En el último tercio de siglo XIX, desde la Portada del Callao se podía ver a Lima en toda su extensión. Se podía distinguir el océano a dos leguas de distancia y, al otro lado, el primer peldaño de la cordillera, la gran muralla de granito que separaba la ciudad del resto del país. Así la describió Camille Pradier-Fodéré, un ciudadano francés que llegó a vivir a Lima, a los 19 años, junto con su familia. Estudió en la universidad de San Marcos y permaneció en la capital peruana seis años, hasta entrado el año 1880, cuando ya se vislumbraba la catástrofe generada por la guerra con Chile. En 1897 este personaje publicó en Francia “Lima y sus alrededores. Cuadros de costumbres peruanas”. Ahí describió la geografía limeña, las costumbres de sus habitantes, los monumentos y la vida cotidiana en una ciudad que empezaba a transformarse.
“Visto de Lima, el océano Pacífico tiene un aspecto imponente. Se extiende tranquilo, majestuoso, desde las colinas cercanas a Ancón, en el norte, hasta el cerro de Chorrillos, en el sur. Frente al Callao, el principal puerto del Perú, se yergue con toda su majestad, en medio de ramos de espuma, a pocas leguas de la costa, un peñón inmenso que tiene una forma alargada. Se trata de la isla de San Lorenzo. Esta isla solo está habitada por algunos pescadores, pero sirve de refugio a grupos enormes de focas, lobos de mar y aves marinas. […] Luego la línea regular de la costa no se interrumpe […] salvo, de vez en cuando, por un velero de tres mástiles que está buscando la entrada en la amplia ensenada, y cuyo velamen, impulsado por el viento de la costa, parece bajo los rayos del sol un castillo avanzando en medio de las aguas”.
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Esta descripción de la bahía limeña aparece en las primeras páginas de en un libro que ahora es recuperado y publicado por primera vez en español por el Fondo Editorial de la Universidad de San Marcos, con un estudio preliminar del historiador Víctor Arrambide. “Pradier-Fodéré vio la primera modernización de la ciudad, la impulsada por Castilla y continuada por Balta, cuando son derribadas las murallas, son construidos el Palacio de la Exposición, el Hospital 2 de Mayo, y se empieza a ensanchar calles, con grandes bulevares, siguiendo el modelo francés, un proyecto que queda trunco con la guerra”, comenta el investigador.
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La mañana y la noche
¿Pero cómo es la Lima que ve y respira Pradier-Fodére? Es una ciudad bulliciosa por las mañanas, silenciosa al mediodía y que recobra algo de frenesí por las noches. “Uno está particularmente atraído, en Lima, durante las horas de la mañana —escribe el francés—, por las múltiples imágenes que desfilan ante nuestros ojos y por las personas singulares que aparecen a cada paso. El tráfico entonces es de lo más intenso. Las calles están llenas de jinetes; los médicos van a ver a sus pacientes a caballo; los coches se cruzan, la gente se aglomera y tropieza. Por aquí, un rebaño de vacas avanza, lentamente […]. Hay que detenerse y ceder el paso a ese torrente que muge, que avanza difícilmente entre las calles estrechas. Y aquí, de repente, un alud les obliga a hacerse a un lado. Dos burros conducidos por un arriero y cargados de alfalfa pasan trotando”.
Este trasiego va desapareciendo conforme pasan las horas y el movimiento se localiza solo en el centro de la ciudad, donde se ubican los establecimientos que están abiertos hasta altas horas de la noche. “La actividad y la vida se han centralizado en la plaza de Armas —describe Camille—, bajo sus dos portales, delante de la Ribera y en las otras siete avenidas principales que allí comienzan: las calles de los Mercaderes, de las Mantas, del Correo, del Palacio, del Arzobispo, de Melchormalo y de Bodegones”. Luego da una pincelada costumbrista, con las taras raciales de la época: “La calle del Palacio conduce al puente de Piedra, donde se puede ver regularmente a una multitud de negros, de zambos y de cholos reunirse, durante las cálidas noches de verano, en busca de un poco de frescor que las aguas del Rímac son incapaces de brindarles”.
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La iluminación nocturna en esa ciudad decimonónica es a gas, pero algo ocurre en las noches de Luna llena. La municipalidad no enciende los faroles porque “las calles, las plazas, están tan claras que los objetos se distinguen a distancias considerables e incluso se podría leer sin fatiga”, precisa el cronista.
