Cuando la pandemia termine y se cuente la historia de lo que sucedió, uno de los capítulos versará sobre la enorme oportunidad que perdió la empresa privada para recuperar la confianza de la gente, en cómo alimentó el rechazo popular al olvidar una palabrita a la que parece darle uso solo para fines publicitarios: empatía.
El último capítulo de esta triste historia ha sido la actitud indolente de las clínicas que, más allá de los números, no mostraron un gramo de sensibilidad frente al drama cotidiano provocado por el coronavirus. El enorme daño reputacional que hoy padecen pudo haberse evitado con una actitud más proactiva y menos cortoplacista, que privilegiara la vida por encima de la tesorería.
El presidente, que se asemeja a esos delanteros antiguos especialistas en merodear el área en busca de una oportunidad, vio la pelota picando y aprovechó el barullo para una de sus clásicas ‘vizcarradas’ (María Alejandra Campos dixit): dominó el balón y, con la Constitución en la mano, hizo un amague que dejó a las clínicas congeladas. Con el arco desguarnecido, solo tuvo que empujar la redonda. Fue un gol para la tribuna.
La jugada política del mandatario –como todas las anteriores- le sirve para poner el parche y seguir sobreviviendo camino al 28 de julio del 2021. Pero más que amagues, tacos y huachas, lo que necesita el país es ganarle el partido a la pandemia y, basta ver las cifras, ese encuentro lo seguimos perdiendo. ¿Cómo volteamos el marcador? Con el Ejecutivo y los privados jugando con el mismo color de camiseta. Pero tienen que apurarse. El tiempo –y la paciencia- se acorta.