En todo arte, suele pasar que la mejor estructura es aquella que puede pasar desapercibida. Sucede en una magnífica novela o en un edificio que nos sorprende, cuando la pregunta “¿cómo lo hizo?”, queda en la mente del lector o del espectador como una penetrante inquietud. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en el edificio que hoy acoge al Museo del Banco Central de Reserva del Perú. Una obra de enorme importancia no solo para la arquitectura limeña, sino para la misma institucionalidad peruana.
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La historia, como nos la cuenta el arquitecto Frederick Cooper Llosa, resulta reveladora. Fundado en 1922, el Banco Central de Reserva del Perú funcionó en sus inicios en un local de la Compañía de Seguros Rímac, en el centro de Lima, donde despacharon los tres primeros años, sin las comodidades esperadas. En 1926 decidieron comprar un terreno, en la esquina de Ucayali y Lampa, antes llamadas Carrera y Villalta, con el propósito de levantar en ese previo un edificio propio.
En aquella Lima en plena modernización, una de las empresas constructoras más eficientes era la norteamericana Fred Ley & Company, la misma que en Nueva York levantó el icónico edificio Chrysler, y que en nuestra capital fue responsable de la construcción del Hotel Bolívar, construido en menos de un año por exigencias del presidente Leguía para inaugurarlo en 1921, año del centenario de nuestra independencia. También construyó el edificio del banco Wiesse, en la esquina de los jirones Miró Quesada y Carabaya; el edificio Minería, el primero en su tipo hecho en concreto en la capital, demolido décadas más tarde para ensanchar la avenida Emancipación, y el edificio de Fénix Peruana, la compañía de seguros más importante en el Perú, con el cual se cerró el conjunto arquitectónico alrededor de la plaza San Martín. Con tales proyectos en su haber, es comprensible que el directorio del naciente BCR le haya encargado el proyecto. El edificio que diseñó Fred Ley fue construido siguiendo un estilo académico, con una variedad de motivos ornamentales en su fachada. Pero lo más interesante, fue la planta baja, de acceso al público, desprovista de las tradicionales columnas.
La estructura invisible
Hasta 1979, poco había pasado con el edificio, más allá de que había quedado obsoleto para una institución que ya se había instalado en los grandes espacios que la acogen hasta hoy. Como explica el arquitecto Frederick Cooper Llosa, cuyo estudio intervino en la renovación del edificio, hace 40 años, fue una iniciativa del entonces presidente del BCR, Manuel Moreyra Loredo, la que impulsó el proyecto para convertirlo en museo. “Manuel era una de esas personas que tanta falta nos hacen hoy en día. Era un hombre muy inteligente, un brillante economista, un patriota con una cultura vastísima”, recuerda Cooper.
Moreyra tuvo la idea de convertir el viejo edificio en un museo al enterarse de que una valiosa colección de arte prehispánico Vicús, propiedad del coleccionista piurano Domingo Seminario, estaba en riesgo de dispersarse tras ser embargada por el Banco de la Nación.
El presidente del BCR le planteó al arquitecto Cooper la idea. “¿Te parece un disparate que el antiguo edificio se convierta en un museo y que el BCR comprara la colección Seminario para instalarla allí?”, le preguntó.
A Cooper, por supuesto, le entusiasmó el proyecto, pero sabía que antes había que ir a ver el edificio. Al estudiarlo en profundidad, lo primero que el arquitecto advirtió era la mayor particularidad del edificio: su planta baja, diseñada para la atención del público, no tenía una sola columna, un espacio sorprendentemente despejado para un edificio de la época.
Sin embargo, la segunda planta estaba dividido en muchas habitaciones decoradas, separadas por infinitas tabiquerías y muros prefabricados. Para el reconocido arquitecto, había algo raro allí. ¿Cómo podía sostenerse el techo del primero piso?
Armados de una escalera, los especialistas subieron al ático del edificio, y allí descubrieron algo increíble. “Los constructores habían hecho una estructura de puente, con vigas de acero de tres metros de alto, que se apoyaban en los muros exteriores y cruzadas en cuadrícula. De esas vías colgaba toda la loza del segundo nivel, lo que permitía eliminar las columnas en la planta baja”, explica Cooper. Era un hallazgo sorprendente, pues no se conocía una estructura de esa naturaleza en Lima. Era una estructura inédita en América Latina en los años veinte.
Con esta revelación, el proyecto de convertir el edificio de un banco en museo fluyó de una forma sorprendente. Se decidió desaparecer los muros del segundo piso y, con ello, diseñar tres espacios básicos: una sala para la colección Seminario que aprovechara la preciosa bóveda del sótano, el museo numismático en la primera planta, y la pinacoteca en el liberado segundo piso. Así, tras diseñar los nuevos pisos, paneles, vitrinas y todo el circuito expositivo, además de la escalera para el acceso del público, el edificio se reinauguró como museo en 1982.
Hoy, cuando se inician las celebraciones por sus 40 años, el MUCEN se ha consolidado como un hito del circuito de museos del Centro Histórico, una institución dinámica y cercana a su comunidad. Así, la próxima vez que visite sus colecciones, o que participe de sus programas artísticos y educativos, tómese un tiempo para levantar la vista y apreciar la arquitectura del entorno. Es parte de los tesoros que custodia.
Más información
Lugar: MUCEN. Dirección: Jr. Lampa 474, Lima. Horario: de martes a sábados, de 9 a.m. a 1 p.m. y de 2 p.m. a 5 p.m. Ingreso: libre.
Recursos digitales del MUCEB
Programas educativos: https://www.bcrp.gob.pe/museocentral/aprende.html
Catálogo de colecciones en línea: https://mucen.bcrp.gob.pe/museo/
Recorridos 360°: https://www.bcrp.gob.pe/museocentral/exposiciones.html
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