Un artículo del Washington Post da cuenta de cómo los jóvenes se han convertido en grandes vectores del contagio en Estados Unidos. Con el desconfinamiento, muchos han vuelto a trabajar fuera de sus casas, pero también han ido a bares, restaurantes y otros sitios de reunión donde han cogido el virus.
El nivel de saturación de su sistema de salud está alcanzando niveles de espanto. Y se puede agravar si es que los nuevos infectados contagian a los adultos mayores que viven con ellos o visitan. Los casos en Estados Unidos ya superan los 4′4 millones y los muertos los 152 mil.
En nuestro país, las cifras siguen siendo de terror. Sin tomar en cuenta el desfase, los fallecidos por el COVID-19 alcanzan los 19.021 y los contagiados más de 407 mil. Sin embargo, el mejor termómetro de la realidad continúa siendo el Sistema Informático Nacional de Defunciones (Sinadef): al 28 de julio, ya existen más muertes que en todo el 2019 (115.995 vs. 114.946).
Aquí está ocurriendo lo mismo que en Estados Unidos, España y otros lugares donde las cuarentenas se han levantado. Mientras muchos han salido a las calles a ganarse el pan, otros han interpretado este regreso ‘a la libertad’ como una oportunidad para visitar parientes, amigos, organizar reuniones, fiestas o hacer viajes de placer, obviando cualquier restricción.
Las redes sociales están repletas de fiestas, parrillas y cumpleaños en donde “como todos somos familia”o “todos somos patas y nos hemos cuidado”, no se usan mascarillas ni se respeta el distanciamiento social.
Sí, la estrategia del Gobierno de control de la pandemia está repleta de errores. Nuestro sistema de transporte público, la forma cómo están organizados los mercados de abastos, la informalidad y otros factores alimentan la posibilidad de contagio. Pero eso no minimiza la irresponsabilidad de quienes se creen invencibles y olvidan de que cuidándose ellos mismos, cuidan a los demás.
Hasta que deban buscar un balón de oxígeno o rogar por una cama UCI.