Lima tiembla, pero nunca igual para todos. Solo este año, el IGP ha reportado 16 sismos con epicentro en la capital y 187 en total en el país. Sin embargo, cada caso es distinto. Para entender cuánto daño puede causar un movimiento no basta analizar la magnitud, intensidad o profundidad: hay suelos que amplifican las ondas, casas que soportan menos y poblaciones más vulnerables que otras.
El Centro Peruano Japonés de Investigaciones Sísmicas y Mitigación de Desastres (Cismid) de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) elabora mapas de microzonificación de la capital según sus suelos. La idea es que estos sirvan para que los tomadores de decisiones apliquen estrategias de prevención sectorizadas. Todos están en manos de las municipalidades, el problema, señalan desde Cismid, es que no siempre son tomados en cuenta por los alcaldes.
El ingeniero Carlos Zavala, director de esta institución, explica que los suelos arcillosos, las zonas pantanosas de Ventanilla y Chorrillos, las laderas de cerros de Ate o Comas, o los suelos arenosos que se encuentran en Villa El Salvador, Ancón y La Molina son algunos de los más riesgosos. “La Molina es gran olla rodeada de cerros, pero llena de arena”, dice a El Comercio. Son estos suelos menos consolidados los más propensos a sufrir a deslizamientos o el fenómeno de licuación como consecuencia de un terremoto y sus réplicas.
Para tener una idea de cuánto se amplifica un sismo según el suelo, Hernando Tavera, presidente ejecutivo de Instituto Geofísico del Perú (IGP), detalla que durante el terremoto de Ica del 2007, la mayoría de distritos de Lima se sacudieron con niveles de aceleración de un promedio de 80 cm/s2, pero la estación acelerométrica de La Rinconada, en La Molina, marcó 110 cm/s2. “Esa diferencia nos dice que siempre en La Molina se va a sacudir con mayor intensidad”, indica a este Diario.
Suma de factores
Lo cierto es que aún en los distritos con suelos sólidos, la vulnerabilidad es alarmante. Un ejemplo claro de esto es el Centro de Lima. La ingeniera Diana Calderón, jefa del Laboratorio Geotécnico de Cismid, señala que esta zona de la ciudad tiene uno de los suelos con mayor rigidez. El problema es el tipo de construcción, la tugurización, informalidad y la antigüedad.
“Las iglesias en el Rímac y del Centro Histórico son vulnerables, por ejemplo”, reitera Zavala. Su reforzamiento resulta indispensable tomando en cuenta que durante el terremoto del 2007, un gran número de personas falleció por el colapso de estructuras de iglesias.
Las características de una construcción determinan qué tanto daño puede causar un sismo de gran magnitud y sus réplicas. Ahí, la informalidad ha convertido en muchas zonas en bombas de tiempo. De acuerdo con Enrique Pajuelo, director de la Cámara Peruana de la Construcción (Capeco), el 67% de viviendas levantadas en la última década son informales. Entre 2008 y 2020, Capeco ha calculado que se construyeron 852 mil viviendas en Lima Metropolitana (aproximadamente 65 mil por año), de las cuales solo unas 282 mil fueron edificadas de acuerdo con las normas técnicas. Apenas el 33%.
Ninguna de las nuevas sido puesto a prueba ante un sismo fuerte. El último terremoto que causó daños considerables en la capital ocurrió en 1974 (M7,8), cuando laderas y periferia no estaban pobladas como hoy.
Seguir la norma E.030 de diseño sismorresistente también importa y mucho. De hecho, un experimento realizado por Cismid comprobó que incluso utilizando malos materiales, una casa edificada respetando el reglamento nacional puede soportar un terremoto solo con daños superficiales. “Construimos una casa a escala natural de dos piso con el peor material, pero siguiendo la norma. Gracias a eso se pudo lograr un buen producto”, cuenta Zavala.
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Si se incluyen los factores sociales en el análisis de riesgo, la población expuesta solo en Lima y Callao supera los 7 millones. El último escenario sísmico elaborado por el Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres (Cenepred), que considera además de suelos y construcciones, la densidad poblacional, el nivel socioeconómico y valor de reparación de Cismid, el 76% de la población de Lima y Callao vive en zonas de nivel de riesgo muy alto (7′073.121 personas). Solo en cuestión de viviendas son 226.894 con riesgo muy alto en el Callao y 1′752.970 en Lima, principalmente en San Juan de Lurigancho, San Martín de Porres, Comas, Ate y el Callao.
¿Se puede hacer algo?
De acuerdo con especialistas de Cismid es necesario evaluar cada vivienda para conocer qué tanto daño sufrirían y si necesitan reforzamiento. Técnicas como uso de mallas en muros o pircas construidas con asistencia especializada pueden ayudar, pero se necesita decisión de la autoridad. Y, por supuesto, definir de una vez planes urbanos de expansión.
“No todo se puede reforzar, hay lugares donde la vulnerabilidad es tan alta que más conviene demoler y volver a construir. Existe una ley de reubicación de población en zonas de riesgo no mitigable”, dice Miguel Estrada, exministro de Vivienda y miembro de Cismid.
Un ejemplo de esto son los intentos por invadir terrenos en la zona Lomo de Corvina, en Villa El Salvador, cuyos suelos de arena son de alta amplificación sísmica y potencialmente licuables. “Es muy riesgoso construir en ese tipo de suelo”, explica.
En abril de este año, la policía tuvo que intervenir cuando un grupo de personas intentó ocupar un sector del arenal concesionado a una minera que se dedica a abastecer de ladrillos al sector construcción.