Asegura Luis Martín Bogdanovich que no ha dejado de venir casi ningún día al Centro de Lima –donde quedan las oficinas de Prolima– desde enero del 2015, cuando empezó a trabajar para la municipalidad. Ha integrado esta entidad durante la gestión de dos alcaldes (el recién fallecido Luis Castañeda Lossio, y ahora Jorge Muñoz); él comenta que, con las múltiples diferencias de visión que puede haber, “sin decisión política no se puede hacer nada”.
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—Lima es una casona virreinal con solares internos, pero es también una avenida con coasters informales; es una larga costa de playas amables, pero también una invasión con títulos bamba. Es una huaca preínca a dos cuadras de un centro comercial con paredes de vidrio, o un balcón colonial que cae al lado de un chifa. ¿Cómo define Lima el encargado de rescatarla?
Como la patria de mis ensueños, así la definía en el siglo XIX un poeta de apellido Avellaneda. Es una cita que siempre tengo en la mente. Me gusta quedarme con el potencial, con la idea, más que con lo que podemos ver todos en nuestra cotidianidad. Debajo de todos estos velos de pobreza, de abandono, está esa ciudad todavía, esperando ser restaurada. Por eso también la elección de mi vocación de recuperar, de desvelar esta ciudad. Lima es una ciudad bella, llena de contrastes vibrantes.
—¿Contrastes o contradicciones?
También contradicciones, como toda ciudad, pero debemos quedarnos con esos contrastes que le suman valor a una ciudad y la hacen más interesante.
—Alguna vez usted mismo lo resumió así: el Centro Histórico de Lima tiene una preexistencia en el tejido prehispánico, a través de caminos y canales; una segunda etapa fundacional, que data de 1535; y luego una arquitectura moderna. ¿En qué etapa estamos ahora?
Creo que estamos en la cuarta etapa, la que nace con la aprobación del Plan Maestro del Centro Histórico. Habiendo heredado en el 2019 una Lima destruida o desnaturalizada, estamos listos para recuperar esa Lima.
—¿Es posible resucitar una ciudad como Lima?
El plan maestro tiene una visión al 2035 –cuando se cumplan 500 años de la fundación de Lima–. Pero para hablar de la recuperación del centro hago un preámbulo para poder situarnos: la destrucción de Lima empieza hace 80 años; una desnaturalización de la esencia de Lima de tanto tiempo no se puede resolver en cuatro años, ni en ocho.
—Concentrando en la capital la pregunta a Zavalita: ¿en qué momento se había jodido el Centro Histórico de Lima?
Una ciudad histórica es un espacio urbano que se ha ido transformando, sumando valor a lo largo de los siglos. La modernidad es un fenómeno de ruptura; lo que se quiso fue romper esa tradición y buscar una solución bajo un concepto que –hoy nos damos cuenta– no nos trajo nada bueno. Las consecuencias del ensanche de los jirones Tacna y Abancay, que hoy son avenidas, trajeron un fenómeno de segregación socioeconómica que hoy todavía padecemos en Monserrate y Barrios Altos. Lo que es ‘más allá de’, donde algunas personas ni siquiera saben que pertenecen al Centro Histórico, a ese nivel de ruptura se llegó.
—¿Qué otras rupturas hubo? ¿Qué otras cosas nunca debieron sucederle al Centro Histórico?
La estocada final fue posiblemente la apertura de la avenida Emancipación, en ensanche del jirón Camaná, o del jirón Lampa, que termina de diseccionar todo el centro a fines de los 60. Luego en el 66 se crea la Vía de Evitamiento y se destruyó el río Rímac. Nosotros vemos fotos de 1944 y se ve el río intacto, parece que estuviéramos en un pueblo, lleno de campos de cultivo. Eso se terminó con la Vía de Evitamiento y, finalmente, la Línea Amarilla. Frito, pescadito.
—Vivimos rodeados por cemento que ya no puede removerse. ¿Qué le queda al sufrido limeño?
Nos queda renaturalizar el Centro Histórico con un plan inteligente, que tiene como principio que sea un lugar habitable nuevamente, pero esto pasa por un punto de partida indispensable: identificar qué tiene valor, recuperarlo y sumarle valores de nuestro tiempo, pero sin destruir lo que nos va quedando. El urbanismo táctico es algo que se está usando mucho ahora en todo el mundo: haces cambios mínimos –cerrar una calle un domingo al mes, cerrar un carril y poner árboles y mesas–, acciones muy básicas, pero que tienen una repercusión muy grande.
—¿Hay tiempo para llegar al 2035 con el plan terminado?
La municipalidad hace lo posible para avanzar. Cualquier persona que camina por el centro puede evidenciar la ebullición de obras, de restauración de obras. Hay varios proyectos, la peatonalización de 41 cuadras, la restauración de fachadas de iglesias, la restauración de fachadas de casonas, la recuperación de esculturas públicas, de jardines históricos. Eso, entre lo más visible, pero hay cosas que no se ven, pero que son las que hacen posible que esto se pueda dar. En este ánimo de pensar que Lima es un sueño, lo más bonito es hablar de lo que va a venir.
—Hemos hablado del río Rímac. Ningún limeño jamás iría a pasear con su familia al río, eso no está en las postales turísticas. ¿Cómo rescatar un espacio tan dañado?
Se tiene el Proyecto Especial Paisajístico Río Rímac. Hay cuatro kilómetros del río, en el ámbito del Centro Histórico, que van a ser recuperados. Hay ciudades que han recuperado sus ríos y se han revitalizado. La semana pasada estaba en el jirón Conde de Superunda supervisando las últimas labores de mejoramiento del entorno, y vimos golondrinas. ¿Qué es esto? ¿Cómo puede haber golondrinas en un sitio donde, si te parabas, te atropellaban? Y en la plaza Francia ahora hay mariposas, aves. Eso lo único que nos dice es que Lima está renaciendo.
