Adentrados en el distrito de San Antonio de Chaclla, en la provincia de Huarochirí, se encuentran los restos inhabitados de una gran universidad que se irguió años atrás, pero lleva media década acumulando polvo y mitos sobre su existencia. Pistas, edificios y pequeños jardines –hoy de tierra y con algunos árboles deshidratados, aunque testarudos- se encuentran intactos pese a los años en abandono. Varios cientos de metros hacia el noroeste, cuesta arriba, permanece lo que pareciera una mansión fantasmal, pero con sellos inscritos en hierro que revelan que todo estuvo unido en una misma idea: la Universidad Santo Domingo de Guzmán (USDG).
Hace varios años, los primeros estudiantes de la USDG llegaron a este campus, que en algún momento vio vida, ubicado en el sector El Valle, en la parte más alta de los cerros del este de San Antonio, en la frontera con las zonas más profundas de Comas y Carabayllo. Años luego, la reforma universitaria obligó a esta Casa de Estudios a iniciar el proceso de licenciamiento por parte de la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (Sunedu). Sin embargo, para el 2019, la entidad negó el licenciamiento y la universidad puso en marcha su abandono, hasta hoy palpable.
Campus de polvo
El Comercio llegó hasta sus puertas, un espacio con una extensión aproximada de 200 hectáreas. Capas de polvo recubren toda la infraestructura, dejando entrever solo las huellas de algunos curiosos que incursionaron sus interiores y de algunos vehículos que han transitado recientemente. Los pabellones donde alguna vez se dictaron las clases se posicionan frente a frente, separados por poco más de cien metros. Cada edificio lleva seis pisos de alto. Al medio, veredas y jardines muertos eran caminados por docentes y estudiantes en sus años de vida.
En el Pabellón A, ubicado en la zona norte del campus, se encontraban aulas y las oficinas de Bienestar Universitario. En frente y con similar diseño, el Pabellón B albergaba el laboratorio de Sistemas e Informática, el laboratorio de Idiomas, la Biblioteca Central, el Auditorio de la Universidad y las oficinas de las decanaturas de Educación e Ingeniería, las dos profesiones que se dictaban en esta olvidada Casa de Estudios. Un tercer pabellón, de unos 550 metros cuadrados y un solo piso, resalta entre ambas torres. Letras pintadas a su exterior revelan que se trataba del ‘Pabellón C’, donde alguna vez se encontraron tiendas para los estudiantes.
Pero lo primero que uno ve al llegar a la entrada, una especie de arco decorado, pero con una puerta cuadrada en medio, son las extensas zonas de esparcimiento y el edificio que alguna vez se denominó ‘La Torre’. En este se encontraban las oficinas del Rectorado, Vicerrectorado y otros despachos. A las afueras, los restos de gradas, asientos y pequeñas mesas de concreto. Aún permanece la red de la cancha de vóley, improvisada sobre el piso de concreto, y los aros oxidados de básquetbol. El anfiteatro, construido de forma que los sonidos reboten en su interior, espera en silencio. Ni un alma en vista, solo los cimientos donde en algún momento hubo incontables estatuas, bustos y otras esculturas.
Al paso de los largos años y frente al ambiente polvoriento y caluroso, solo algunos árboles han resistido con cierta vida. Su presencia agrega una sensación tenebrosa a la inmensa propiedad, digna de una película de suspenso, en contraste con el ambiente fantasmal que recubre este campus olvidado. Detrás del Pabellón B y algunos metros más arriba, permanece lo que en vida fue el planetario de la Universidad.
La Universidad Santo Domingo de Guzmán se fundó en 2007 por el desaparecido educador Danilo de la Cruz Moreno, e inició sus actividades en 2013 con una inscripción inicial de 300 estudiantes. Operó durante siete años (2019). Luego de ello solo siguió abierta hasta el 30 de diciembre de 2022, pero solo para que sus estudiantes completaran sus trámites administrativos.
Durante su funcionamiento, logró graduar a 79 estudiantes en diversas carreras en el campo de la Ingeniería y la Educación, según informó la casa de estudios en su portal oficial.
La mansión
Por la espalda del Pabellón A, ubicado al lado norte del campus, un camino escalonado de casi ochocientos metros de largo asciende hacia otra deslumbrante estructura que genera gran interés. Subiendo por las gradas, uno accede a un amplio patio delantero, donde unas veredas hacen caminos, como puentes, sobre lo que alguna vez fue un jardín verde y poblado. En el parterre ya muerto, permanecen algunos árboles que resisten el paso del tiempo, así como una docena de bancas de madera y hierro. Algunas, miran hacia el cerro. Otras se dirigen al campus desierto. Pero todas llevan inscritas el sello de la USDG. De hecho, este lugar fue edificado antes que el campus, mucho antes: hace cerca de veinte años.
Esta mansión solitaria, como la han llamado algunos fisgones que han llegado hasta este punto, en realidad es un edifico de cuatro pisos e incontables ventanas. Aun así, está rodeada de algunos muros que asemejan las paredes de un fortín. La estructura, diseñada con incontables esquinas y con el parecido de una gran vivienda antigua, se asocia con la arquitectura del campus. Desde este lugar, uno puede supervisar todo lo que sucede en la universidad. Y eso es todo, pues los alrededores son piedra y polvo, y una subestación eléctrica que rompe el silencio con un ruido monótono.
Pero lo cierto es que la calma de este alejado lugar se rompe con el rugir de un camión. La mansión y los terrenos aledaños han visto cierto movimiento en los últimos meses, luego de que una empresa inmobiliaria buscara hacer de este espacio distante una zona de vivienda sostenible. El portón que regula el acceso a este edificio revela el proyecto: Ciudad Munay El Mirador. Un guardián se muestra atento a quienes se acerquen a la propiedad.