Con mascarillas paseaba esta pareja por el aeropuerto de Ciudad de México. (Getty Images).
Con mascarillas paseaba esta pareja por el aeropuerto de Ciudad de México. (Getty Images).
Pedro Ortiz Bisso

La paranoia generada por el ha provocado que las mascarillas quirúrgicas desaparezcan de los anaqueles de farmacias y almacenes. Esto, por supuesto, no es un fenómeno ‘made in Perú’. Lo mismo sucede en el resto del mundo.

El diario El País informaba hace unos días que la demanda en España había crecido en un 8.000% y que el precio de las más vendidas había subido un 50%. En Internet, a donde muchos se han volcado ante la escasez, conseguir alguna puede suponer pagar una pequeña fortuna. Los especuladores están llenándose los bolsillos a costa del miedo.

Reporteros de El Comercio pudieron comprobar que muchos compradores buscaban mascarillas no solo para su uso personal, sino también para enviarlas a sus familiares que viven en países donde los casos de COVID-19 se han disparado.

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¿Pero sirven de algo las mascarillas? La Organización Mundial de la Salud señala que quien se encuentre sano solo la necesita si debe atender a alguien sospechoso de estar infectado o en caso tenga tos o estornudos. En otras palabras, si piensa que con solo llevarla no se va a contagiar, está equivocado.

Además, su eficacia depende del lavado frecuente de las manos con agua y jabón o con una solución hidroalcohólica.

Una de las consecuencias de esta demanda desenfrenada por mascarillas es que quienes realmente las necesitan (trabajadores de la salud o pacientes oncológicos, por ejemplo) tengan menos oportunidades de acceder a ellas.

Un poco de calma no nos vendría mal.


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