La charlatanería es un virus tan ponzoñoso como el coronavirus porque además de arrogante es mentiroso. Y en estos tiempos de tantas dudas, de tantos peligros, es un insaciable fabricante de fake news.
Se expresa de distintas maneras, desde los que tratan de desprestigiar a connotados especialistas por razones puramente ideológicas - la campaña emprendida contra el doctor Elmer Huerta por parte del fujimorismo es vomitiva-, hasta los que presumen de curas milagrosas aprovechándose de la desesperación de la gente.
Hace unos días, un programa de televisión dio cabida a un charlatán de la más baja estofa que promocionaba un supuesto brebaje que curaba el COVID-19. Abrumado por las críticas, el conductor que permitió la difusión de ese atentado contra la salud pública, Andrés Hurtado, ofreció disculpas a través de sus redes sociales. Lo hizo, dijo, por si se “expresó mal” o si “se han sentido ofendidos”.
Reinaldo dos Santos, un sujeto que afirma ser vidente, hace poco hizo una transmisión por sus redes sociales para responder preguntas sobre el nuevo coronavirus. ¿Qué revelación hizo? Pues ninguna. Repitió todo lo que usted o cualquier persona mínimamente informada podría decir: que la vacuna va a demorar, que la cuarentena va a ser larga, que el sol se va a devaluar, que la economía del país sufrirá, etc.
Hoy más que nunca es necesario hacerle caso a fuentes de prestigio y que brinden información verificada. Los brujos de dos por medio, esos que afirman tener recetas milagrosas o que dicen mentiras escudándose en su deseo “de ayudar” no sirven para nada. Son más dañinos que el peor virus.