Julio Hevia falleció en junio último tras sufrir un accidente cerebrovascular. (Foto: El Comercio / Difusión)
Julio Hevia falleció en junio último tras sufrir un accidente cerebrovascular. (Foto: El Comercio / Difusión)

El año pasado, en una conversación junto al periodista e historiador Jaime Pulgar Vidal que convocó El Comercio, llegó con bastante anticipación a la cita en el bar Estadio F.C. del Jirón de la Unión. "De acá me tengo que ir a una entrevista en televisión. Estoy apareciendo en todos lados", bromeaba el psicoanalista y profesor, cuyas afiladas y originales opiniones eran más solicitadas que nunca durante el clímax de la clasificación peruana al Mundial Rusia 2018.

El Mundial que tanto ansió, pero que no pudo ver, pues en junio último falleció inesperadamente por una de esas injusticias que solo el destino entiende. El caso es que, a seis meses de su partida, sale a la luz una faceta más de tan múltiple y entrañable personaje. Porque si ya destacaba como un hombre versado en psicoanálisis, filosofía, semiótica, jerga, fútbol, cine y otras hierbas, casi nadie sabía que el dicharachero Julio pasaba muchas de sus mañanas en Barranco concentrado y en silencio, dándole forma a su obra plástica. La vena artística de un ducho de la palabra.

Pamela Gutiérrez, esposa de Hevia y acaso la persona que mejor conocía esa vocación, señala que fue una práctica que cultivó durante décadas. "Nosotros nos casamos en 1994 y desde aquella vez él trajo varios dibujos que había hecho. Por entonces eran unos trabajos eminentemente figurativos", cuenta. Pero Hevia nunca se alejó de esa afición, sino que las practicaba con poca programación, como quien espera a que la inspiración le llegue de pronto.

En los trabajos de Hevia se mezclan múltiples referencias intelectuales y populares, en cruces que parecen provenir del subconsciente. En la imagen, la obra “Lennon”.
En los trabajos de Hevia se mezclan múltiples referencias intelectuales y populares, en cruces que parecen provenir del subconsciente. En la imagen, la obra “Lennon”.

"Tenía sus momentos de dibujo –agrega Gutiérrez–. A veces se pasaba semanas sin trabajar nada, pero luego le daba por crear durante todo un mes. Se enfrentaba a las cartulinas que compraba, al montón de recortes de papel que siempre iba guardando, y sacaba su batería de lapiceros, plumones, gomas, tijeras de diferente tipo. Normalmente lo hacía muy temprano, cuando yo me iba a trabajar y nuestros hijos estaban en el colegio. En esa hora tenía la tranquilidad suficiente para dedicarse a sus obras".

HISTORIA DE UN RESCATE
La persistencia de Hevia, sin embargo, nunca traspasó las paredes de su acogedora casa barranquina, la que Gutiérrez llama "su galería personal". "Las obras las mandábamos a enmarcar y están colgadas en toda mi casa. Solo las han visto quienes nos iban a visitar, y en muchos casos ni siquiera preguntaban de quiénes eran y no se enteraban que eran de Julio. Yo varias veces le propuse que las expusiera en una muestra, pero siempre lo postergaba. Creo que hace unos 10 años, o poco más, compartió algunos de sus dibujos con un par de personas. Pero me parece que no recibió el 'feedback' que lo animara a exponer", explica su viuda.

Por esa razón, recién ahora saldrán a la luz pública estos trabajados agrupados en una exposición titulada "Julio Hevia: la otra mirada del jugador", que acoge el Icpna de Miraflores. Se trata de unas 80 obras –la mitad del total de producción que ha dejado Hevia–, entre dibujos, collages y algunas piezas que mezclan ambas técnicas. La curaduría de la muestra ha estado a cargo del artista Eduardo Tokeshi, quien ha establecido algunas etapas bien delimitadas según sus estilos y las que se intuyen como sus motivaciones.

Algunas de ellas, por ejemplo, provienen de los recuerdos de la niñez, según revela Gutiérrez: finos trazos a lapicero que Hevia extraía de las manchas que observaba en el baño de la casa de su infancia. "A veces me decía que se iba a visitar a sus padres en Jesús María, y lo hacía solo para mirar esas formas extrañas que luego dibujaba tan bien". En otros casos, aparecen referencias intelectuales o populares que marcaron su amplío universo personal: Albert Camus, el imperio incaico, John Lennon, el cine de Stanley Kubrick, los Rolling Stones, "Star Wars", y más. Una mirada caleidoscópica afín a su voracidad por el conocimiento. "Son varios los Julios que están en la muestra. Él tenía un interés muy diverso por las cosas, y eso lo dotó de esa mirada posmoderna y especial que lo caracterizaba", dice Gutiérrez.

