Con una gorra ligeramente desgastada por el sol y una mirada que refleja miles de historias, el inspector de tránsito Egidio Quispe ha dedicado 40 años de su vida a velar por la seguridad vial en las calles de Lima. Desde su primer día en el oficio hasta hoy, ha sido testigo de una transformación impresionante en los reglamentos, los vehículos y el comportamiento de los conductores peruanos.
Era mediados de los años 80 cuando Quispe viajó desde su natal Puno a la capital para postular en una convocatoria laboral en la Municipalidad de Lima. Después de un arduo proceso de selección, se convirtió en el inspector de tránsito número 237. Desde entonces hasta hoy lleva consigo, como un recuerdo, su primer fotocheck emitido por la entonces Secretaría General de Seguridad Ciudadana, junto a una placa plateada de metal donde resalta el número 237, grabada y moldeada durante la gestión del exalcalde Jorge del Castillo. También guarda consigo su antigua gorra y la primera camisa con la que trabajó, donde se observa, a la altura de hombro, un parche con el logo del Cuerpo Metropolitano del Tránsito.
Egidio Quispe ha visto de cerca la caótica evolución del tránsito de Lima. Allá por los 80, por ejemplo, comenzó a notar un nuevo tipo de vehículo en las calles: las mototaxis. Estos vehículos pequeños y ágiles comenzaron a ganar popularidad en zonas urbanas y rurales, ofreciendo una alternativa de transporte económico y accesible, aunque también peligroso.
La lucha contra la informalidad ha sido una constante en la carrera de Quispe. A fines de los 80 y principios de los 90, los colectiveros informales comenzaron a proliferar en el Cercado de Lima. “Eran tiempos difíciles. No solo competíamos con la falta de regulación, sino también con la resistencia de quienes querían trabajar al margen de la ley”, dice Quispe. “Recuerdo haber tenido que enfrentar a conductores que se organizaban para burlar los controles y seguir operando de manera ilegal”.
Uno de los hitos más significativos en la historia del tránsito en Perú fue la obligatoriedad del uso del cinturón de seguridad. “Fue una campaña dura, pero necesaria”, comenta Quispe. Pese a que ejercía el oficio de inspector en una época en la que no existía el Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (SOAT) ni la revisión técnica, las calles del Perú eran mucho menos caóticas que en la actualidad, sobre todo en Lima, una ciudad que actualmente está en el quinto puesto a nivel mundial entre las urbes con el peor tráfico vehicular según Tom Tom. “Recuerdo cuando los brevetes se emitían con rigurosidad y algunos colegios impartían educación vial”, rememora Quispe.
La primera papeleta que impuso Quispe fue a un camión que carecía de elementos de seguridad como un extintor. “Fue un momento que nunca olvidaré”, dice con una sonrisa. “Era joven y sentía el peso de la responsabilidad. Sabía que cada infracción que sancionaba podía hacer una diferencia en la seguridad de todos”.
A lo largo de su carrera, Quispe ha visto una evolución notable en el comportamiento de los conductores peruanos. “Al principio, los conductores respetaban más las normas y cedían el paso a los peatones”, comenta. Sin embargo, con el tiempo, ha habido un cambio preocupante. “Hoy en día, es común ver conductores que no respetan las señales de tránsito y que incluso organizan ataques contra los fiscalizadores”.
Uno de los episodios más aterradores en la carrera de Quispe ocurrió en 2018. “Una turba de matones contratados por camioneros nos persiguieron y agredieron en Villa El Salvador. Querían hacernos daño por la fiscalización que estábamos aplicando, hasta que un patrullero que pasaba por ahí nos recogió y nos salvó la vida”, recuerda. “Fue una experiencia que me hizo reflexionar sobre los riesgos de este trabajo y la importancia de seguir luchando por la seguridad vial”.
Después de cuatro décadas en el oficio, Quispe sigue comprometido con su labor en la esquina del cruce de los jirones Lampa y Emancipación, a una cuadra del histórico edificio de El Comercio. “He visto de todo en las calles del Perú”, dice con firmeza. “Desde los días en que la seguridad vial era apenas una preocupación, hasta hoy, donde cada vez más personas toman conciencia de su importancia. Mi objetivo siempre ha sido el mismo: proteger vidas y ayudar a los ciudadanos”.
A pesar de los desafíos y los peligros, Quispe no tiene planes de retirarse pronto. “Aún hay mucho por hacer”, asegura. “Cada día es una oportunidad para hacer una diferencia y garantizar que nuestras calles sean más seguras para todos”.
La trayectoria de Quispe es un testimonio de dedicación y perseverancia. Sus 40 años de servicio no solo reflejan la evolución del tránsito en Perú, sino también la lucha constante por mejorar la seguridad vial en un país en constante cambio. Su historia es un recordatorio de que, detrás de cada norma y cada sanción, hay personas comprometidas con la protección y el bienestar de todos los ciudadanos.