“¡Cuántos españoles desconocen que los cristos tras los que procesionan en Semana Santa o los cálices de sus iglesias fueron tallados o cincelados en América! Esta exposición quiere paliar ese déficit”, dice Miguel Falomir (Valencia, 1966), director del museo más importante de España que el 2019 expuso como obra invitada, en una sala muy próxima a las pinturas mayores de Velásquez y otros grandes, un famoso cuadro de la Escuela Cusqueña: “La boda del Capitán Marín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta de Loyola”. Este año, en esa misma sala, se expuso un imponente biombo mexicano de la conquista pintado por ambos lados. Y acaba de inaugurar “Tornaviaje”, o el viaje de regreso a Europa cargado con objetos de arte de las colonias.
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¿Qué está pasando en el Museo del Prado con el arte virreinal americano?
El Museo del Prado se planteó hace unos años ampliar sus narrativas, incorporando manifestaciones artísticas hasta ahora excluidas o marginadas. Dos han sido las líneas de actuación preferentes: otorgar visibilidad al papel de las mujeres en el mundo del arte e incorporar el arte de los virreinatos. En esta segunda línea destacaría, de un lado, la exposición de obras de arte singulares como las que mencionas; del otro, el encargo al doctor Jaime Cuadriello, profesor de la UNAM de México, de la cátedra del Prado 2018, cuyo contenido publicaremos en breve. El próximo paso, y el más ambicioso, es la exposición “Tornaviaje”.
¿Cuál cree que será la importancia de Tornaviaje en la mirada sobre las colecciones de artes iberoamericano que se conservan en España desde tiempos virreinales?
En España hay un profundo desconocimiento y un muy discreto interés académico por el arte virreinal, lo que genera malentendidos y alimenta prejuicios. Tornaviaje tiene un objetivo tan sencillo como rotundo: contar al público español una realidad que ignora: que en los siglos XVI al XVIII llegaron a España más objetos artísticos americanos que italianos o flamencos. Estos miles de objetos, muchos debidos a artífices indios o mestizos, presentan a menudo materiales, temas y técnicas desconocidos en la metrópoli, y su realización respondió a propósitos diversos: reafirmación del dominio de la metrópoli, aspiraciones identitarias de las elites criollas, o motivaciones documentales, devocionales y estéticas. El arribo masivo de obras americanas fue un fenómeno que alcanzó a todo el país. Las hemos traído de todas las regiones de España, la mayoría procedentes de los mismos lugares a los que llegaron en siglos pasados. Un elemento singular de estas obras, sobre todo de las imágenes religiosas, es el modo como arraigaron en España y el fervor que siguen despertando en su feligresía.
¿Cuántas obras de arte peruano hay en Tornaviaje y cuáles destacaría?
Son 22 las obras realizadas en lo que hoy es el Perú. Destacaría una excelente selección de retratos limeños de cuerpo entero de los siglos XVII y XVIII y la que, para mí, es una de las piezas más destacadas de la exposición: “El Quadro de la Historia Natural Civil y Geográfica del Reyno del Perú” (1799) del Museo Nacional de Ciencias Naturales, realizado por el economista vizcaíno José Ignacio de Lecuanda, autor de los textos, y el pintor francés Louis Thiébaut, por encargo de Manuel Godoy, primer ministro de Carlos IV. Muestra en más de 300 imágenes la riqueza botánica y zoológica del Perú y la variedad de sus habitantes.
Se habla de proyectos de ampliación del Museo del Prado. ¿Tendrá en ellos cabida este arte virreinal? ¿Cómo imagina usted que debiera estar presente?
Importantes obras de arte virreinal colgaron en los mismos palacios y en las mismas salas que los lienzos de Tiziano, Rubens y Velázquez que hoy conserva el Museo del Prado. En un momento determinado, a finales del siglo XIX, las obras virreinales fueron consideradas sobre todo como documentos culturales y antropológicos y fueron despojadas de su valor estético, destinándose a otros museos. Volver a colgar conjuntamente obras virreinales y lienzos de los maestros europeos permitiría ofrecer una visión más rica y compleja de la circulación y recepción de los objetos artísticos en España en la época Moderna. Por ahí irán las futuras actuaciones del Museo del Prado.
En estos tiempos resulta cada vez más difícil hacer grandes exposiciones que crucen los océanos: hay costes muy altos de seguros, fletes, etc. ¿Qué piensa al respecto?
El encarecimiento de las exposiciones ha sido constante. Se acentuó tras el ataque a las torres Gemelas en 2001 y me temo que, con la COVID, los costos volverán a elevarse. ¿Consecuencias? Las exposiciones seguirán haciéndose, pero serán menos numerosas y menores y más centradas en las propias colecciones de los museos.
El Museo del Prado tiene una página web muy amigable y lleva de manera itinerante una muestra de reproducciones por el mundo. ¿Ese es un camino para acercar públicos?
Recurrimos a cuantos medios están a nuestro alcance para difundir el conocimiento de nuestras colecciones. Los dos que mencionas podrían situarse en los extremos: de un lado, reproducciones de cuadros que se muestran en las calles y plazas principales de las ciudades, siguiendo el ejemplo pionero de los “museos circulantes” de la Segunda República (1931-1936); del otro, la más moderna tecnología a través de una página web y unas redes sociales cuya excelencia ha sido reiteradamente reconocida en el extranjero. Estamos muy orgullosos de la cantidad y calidad de contenidos que ofrecemos gratuitamente, y del elevado número de seguidores iberoamericanos que tenemos, muchos de ellos en el Perú.
Usted visitó el Perú de manera privada hace pocos años. ¿Qué impresiones recuerda, tiene amigos, interlocutores peruanos?
Del Perú me gustó todo lo que vi, evidentemente Cuzco/Machu Pichu, pero también Arequipa y Lima. Solo lamenté no tener más tiempo para conocer un país tan extraordinariamente variado. Creo que, además de por sus muchos atractivos culturales, naturales y culinarios (¡qué maravillosas las picanterías de Arequipa!), fue determinante la guía de excelentes colegas y amigos peruanos. Son bastantes, pero querría singularizar a un amigo muy querido: Luis Eduardo Wuffarden. Hace más de 30 años compartimos despacho en Madrid y desde entonces su amistad me ha deparado momentos inolvidables.
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