¿Cómo podemos vencer a la muerte? Esta ha sido, sin temor a exagerar, una de las preguntas que con mayor frecuencia nos hemos hecho los seres humanos a lo largo de nuestra existencia. En ese sentido, conseguir que otros vivan gracias a nosotros parece una victoria bastante clara.
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El 2 de julio, un menor cuya identidad se mantiene bajo reserva, falleció por muerte cerebral producto de un accidente de tránsito. En medio del dolor, sus padres decidieron donar sus órganos, los mismos que nos permitieron conocer las historias que aquí le presentamos.
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“UN ANGELITO AL QUE DEBÍA SALVAR”
A inicios de diciembre del 2017, Cledy Carhuallanqui Unsihuay llevó a Margiory, su hija de entonces 7 años, a un hospital de Huancayo. La niña había convulsionado y, tras ser atendida en emergencias, los médicos determinaron que tenía anemia.
“Le transfundieron sangre y pasó un par de meses bien, pero luego nuevamente se puso mal. No le detectaron nada más en el hospital de Huancayo, así que la llevé a un médico particular, quien me dijo que allá no podrían hacer nada, que debíamos traerla a Lima”, cuenta Carhuallanqui a El Comercio.
Casi de inmediato la desesperada mujer consiguió los recursos para viajar junto a Margiory y llevarla al antiguo Hospital del Niño, ubicado en el distrito de Breña. El cuadro era grave, la niña debía quedarse internada para practicarle los estudios necesarios, los mismos que dos meses más tarde confirmarían que sufría de una enfermedad a los riñones.
“Me dijeron que le harían hemodiálisis. En ese momento no sabía qué hacer. Me puse a llorar, no sabía dónde vivir. A la semana tenía tres hemodiálisis, cada una de tres horas y media. A veces salía mal, cansada”, recuerda Carhuallanqui. Los dos años siguientes, Margiory continuó el tratamiento, hasta que su madre solicitó una transferencia al Hospital del Niño de San Borja para someterla a un trasplante renal.
Entonces, la familia Carhuallanqui se encontró ante un nuevo obstáculo, la baja tasa de donación de órganos que colocan al Perú penúltimo de la región en este aspecto.
Ante este nuevo escenario, Cledy tomó una decisión: donaría uno de sus riñones para salvar la vida de su hija. “Mi hija es muy pequeña, un angelito, yo tenía que salvarla”, explica. De esa forma inició una serie de exámenes y acondicionamiento para determinar si podría realizarse el trasplante. Pero una nueva mala noticia llegaría.
“Cuando me informaron que no era compatible me derrumbé, me puse a llorar nuevamente. El doctor me dijo que me calme, que tenía la intención de salvarla, pero solo podía entrar a la lista de espera”, recuerda Cledy.
Con la llega del 2020, las noticias no mejoraron. Margiory se contagió de COVID-19 y tuvo que estar aislada por ocho días. Además, a mediados de año volvió a convulsionar.
“Hemos pasado noches enteras llorando las dos, cada vez perdíamos más las esperanzas. Pero yo sacaba fuerzas por ella, le pedía mucha ayuda a Dios”.
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AMOR DE MADRE
En el 2013, Diana Eneque Castro llevó de emergencia a su pequeño Alejandro, de 1 año y 8 meses, luego de que se desmayara repentinamente.
“Estaba inconsciente, no reaccionaba, pasó casi 10 días inconsciente en el hospital (del Niño de Breña). Los doctores me dijeron que no podían hacer más, solo debía esperar a que Dios nos ayude. Tras 11 días, mi hijo despertó, y pensaba que no iba a reconocerme, que no podría hablar ni caminar, pero reaccionó y me llamó mamá”, recuerda la mujer.
Los médicos determinaron que el niño sufría del Síndrome Urémico Hemolítico (SHU), una afección grave que ataca a los vasos sanguíneos de los riñones provocando insuficiencia renal y poniendo en riesgo la vida de los pacientes.
En el caso de Alejandro, el SHU afectó seriamente su riñón, causando que necesite de diálisis para poder seguir vivo. “Pasé 7 meses en el hospital aprendiendo cómo podía hacer la diálisis peritoneal en casa”, explica Eneque.
“El amor de madre, joven. El amor al hijo es inmenso. Vengo de una familia donde me enseñaron a querernos entre todos, a ser muy unidos. Siempre tenemos que lucharla, nunca quedarse atrás, siempre hay una solución. Mientras haya vida, hay solución”, responde al ser consultada de dónde obtuvo la fuerza necesaria para llevar adelante el tratamiento.
La enfermedad limitó el crecimiento de Alejandro, causando que en la actualidad con 10 años parezca un niño de 5, además su madre explica que su alimentación debía ser especialmente cuidadosa. “Es muy baja en sal, azúcar y aderezos. Todo eso altera a sus valores, una mala dieta haría que se le suba el potasio o el fósforo, por ejemplo”, detalla.
Eneque no solo se propuso salvar a su hijo sino, además, intentar que disfrute de su infancia, pese a lo dura de la enfermedad.
“Pese a todo, creo que ha tenido una bonita infancia, nunca dejamos que la enfermedad le impida jugar o ir al colegio, pero si continuaba enfermo hasta la adolescencia, habría sido más difícil porque los chicos ya no quieren tomar los medicamentos o seguir su tratamiento. Comienzan a preguntarse por qué les pasa esto a ellos. Hubo momentos en los que mi hijo me preguntaba ‘¿por qué tengo esto, qué me pasó?’. Yo intentaba explicarle y calmarlo, para que no lo lleve a malas decisiones”, comenta la madre.
