ENRIQUE PLANAS

No fue un jueves con aguacero. Fue en París, sí, pero el viernes 15 de abril, y solo lloviznaba. A inicios de 1938, hace 75 años, César Vallejo había encontrado cierta estabilidad económica trabajando como profesor de Lengua y Literatura, pero el 24 de marzo, aquejado de agotamiento físico, fue internado en un nosocomio parisino donde falleció tres semanas después. Su elogio fúnebre fue pronunciado por el escritor francés Louis Aragon, antes de ser enterrado en el cementerio de Montrouge, en el 43 de la Avenida de la República. El 3 de abril de 1970, su viuda, Georgette, trasladó los restos del poeta al cementerio de Montparnasse , en una tumba ubicada en la doceava división, cuarta Línea del Norte, número 7. El epitafio pensado por ella también es un poema: “He nevado tanto para que duermas”.

Desde entonces, muchas son las historias sobre aquella tumba. El novelista y diplomático Carlos Herrera, quien pasó largas temporadas en la oficina consular de nuestro país en la capital francesa, conoce muchas de ellas. “El culto a Vallejo por los peruanos en París, visitantes o residentes, es casi unánime”, explica. El circuito turístico-literario tras la ruta vallejiana empieza recorriendo los lugares que frecuentaba el poeta de Santiago de Chuco . Herrera señala los bares y restaurantes de Montparnasse, como La Coupole, La Rotonde, Le Select o La Closerie des Lilas, verdaderos templos bohemios para todo intelectual, artista y escritor que se respetara. “El pobre Vallejo no podría pagarse un trago en ninguno de ellos hoy”, advierte el autor de “Blanco y negro”.

Pero el centro de peregrinaje más visitado es, naturalmente, su tumba en Montparnasse. Herrera recuerda: “Uno la encuentra siempre cubierta de objetos de homenaje, algunos de significación clara (una piedra negra sobre una piedra blanca, fragmentos de poemas), y otros más intrigantes, como un ticket de metro, o una caja de fósforos”, dice.

En fechas como estas, días de aniversarios significativos, en París los homenajes llegan al paroxismo. Herrera recuerda curiosas anécdotas: “La embajada organiza naturalmente uno de estos, pero siempre hay eventos paralelos. Recuerdo que un año, en torno a 1990, al llegar para depositar la ofrenda floral de la embajada, encontramos la tumba cubierta de una roja bandera de Sendero Luminoso, hecha en papel crepé. Al retirar la bandera, encontramos que la lápida seguía roja: la lluvia había desteñido el papel”.

ESCRITORES Y EL FESTEJO Tema aparte es tratar de convocar a la nutrida comunidad de escritores peruanos afincados en la Ciudad Luz para participar de estos homenajes. “En 1992, la embajada celebró el centenario del nacimiento de Vallejo . El programa de festejos incluyó una exposición de la serie de retratos hechos por Gastón Garreaud en tinta y café, en la sede de la Unesco, así como la edición de un libro de homenaje con textos de poetas, narradores, ensayistas y hasta dramaturgos peruanos que pululaban en París. A mí me encomendaron la delicada labor de transmitir la convocatoria”, recuerda.

¿Y qué fue lo que pasó? Pues que Herrera fue testigo de curiosas manifestaciones de los orgullos de los pequeños paisanos del gran Vallejo . Algunos que no querían participar en la edición, para no mezclarse con otros autores que consideraban inferiores. Otros sugerían ideas algo extrañas: “Hubo alguno que rechazó la invitación con una sarcástica carta dirigida al embajador, en la que decía: “¿Si tanto quieren homenajearlo, por qué no le ponen su nombre al Huascarán?”. Han pasado 75 años y gracias a sus propios colegas, Vallejo, ¡ay!, sigue muriendo.