El 6 de marzo de 2020, sin saberlo, empezamos a vivir una nueva “normalidad”. La llegada del COVID-19, enfermedad que para entonces tenía apenas 65 días en el mundo y aún no era considerada pandemia, trajo consigo los conceptos de aislamiento y distanciamiento social para evitar contagios. Pero el virus se diseminó por todo el país y pasamos de 1.065 casos positivos al cierre de ese mes a 683.702 hasta el 4 de setiembre. En muertes, el crecimiento fue igual de doloroso: marzo terminó con 30 víctimas, ahora estamos por llegar a las 30.000.
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El primer caso confirmado era un joven que había regresado de Europa y que desde el 4 de marzo tenía síntomas. Para entonces, el coronavirus no era considerado pandemia, pero había causado estragos en Asia y Europa desde que apareció en la ciudad china de Wuhan en diciembre del 2019. Fue el 11 de marzo cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) la declara pandemia porque solo en dos semanas el número de casos de COVID-19 fuera de China se había multiplicado por 13. Esa misma fecha, el presidente Martín Vizcarra ordena 90 días de emergencia sanitaria. El aislamiento era voluntario, pero no pasaron más de tres días para que eso cambiara.
A seis meses del primer caso confirmado en el país, el impacto de la pandemia también es social y económico. El Perú fue uno de los primeros países en ordenar confinamiento obligatorio en la región para intentar retrasar la propagación de la enfermedad y equipar hospitales que para entonces solo tenían 122 camas de cuidados intensivos. El 16 de marzo, se cerraron las fronteras y se dispuso cuarentena obligatoria que se prolongó hasta el 30 de junio (aún cinco regiones la mantienen). La repercusión también fue política: tres Ministros de Salud y tres gabinetes distintos en medio año.
El primer impacto del COVID-19 fue en Lima, en la capital se reportaron los tres primeros muertos (el 19 de marzo), pero rápidamente llegó a regiones como Lambayeque, Piura y Loreto. A la preocupación por la disponibilidad limitada de las camas UCI y ventiladores mecánicos, se sumó la falta de balones de oxígeno para pacientes con insuficiencia respiratoria. Iquitos fue una de las ciudades más afectadas por la escasez de este insumo, con pacientes muertos en los pasillos de los hospitales de la ciudad esperando se conectados a un balón de oxígeno. Entre abril y mayo, tenía casi el doble del promedio de muertes a nivel nacional.
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En julio, la crisis golpeó con más fuerza a Arequipa. En medio de la falta de oxígeno y la cuestionada labor del gobernador regional Elmer Cáceres Llica provocó el colapso del hospital Honorio Delgado y picos de hasta 33 muertos en 24 horas, tres veces más que lo reportado en junio.
Para agosto, los muertos por COVID-19 en La Libertad eran más que todos los fallecimientos ocurridos en el 2019. La región tenía la tasa más alta de letalidad por coronavirus.
El personal de salud primera línea también ha tenido importantes bajas. El Colegio Médico del Perú reporta 167 doctores fallecidos y otros 3.568 contagiados.
“Nada ha sido fácil, pero estas medidas nos han permitido evitar una catástrofe de inimaginables consecuencias para el país [...] Hoy puedo decir con la mayor certeza y convicción que la cuarentena permitió salvar muchas vidas en el Perú”, dijo el presidente Martín Vizcarra en su Mensaje a la Nación por Fiestas Patrias.
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Aun así, debido a la paralización de actividades por el estado de emergencia, solo en el segundo trimestre del año (abril-mayo-junio) se perdieron casi 2,7 millones de empleos en Lima Metropolitana. A nivel nacional, se estima que estima que la pobreza podría subir entre 8% y 10%.
Aunque en setiembre se reporta una ligera disminución de muertes diarias por COVID-19 (en la primera quincena de agosto se alcanzaron picos de más de 200 por día y el viernes fueron 133), las autoridades sanitarias advierten que relajar las medidas de protección puede provocar un nuevo repunte de víctimas.
En unos días empiezan los ensayos clínicos con voluntarios peruanos que probarán la candidata a vacuna que elabora el laboratorio chino Sinopharm. Universidad de Oxford y el laboratorio AstraZeneca también han anunciado un próximo reclutamiento de voluntarios para su potencial vacuna. Sin embargo, hasta que exista una, o se reduzcan los contagios a un nivel controlable, la normalidad seguirá siendo las clases a distancia, el trabajo remoto, las mascarillas y la incertidumbre de convivir con un virus.
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