Sorprende, eso sí, la seguridad en Lima, algo que extrañamos siglo y medio después: “Lo que compensa la tristeza de Lima durante la noche es que se puede caminar por sus calles más alejadas, y a cualquier hora, con la mayor seguridad. El servicio de seguridad está organizado de gran manera […] no se puede dar cien pasos sin toparse con un celador”.
Tapadas y cabelleras
Como a otros viajeros europeos, al francés también le llamaron la atención las tapadas. “Lo que contribuye a dar a Lima un aspecto particular, que recuerda un poco las ciudades de Oriente, es el vestido que llevan las mujeres. El vestido de la mañana, para la limeña, es la manta, pieza de paño de forma alargada con la que se cubre la cabeza y envuelve el cuerpo. Desde la negra turronera hasta la mujer de alta sociedad, todas las peruanas pasan por las calles con ese vestido”.
Y algo que destaca este cronista son las distintas tonalidades de pieles que ya desde entonces habitaban la capital. “En ninguna otra ciudad se ve un número tan variado de tipos humanos. […] Verán cabellos abundantes, espesos, de un color negro que es casi azul […]. Otras cabelleras menos abundantes, que descubren la frente y se proyectan hacia atrás, son crespas y de color negro mate. Vemos otras rizadas y brillantes y, luego, otras lacias y sedosas”.
Mirada crítica
Entre lo que observa, crítica o elogia Pradier-Fodéré de Lima no solo están espacios físicos como el antiguo y desaparecido edificio del Palacio de Gobierno (“¿Se puede concebir una construcción más fea, plana y triste?”), o el nuevo Palacio de la Exposición (“cuya construcción responde a todo lo que se puede desear como lujo y volumen”), sino también ciertas costumbres como tender la ropa en las azoteas; o que los entierros de los infantes fueran actos festivos en la creencia de que se convertirían en angelitos; o la pereza para la actividad física que lo lleva a decir que casi los limeños no practican deportes (“solo la equitación goza de sus favores, pero no por el arte, sino porque les evita el cansancio de caminar”); o los interminables discursos a la hora de las comidas o el gusto por la corvina, el lenguado, el cuy, los anticuchos y las empanadas. Así mismo, destaca la hospitalidad de los limeños.
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Pero su mirada también tiene un sesgo colonial. “Es muy despectivo con los afroperuanos y chinos”, destaca Arrambide. A los primeros califica como desagradables y responsabiliza a las mujeres de origen africano de liderar los saqueos y azuzar a las pandillas; a los segundos acusa de furiosos y sanguinarios. “Es muy tosco con eso —añade el historiador— y quizás se deba a un problema que tuvo en Amancaes cuando le quisieron invitar una aceituna y no quiso, y eso provoco que se molestaran con él, pues desconocía la tradición peruana que establece que cuando te invitan algo, tú tienes que comer”.
Otro lugar de Lima que contrasta en su descripción es Chorrillos, si bien elogia el malecón, resalta la insalubridad. “Camille se casó con una peruana (Dominga Molina Torres), en 1877, pero esta murió a inicios de 1879 en Chorrillos, tal vez eso hizo que adoptara esa actitud sombría hacia este lugar”, agrega Arrambide. El joven francés también perdió a su abuela en Lima y junto con su padre, partió en 1880 a París. No regresó más al Perú, pero Lima permaneció en sus recuerdos. Y la evocó en un libro que es un testimonio valioso de esa ciudad rural y urbana que empezaba a modernizarse, pero tuvo que soportar la insania de la guerra y la ocupación.
¿Quién fue Camille Pradier-Fodéré?
En esta edición de “Lima y sus alrededores”, Víctor Arrambide traza una biografía del autor francés: nació en París el 24 de noviembre de 1854. Vino a Lima a los 19 años, el 9 de octubre de 1874, junto con su padre, quien había sido contratado por el gobierno de Manuel Pardo para organizar la Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de San Marcos. Llegó, además, acompañado por su madre y abuela. Camille estudió en San Marcos y se graduó en 1877. Escribió “Lima y sus alrededores” en 1897 en francés, donde contó sus experiencias en el Perú. Falleció en 1935, a los 81 años de edad. El libro ahora es reeditado en español por el Fondo Editorial de a Universidad de San Marcos.
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