—Se puede recuperar lo visible, pero luego Lima muestra sus secretos ocultos. Se lo notó emocionado meses atrás cuando habló por primera vez de la Capilla de la Soledad, una cripta subterránea junto a la iglesia de San Francisco.
Tenemos cinco proyectos de investigación arqueológica que van descubriendo cosas que no sabíamos que existían, que son parte de nuestra historia, y que tienen que verse como un tema de investigación aplicada. La Primitiva Capilla de la Soledad, de 1603, aquí en San Francisco; la capilla de San Juan Masías, de 1606, en la plaza Francia; el molino de Aliaga, de 1548, en la alameda Chabuca Granda; los restos de un baluarte de la muralla en Martinete; y un canal virreinal en Monserrate. Estos canales tienen un origen prehispánico y luego se vienen utilizando durante el Virreinato y la República hasta los años 50, en que se cubren.
—Chabuca Granda hablaba de Lima como “la ciudad de mil quimeras”. La capital ya creció para arriba y para los costados. ¿Puede una urbe como esta modernizarse y al mismo tiempo mantener alguna esencia?
Es una carrera contra corriente. Pero mira, sin ir muy lejos, tienes a Quito, Cartagena de Indias, La Habana, Sevilla, una ciudad que es antigua, pero también cosmopolita, moderna y no ha perdido el alma, no es un museo o un parque de atracciones, allí sientes la esencia de la ciudad. Eso es algo que estamos procurando hacer. Cuando se aprobó el plan maestro, se aprobó establecer el calendario de la identidad del Centro Histórico.
—¿Qué elementos gráficos representan a Lima?
El morado es un color que nos identifica mucho, por el Señor de los Milagros. Nicomedes Santa Cruz tiene una décima muy bonita donde habla de un barco de plata navegando un mar morado, las andas en la procesión de fieles. También está el amarillo de la flor de Amancaes. Todas estas cosas presentes pueden repotenciarse y podemos ir sanando el espíritu de la ciudad antigua, que está un poco cabizbajo.
—Lima es una ciudad de más de 40 distritos, y cada uno con un alcalde. ¿Cómo se puede organizar una capital en medio de esa esquizofrenia urbana?
Lima es una ciudad al pie de los Andes, que mira al mar, y es atravesada por tres valles con tres ríos, que tienen canales y humedales, y hay lomas que se tiñen de colores en invierno. Esto nos define. Todos esos elementos geográficos definen la ciudad y nuestro temperamento. Ese es nuestro marco paisajístico, lo que nos da un tono. ¿Qué otra ciudad tiene la cantidad de sitios arqueológicos que tenemos? Tenemos todo, paisajísticamente hablando, para sentirnos orgullosos. No se puede resolver Lima en pocos años. Tuvimos 80 años en los que no se trabajó en esto; bueno, tendremos que trabajarlo durante 80 años, de la mano, todos juntos.
—Hace poco le preguntaron al alcalde Muñoz por una obra cumbre que dejaría y dijo que las obras que deja vienen libres de corrupción, como si ese fuera el principal valor. Luego habló del óvalo Monitor o el Metropolitano ampliado como proyectos emblemáticos. ¿Qué debería hacer Muñoz en este último año?
Lo que ya se está haciendo, la recuperación del Centro Histórico. No es una tarea de una vida, sino de varias vidas y en paralelo. Sería importante para muchas personas.
“La ciudad ya no existía”
—¿Cuándo comenzó su relación con Lima? Melville decía que esta es “la ciudad más triste”, y con razón, pero para otros es sencillamente la más hostil.
De muy niño descubrí un libro de Manuel Atanasio Fuentes que me acompaña hasta ahora, “Lima: apuntes históricos, estadísticos y costumbres”, publicado en París en el año 67. Es un libro lleno de litografías de Lima. Como todo niño curioso, quería conocer esa ciudad pero no podía, porque ya no existía. Así nace este idilio con la vieja Lima, la Lima histórica, llena de belleza, de encanto, de historias. Conforme fueron pasando los años, fui conociéndola un poco más hasta el punto de enamorarme por completo, pero no de lo que podemos ver, sino de lo que yo sé que hubo.
—Alguna vez contó también que entre sus primeros recuerdos limeños están las iglesias, que es probablemente lo que viene a la mente a quien piensa en el Centro Histórico.
Cuando conocí este libro, pedí a mi mamá y mi abuela que me trajeran a Lima. Y recuerdo la capital llena de ambulantes, la agresión de la ciudad, y luego vi cómo la ciudad fue renaciendo. Pero me acuerdo de haber caminado del claustro de San Francisco, o el de Santo Domingo, y lo que pasaba afuera es hostil. Ese doble recuerdo es muy gaseoso, pero estaba en capacidad de cuestionar a los guías de turismo.
—Esa ciudad seguía siendo desordenada y agresiva cuando empezó a estudiarla. ¿Qué encontró?
Tenía clases de Historia del Arte en la PUCP con Ricardo Estabridis, temprano en la mañana, y de Historia de la Arquitectura en la tarde, con Frederick Cooper. ¿Qué hacía? No me iba a mi casa, me iba a caminar al Centro de Lima, a meterme adonde nadie me llamaba, que es la única forma de conocer. Me iba a jirón Huanta, a Cinco Esquinas. Le decía a Ricardo: “He visto el cuadro de Santa Úrsula y las 11 mil vírgenes en la antesacristía de San Agustín”, y él me hablaba de eso. Así pude terminar de ver lo que de niño no había podido, pero además lo podía estudiar.