“Bellas durmientes”, dibujo de la primera etapa de la obra del autor.
“Bellas durmientes”, dibujo de la primera etapa de la obra del autor.

Y aunque Hevia dejó sin título la mayoría de sus obras, para esta muestra todas llevan uno. "Los títulos los he puesto yo en función de las conversaciones que hemos tenido –revela Gutiérrez–. Cada trabajo que él hacía era materia de una conversación familiar, así que les consulté a mis hijos y así fuimos definiendo cómo se llamaba cada uno". Un ejercicio de memoria tan íntimo como colectivo para completar la obra de un personaje inolvidable.

"Perú campeón", de Julio Hevia.
"Perú campeón", de Julio Hevia.

TESTIMONIO: "LAS OBRAS DE JULIO HABLAN POR ÉL"
​Eduardo Tokeshi
Artista plástico y curador de la muestra

Julio Hevia era un cazador innato hasta el límite. Su enorme capacidad para atrapar giros en el habla cotidiana era legendaria, y para eso usaba su tremenda agudeza, intuición y oído. Y los que saben lo confirman: Julio Hevia era un fantástico oído para la gente.

Pero cuando Julio partió sorpresivamente este año, nos dejó claves dispersas para encontrarnos con el otro Julio Hevia, el artista visual. Es así que nuevamente hallamos al curioso irreverente que sabía oír a la gente, pero esta vez en otro sentido: un Julio Hevia que se escuchaba a sí mismo y exploraba su propia sensibilidad. Aquí ya no era el intelectual estudioso de los fenómenos sociales, como la jerga y la replana, sino el hombre talentoso y silencioso que se encerraba durante horas para crear hermosos dibujos y collages.

Tuve la oportunidad de visitar la casa de Hevia. Hay casas que hablan y mantienen con los visitantes un diálogo constante. Espacios en donde la vida se aferra y se percibe. Espacios de Hevia, de Pamela y sus hijos. En medio de esa casa se cosechaba el amor por el asombro y el arte.

Vi todas las etapas de la obra de Hevia en su casa barranquina, porque durante los últimos 30 años su obra tuvo un riguroso profesionalismo en un proceso lleno de cambios y reflexiones. Julio era un autodidacta en el dibujo y, al igual que en su labor intelectual, era un gran observador de la realidad. Solo siendo un gran observador pudo adentrarse en esa primera época donde el figurativismo era su mayor preocupación: imágenes atentas de proporciones y claroscuros. Imposible separar al psicólogo del artista cuando imagino a Julio Hevia escuchando a la gente con la misma atención con que trazaba en sus cuadernos y papeles.

Sin embargo, la obra gráfica de Julio Hevia tuvo grandes cambios, empujado por sus insaciables ganas de observar y plasmar. Es así que el lenguaje gráfico empezó a desprenderse de lo figurativo para explorar por una abstracción que a medida que avanzaba se volvía más compleja. Sus estructuras lineales, siempre tratadas con extrema finura, nos obligan a verlo en laberintos y paisajes. En la última etapa de su producción, Julio Hevia trabajó deslumbrantes y enigmáticos collages de miradas y tensiones en una suerte de atomización de su etapa puramente abstracta.

Esta exhibición es apenas una muestra del enorme talento de Julio Hevia. Ha sido una revelación descubrir a este intelectual mediático –que hacía un análisis claro y quimboso del hablar cotidiano– confrontarse con el artista visual que llevaba dentro y que trabajaba arduamente en silencio.

Es difícil hablar de alguien que ya no está entre nosotros (este texto es lo menos curatorial posible), pero es más fácil hacerlo cuando ha dejado un conjunto de obras que hablan por él, que hablan de la vocación callada, del contundente trabajo y del hablar plástico de un artista.

Por eso viendo la muestra solo nos queda susurrar con esperanza: habla Julio; habla, jugador.

MÁS INFORMACIÓN:
Lugar: Icpna.
Dirección: Angamos Oeste 160, Miraflores.
Temporada: del 27 de diciembre al 7 de enero.
Horario: martes a sábado, de 9 a.m. a 8 p.m. Domingos, de 9 a.m. a 6 p.m.
Ingreso: libre.

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