Hace 4 años, Alejandro ingresó a la lista de espera por un donante de órganos. En este periodo, los médicos los han contactado tres veces con la intención de someterlo a un trasplante, todas ellas sin embargo resultaron infructuosas.
“Fuimos dos veces y la tercera fue por teléfono. La angustia de saber si tu hijo será o no el bendecido es enorme. Y cuando te dicen que no lo es, que será para la próxima, es muy duro”.
LLAMADA DE ESPERANZA
El 2 de julio de este año, luego de que los padres del menor fallecido tomaran la decisión de donar sus órganos, el personal médico realizó dos llamadas.
Cledy atendió el teléfono al interior del pequeño cuarto que alquila en Lima desde que Margiory es atendida en la capital; mientras, Diana estaba en su casa de Chilca. “Tenemos un donante, vengan inmediatamente al hospital para hacer las pruebas”, les dijeron respectivamente.
“‘Disculpe, ¿me está bromeando o cómo es?’, eso fue lo primero que le dije porque por la pandemia yo pensaba que no habría donante. Pero la licenciada me dijo que agarre mi mochila y vaya de inmediato. En ese momento no lo creía, no lo creí hasta que estuvimos ahí. Era un sueño”, recuerda Cledy Carhuallanqui.
“Esta cuarta vez había perdido esperanzas, fui confiando solo en Dios. Llegué y me confirmaron que Alejandro era compatible, la emoción no cabía en mi pecho, no podía ni hablar al saber que recibiría un riñón. Es una emoción y un agradecimiento tan grande que solo la entenderá quien haya pasado por esto”, explica por su parte Diana Eneque.
“Cuando hablamos de compatibilidad, quiere decir que nuestras células sanguíneas deben ser recibidas por el paciente, sino el cuerpo rechazará el órgano. A eso se le llama la incompatibilidad y se determina tras un estudio de citometría de flujo a través de patología”, explica la doctora Zulema Tomas Gonzáles, directora general del Instituto Nacional de Salud del Niño de San Borja.
La doctora Tomas detalla que la operación de Margiory y Alejandro tomó cerca de 12 horas y participaron más de 60 profesionales de distintas ramas médicas.
El 20 de julio, ambos niños fueron dados de alta médica. Sus cuerpos aceptaron los órganos donados y la recuperación en el hospital finalmente había terminado.
“El cumpleaños de Margiory es el 6 de agosto. Ella siempre se sentía mal, no comía y se desesperaba por esto. Lo único que quería era celebrar su cumpleaños. Gracias a Dios y a este angelito, ella sigue viva y ahora se siente bien”, cuenta su madre.
“Llegamos a casa felices, muy felices, era una nueva etapa, una nueva vida gracias a la recuperación de mi hijo. La emoción que siento al verlo recuperado y haciendo su vida normal es enorme, no solo para mí sino para toda mi familia”, señala por su parte la mamá de Alejandro.
LARGA ESPERA
En la actualidad, más de 7 mil pacientes se encuentran en la lista de espera de un trasplante en nuestro país, según Essalud. Seis de ellos son niños que aguardan por un trasplante renal.
“La cultura de donación de órganos en nuestro país es bajísima. De cada millón de personas, solo 2 donan sus órganos, mientras que en países como Estados Unidos o regiones como Europa la tasa de donación es del 40% o 50%”, explica la doctora Tomas.
Con la pandemia, además, la situación se tornó aún más desfavorable, llegando a registrarse una tasa de 0,5 donantes por millón de habitantes. “La población no acudía a los centros de salud por temor al contagio. Por ello, viendo esta dificultad, comenzamos a hacer trasplantes de los propios familiares que buscaban salvar la vida de sus hijos”, añade la especialista.
Tomas resalta también que muchas veces el impedimento para la donación de órganos llega por parte de los familiares, quienes se oponen a que esto se realice pese a que el DNI del fallecido así lo indica.
“Yo te voy a ser sincera, soy anestesióloga cardiovascular, vengo del Instituto de Salud del Niño de Breña y tengo más de 35 años de carrera. Dentro de mi especialidad he visto que estos niños no tenían ninguna posibilidad de vida en el país, pero hoy sí. Antes solo podíamos reanimarlos y luchar por uno o dos días, pero terminaban falleciendo, ahora no. Desde el 2018 en nuestro hospital hemos realizado 22 trasplantes renales y 6 hepáticos a niños; además, de más de 114 trasplantes de médula ósea, también a menores”, asegura la doctora. “Lo que queremos es que realmente los peruanos demostremos lo solidarios que somos, que donemos para salvar vidas”.
“Yo solo les diría que donen porque permite que otra persona tenga la oportunidad de empezar una nueva vida. Quisiera que todos los que nos lean entiendan eso, no lo hagan por el padre o la madre sino por el niño que pide a gritos que lo salven”, dice la madre de Alejandro.
“Yo no sé cómo agradecerle (a los padres del niño donante) por decidir que ese angelito done sus órganos, deseo con todo mi corazón que Dios los ayude mucho en la vida. Ahora su hijo, de alguna manera, sigue vivo a través de mi hija”, expresa por su parte la mamá de Margiory.
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