Cada vez que un vecino se apropia de un pedazo de calle o asume que el parque contiguo a su casa es extensión de su propiedad, en los limeños, muere un poquito el espíritu del buen ciudadano. Peor aún, nos refuerza la idea de que aquí se hace lo que a cada uno le viene en gana.
Un poquito de ese espíritu murió anteayer cuando, vía WhatsApp de El Comercio, distintas personas denunciaron haber recibido amenazas y agresiones por parte de residentes de la calle La Técnica, de San Borja.
Estos agresores, apoyados por supuestos vigilantes particulares, impedían a los visitantes que estacionen en parqueos de la zona, debidamente señalizados como tales por el municipio.
Una de las víctimas reveló: “Me estacioné en uno de los sitios cuando un ‘vigilante’, según él autorizado por la junta vecinal, vino a decirme que no podía. Le dije que era un estacionamiento público, a lo que respondió con amenazas de bajar las llantas y romper las lunas de mi vehículo”.
En uno de los videos que acompañan las denuncias se ve a un supuesto vecino –más bestia aun que el patibulario guardia– que respalda y agrava: “Saca tu carro o lo reviento ahorita, yo vivo aquí, yo te lo voy a reventar”.
Apropiaciones antojadizas y dañinamente anticívicas del espacio público como estas son, lamentablemente, cosa de todos los días en la capital.
Peor aún, en algunos distritos funcionan lo que el abogado Carlos Carpio llama “mafias del estacionamiento”: suertes de valet parking que delincuentes organizados instalan para ubicar autos en sitios liberados.
La respuesta de los municipios, como el de San Borja, es la de poner más serenos. Es que, ante la claudicación de la policía frente a la delincuencia común, las comunas se valen de los recursos que tienen para poner orden. Frente a lacras así es que algunos alcaldes piden, por ejemplo, equipar a sus serenazgos con armas no letales.
Pero atención: como Carpio también advierte, el remedio puede ser más grave que la enfermedad. La disparidad en los protocolos de acción de estas fuerzas municipales es tan grande como distritos tiene la ciudad, lo cual puede acrecentar los niveles de anarquía.
¿Qué hacer de inmediato? Si prospera la propuesta, Carpio recomienda normar en términos homologados el accionar armado de los serenos en por lo menos tres aspectos: la misma capacitación de los efectivos en su despliegue, un solo protocolo nacional para protección del vecino y del propio sereno, y la creación de un único régimen de infracciones y sanciones uniforme.
Como sostiene Gino Costa en su libro “Los serenazgos en Lima” (2010), no hay duda de que estos le vienen ganando las calles a la policía en Lima. Mientras estas fuerzas municipales crecen en número y poder, la policía decrece en eficiencia y respeto.
Abramos los ojos a esta triste y crítica realidad, y por lo menos hagámoslo con responsabilidad profesional. Es lo que una sensata cultura cívica demanda y lo que el espíritu del buen ciudadano agradecerá.