En la víspera del Jueves Santos del 2015, dos granadas fueron lanzadas contra una lujosa camioneta Porsche y el hecho alarmó a los vecinos de San Miguel. El ataque provocó el estallido del vehículo y de uno de los casos más sonados del narcotráfico en el Perú. El blanco del atentado, Gerald Oropeza, sobrevivió a las granadas y los disparos, y cinco años después ha salido bien librado de un juicio por tráfico ilícito de drogas.
Desde el penal de Puno, mientras se le dictaba sentencia el miércoles pasado, Oropeza se frotaba las manos, quizá como gesto de celebración por el fallo. El Poder Judicial lo absolvió del delito de narcotráfico y solo lo encontró culpable de conspiración para el tráfico de drogas. Fue condenado a ocho años de prisión, de los cuales ya cumplió cinco. Gozaría de libertad en la primavera del 2023.
Poder Judicial condenó a 8 años de cárcel a Gerald Oropeza por el delito de conspiración para el narcotráfico
La noche del atentado salió ileso de su vehículo, y la semana pasada se libró de una condena de 29 años de prisión solicitada por el Ministerio Público. Luego de años de investigación, la fiscalía no consiguió acreditar la existencia de la droga que presuntamente Oropeza planeaba enviar a Europa. Y sin droga, no hay delito.
“No fue fácil buscar pruebas desde un inicio”, argumenta el fiscal a cargo del caso, Lucio Sal y Rosas, en diálogo con El Comercio. Y las pruebas que obtuvieron también se fueron cayendo: un testigo de la fiscalía se retractó sospechosamente y desaparecieron celulares dañados durante el ataque.
La estrategia de su despacho, cuenta Sal y Rosas, fue plantear dos hipótesis de investigación. La primera estuvo definida desde un inicio y apuntaba al delito de conspiración para el tráfico de drogas. Las pruebas principales eran conversaciones vía WhatsApp entre Oropeza y un narcotraficante italiano conocido como Zazá, en la que coordinaban el envío de droga.
La segunda hipótesis fue la del delito de tráfico de drogas y surgió en una conversación entre Sal y Rosas y un fiscal adjunto. “Todo indicaba que habría existido cuando menos el envío del dinero [...] Ese dinero no era para comprar lienzos, trigo ni papa. Era para comprar droga de la buena, de calidad, que viene de provincia”, cuenta el fiscal.
Mar de cocaína
Pocos días después del atentado, Oropeza desapareció sin dejar rastro y se convirtió en uno de los hombres más buscados del país. Mientras tanto, en el Callao, el ‘preñado’ de contenedores y barcos seguía su curso. Para ‘preñar’; es decir, para insertar droga burlando los controles de seguridad, las bandas de narcos contratan ‘especialistas’, generalmente personas delgadas y de baja estatura que evaden los visores de las cámaras de seguridad en el puerto, llegan hasta los contenedores, rompen los candados y meten droga en maletines, explica Pedro Yaranga, experto en temas de narcotráfico.
Gerald Oropeza niega ser un capo de la droga y dice que sus bienes son producto de los negocios de sus padres
El puerto chalaco está invadido por organizaciones dedicadas al tráfico de drogas, como las que sucedieron a Gerald Oropeza, afirma Yaranga. “Si caen los cabecillas, los integrantes crean otras bandas, se enfrentan por el control de zonas, hay ajustes de cuentas y aparecen nuevos ‘líderes’”, dice. Es un círculo vicioso que desangra al Callao.
El mismo día en que Oropeza fue capturado en el balneario de Salinas, en Ecuador, el 12 de setiembre del 2015, las autoridades atraparon en el Callao a tres buzos y 10 estibadores cuando intentaban ‘preñar’ un barco con más de 180 kilos de droga en el primer puerto.
De la Dirandro a la DEA
Desde un edificio, un testigo del atentado al Porsche grabó la huída de Oropeza y otras tres personas aquella noche. Oropeza abandonó la camioneta desde el asiento del piloto y huyó por la berma central de la cuadra 7 de la avenida Insurgentes. Una mujer salió por otra puerta del vehículo y emprendió la huida con rumbo desconocido. Lo mismo intentó hacer un joven que vestía una bermuda blanca, pero se detuvo a los pocos metros.
El caso Oropeza, que incluye allanamientos, prisiones preventivas y asesinatos en el mundo del hampa, siempre vuelve a esa primera escena y a sus protagonistas. En el Porsche viajaban Luis Acuña, Juan Berrío, Olenka Cuba y Carlos Sulca, quienes regresaban a Lima después de un viaje a Cancún (México).
Heridos, Juan Berrío y Carlos Sulca fueron trasladados a distintos hospitales y entregaron sus celulares a la Policía. En el Porsche baleado también se encontraron celulares dañados. De ellos se obtuvieron las conversaciones y audios que incriminaron a Oropeza.
Cuando sucedió el ataque al Porsche, personas del entorno de Oropeza ya eran rastreadas por la Dirección Antidrogas de la Policía (Dirandro). Esa división había solicitado apoyo logístico a la Drug Enforcement Administration (DEA) para desarmar una presunta red de narcotráfico internacional con nexos en el Callao, detallan fuentes de El Comercio. Fue así como la DEA apareció mencionada en el caso Oropeza.
La Dirandro estaba tras los pasos de Renzo Espinoza Brissolesi, alias ‘Rencito’, señalado como brazo armado de Oropeza. Además, la lujoso camioneta destruida con granadas ya había sido intervenida en el 2014 en Breña, cuando movilizaba a Carlos Sulca y Juan Berrío. En esa intervención, la Policía halló droga y una pistola.
Pero en años de investigación la fiscalía no consiguió acreditar la existencia de la droga que convertía a Oropeza en un narcotraficante. La fiscalía tuvo que retirar los cargos por tráfico de droga y el Poder Judicial lo absolvió de ese delito. También quedaron absueltos ‘Rencito’, Carlos Sulca, Juan Berríos, el italiano Zazá (Salvatore Zazo) y otros acusados de integrar la presunta banda de Oropeza.
Desde una cárcel en Puno, Oropeza insistió en que no es el capo de la droga que todos pensaron, y que su fortuna viene de la empresa de limpieza que administraron sus padres, Sergero SAC., que obtuvo licitaciones con el Estado peruano desde la década de los 80.
“Al capo de capos nunca le han encontrado ni un gramo”, dijo en diálogo con el programa Día D la semana pasada, vestido de terno azul y camisa blanca, sin las gruesas cadenas de oro ni los relojes que ostentaba cuando era conocido como el ‘Tony Montana peruano’.
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