En ecología, resiliencia es el término que se utiliza para describir la capacidad de un ecosistema de regresar a su estado original tras absorber perturbaciones a su funcionamiento. Esta cualidad ha sido comprobada en los Pantanos de Villa por investigadores de la Universidad Científica del Sur, un año después del siniestro ocurrido allí.
El 28 de noviembre del 2014, siete hectáreas de este pulmón de Lima se incendiaron. La dificultad para acceder al lugar y trasladar agua al área impidió que los bomberos, apoyados por vecinos de las urbanizaciones colindantes y miembros del Ejército, pudieran extinguir con celeridad las lenguas de fuego.
El siniestro, que duró 10 horas, transformó la verde vegetación del lugar en pilas de cenizas y mató a miles de organismos en su hábitat natural. En ese entonces, muchos sentenciaron que los pantanos no se iban a recuperar del golpe.
Se manejan dos hipótesis sobre el origen del incendio. La primera: una fogata producto de curiosos invasores que se hizo inmanejable. La segunda: un incendio controlado hecho por totoreros del área que escaló sin control. Ninguna de estas teorías ha podido ser corroborada, pese a que la falla fue indudablemente humana.
Transcurrido un año de la tragedia, la naturaleza ha respondido con contundencia a la transgresión: más del 80% de la vegetación dañada se ha recuperado. Ante ello, aves migratorias y aves residentes, como los patos silvestres y las garzas blancas, han vuelto y todo gracias a la capacidad de las mismas especies del lugar para resurgir de las cenizas.
“La naturaleza tiene sus propias estrategias de adaptación que muchas veces los humanos subestimamos”, dice Héctor Aponte, uno de los biólogos investigadores.
A raíz del siniestro, investigadores de la Universidad Científica del Sur firmaron un convenio con la Municipalidad de Lima, a través de Prohvilla y el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Sernanp), para estudiar las consecuencias del incendio y medir la capacidad de resiliencia de este ecosistema. Se colocaron transeptos en parcelas para identificar la cobertura, el número de tallos, la floración, entre otras variables. En toda el área quemada, se analizaron 46 puntos que configuraron un mapeo de especies de juncos, carrizos, totora y corta corta afectados por el fuego.
Según el estudio, algunas plantas, como la corta corta, ya están en etapa de floración (madurez reproductiva) –tiene sus puntos de crecimiento bajo el suelo– y su recuperación no ha tenido inconvenientes.
El incendio, además, ha permitido que otras especies tomen este lugar como su hábitat. Hay una nueva composición de plantas que también se han creado a raíz de la inundación de las zonas como estrategia de recuperación. Además de que el hábitat se recupere más rá- pido, las bondades de estas acciones incluyen también que se generen nuevos ecosistemas. “Se han formado pequeñas lagunas por el desvío del agua de los canales, donde nuevos organismos se han posicionado”, dice Gustavo Lértora, biólogo e investigador del proyecto.
Modelo disfuncional
La administración de los Pantanos de Villa la tiene Prohvilla en un 80%; y el Sernanp, en un 20%. Esta figura institucional bicéfala podría dificultar la gestión de la reserva a largo plazo, según los investigadores. “Mientras Sernanp garantizó el ingreso para hacer esa investigación, Prohvilla demoró más de un mes en autorizar el estudio. Ese retraso pudo tener varias implicancias en los resultados”, señala Aponte.
“Quizá [el retraso] pudo deberse al cambio de administración que sucedió meses atrás en Prohvilla. Hacerles entender a los funcionarios de esa entidad municipal que este proyecto era beneficioso fue bastante difícil”, añade Lértora. Ambos biólogos creen que una sola cabeza haría mejor gestión de los pantanos.
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— Sociedad El Comercio (@sociedad_ECpe) noviembre 30, 2015
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