Es pavoroso ver el modo como en Lima la muerte de más de 120 compatriotas en lo que va del año, víctimas de los llamados friajes o heladas, puede pasar sin mayor reacción social ni capacidad de indignación. Luto, menos.
Las víctimas, en su mayoría niños y adultos mayores de regiones andinas y amazónicas, fallecieron a causa de temperaturas extremas que llegaron a sobrepasar los 20 grados bajo cero, lo que causó enfermedades que en un país civilizado podrían neutralizarse: neumonías o infecciones respiratorias. En la capital, esto no nos importa.
Esta indiferencia es más crítica si asumimos que año tras año, desde hace más de una década, recibimos por estas fechas noticias idénticas, reportes que se podrían copiar y pegar de un período a otro y serían igual de precisos: “Defensa Civil informó que hasta la fecha se ha reportado el fallecimiento de 312 personas a causa de infecciones respiratorias agudas…” (RPP, 17/8/2014).
Sin embargo, para el ministro de Salud, Aníbal Velásquez, es de atender que se está disminuyendo el número de víctimas. “129 casos de muertes por neumonía. Comparado con años anteriores, estamos debajo del 40% del promedio”, dijo hace unos días.
Si tener un solo muerto por un evento natural ya debería causar conmoción oficial, ¿contar 129 no debería ser razón de escándalo, crisis política e incluso renuncias a cargos públicos?
Pero para los limeños que, al mismo tiempo escuchábamos al presidente hablar triunfante del éxito de sus políticas sociales y de inclusión –y ni una palabra sobre esta catástrofe–, el asunto suena tan lejano como lo eran las matanzas de conciudadanos quechuas o asháninkas en la época del terrorismo.
Si son quechuas o aimaras, no hay mayor sentido de nacionalidad común. Si son lamas o huitotos, y el frío extremo se posa en partes recónditas de la Amazonía, es otro Perú. No el mío. Así es nuestro centralismo, un estado de ‘racialización’ del ciudadano auténtico, uno que habla castellano y vive en las ciudades, y cuya autosuficiencia se viene perennizando en toda nuestra historia republicana.
Visto así, el mal del friaje o las heladas nada tiene de desastre natural. Es un desastre cultural y político en su más grande expresión. Es un desastre también humano, que bien se puede expresar en palabras de aquel ministro de Salud, quien frente a una calamidad idéntica, allá por el 2007, decía: “Esperábamos más muertos”.
En un país civilizado, la sociedad civil, a través de sus empresas, universidades, ligas profesionales y grupos cívicos en general ya se hubiese organizado y creado una cadena de valor que provea a los casi 500 distritos afectados de lo que necesiten: energía, postas de salud, medicinas, información calificada y acceso a telefonía. No solo caritativas frazadas.
Pero como todo ello ocurre tan lejos de Lima, ay, seguiremos muriendo. Y así, año tras año, sin ninguna vergüenza, ni banderas a media asta.