiene fe en nuestro inconsciente colectivo. “En el Perú, antes de aprender la historia en un libro, los niños se toman una Inca Kola”.
Palabra de curadora
“Ahora hay muchos artistas que trabajan con lo precolombino, pero Susana Torres siempre ha sido una pionera. Y el tema de ser una artista mujer que pone en primera fila su condición frente a situaciones de poder o de vulnerabilidad, es fundamental. Susana forma parte de una generación de peruanas que empezó a reflexionar sobre la mujer”, explica Sharon Lerner, curadora de arte contemporáneo del MALI.
Además del “Museo Neo Inka” de Susana Torres, todas las intervenciones contemporáneas colocadas en el segundo piso están formadas por piezas que, de alguna manera, reflexionan sobre la idea del museo y lo patrimonial, cómo se forman las colecciones a la vez que se narran las historias. “Este es un tema que ha trabajado muchísimo un investigador como Gustavo Buntinx, el tema del “Vacío museal”, es decir, cómo dentro de nuestra escena artística, durante mucho tiempo, han escaseado las instituciones artísticas; y cómo los artistas han asumido un rol institucional a partir de construcciones ficticias, llamadas ‘Museotopías’”, explica la curadora.
En ese sentido, la colección de arte contemporáneo que el MALI empezó a formar de modo decidido desde 2006, trató de recoger aquello que los artistas en los últimos años habían estado haciendo en respuesta a esa situación de desamparo institucional.
Así, esas “Museotopías”, como las definió Gustavo Buntinx dialogan con la colección de un museo muy concreto y palpable. “Hasta ahora no habíamos tenido la oportunidad de ponerlas en diálogo directo con la colección histórica, una narración cronológica de 3 mil años de historia. Como jugando, aprovechando el momento de tránsito y de cambio, decidimos sacarlas y hacerlas dialogar. La idea es que un momento de transición se convierta en un momento fértil para la reflexión con lo que nos encontramos en nuestro arte pasado y presente”, añade la curadora.
Más información
Lugar: Salas permanentes segundo piso del MALI
Temporada: Hasta marzo 2022
Artistas participantes: Gabriel Acevedo, William Cordova, Jose Carlos Martinat, Jose Luis Martinat, Carlos Motta, Marco Pando, Brus Rubio, Juan Javier Salazar, Susana Torres, Pablo Vargas Lugo.
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