Los filósofos de la nueva normalidad han señalado que uno de los efectos que tendrá la pandemia en nuestras vidas será que nos convertiremos en personas distintas, solidarias, preocupadas por el bien común.
Por lo visto, ninguno de estos neopensadores conoce nuestro Congreso. Ni a nuestro Ejecutivo.
Quienes imaginaban que la guerra de poderes que tanto daño le hizo al país acabaría con la disolución del Congreso, estaban equivocados. Un nuevo round de esta guerrita absurda se inició ayer, luego de la invitación del Legislativo al gabinete Zeballos para que exponga la política del Gobierno y dé cuenta de lo realizado durante el interregno.
Zeballos asegura que su presentación solo debe versar sobre los actos llevados a cabo por el Ejecutivo mientras el Parlamento estuvo disuelto y que no requiere del voto de investidura.
La situación es inédita y debatible. Pero más allá de consideraciones constitucionales, es el peor momento para que dos poderes del Estado vuelvan a enfrentarse. Resulta insultante que mientras los contagios por el COVID-19 no paran de crecer y la gente muere sin alcanzar una cama en un hospital, Legislativo y Ejecutivo vuelvan a sacar los guantes.
La cereza de la torta está en la invitación extendida por el presidente del Congreso, Manuel Merino de Lama. Allí se señala que la sesión será presencial.
Señor Merino de Lama, ¿le suena el concepto “distanciamiento social”? ¿Sabe que hoy probablemente superemos los 100 mil infectados? ¿Ha olvidado que 11 congresistas tienen el COVID-19?
Esta nueva disputa lo único que confirma es que si hay una distancia social que el peruano de a pie respeta a rajatabla, es la que mantiene con la clase política del país. La practica sin miedo. Y sin mascarillas.