El 13 de enero, el chileno Alejandro Aravena ganó el Premio Prtizker (comparable al Nobel de arquitectura). A sus 48 años, es el arquitecto más joven que lo ha recibido. Según la Fundación Hyatt, su trabajo o el de su estudio Elemental “genera una oportunidad económica para los menos privilegiados […] y muestra cómo la arquitectura puede mejorar la calidad de vida de las personas”.
Su obra más reconocida es la quinta Monroy, un prototipo de 100 viviendas para una comunidad de bajos ingresos en Iquique.
La decisión de entregar el premio a Aravena no se ha visto exenta de polémica. Según el crítico Tim Abrahams, en el pasado se ha asignado “el galardón a la obra de maestros como Siza, Koolhaas o Murcutt […]. El premio ahora se ha dirigido hacia la intención moral detrás de la obra en lugar de su calidad”.
Si bien es un galardón controversial, creo que el mensaje es positivo, ya que se premia una práctica que ha construido un discurso y un compromiso social. Al otorgar el premio a Aravena, el jurado responde a las críticas hacia el oficio de la arquitectura.
Estas se resumen en un artículo de Steven Bingler y Martin Pedersen en “The New York Times”, en el que se preguntan: “¿En qué momento la capacidad de la arquitectura para mejorar la vida humana se perdió, al ser incapaz de conectarse con las personas?”. Según una columna de Ed Heathcote, en “Financial Times” sobre el Pritzker: “Aravena da respuesta a las críticas sobre el elitismo de la profesión”.
Lima no es ajena a este debate ya que existe una crisis de relevancia de la profesión al igual que en otras partes del mundo. En el ámbito internacional, los arquitectos de otros países en América Latina son reconocidos por sus proyectos de corte social, como los casos de Colombia, Chile y Brasil, en donde el Estado aprovecha a sus mejores profesionales generando concursos. En contraste, aquí el Estado todavía concede la ejecución de edificaciones públicas a través de licitaciones que valoran la propuesta económica en vez de la calidad. Esto resulta en proyectos mediocres.
Justamente, la Villa para los Panamericanos está en planeamiento. Como legado para la ciudad, se proyectarán alrededor de 1.200 viviendas. Esta es la oportunidad para realizar un concurso que elija a arquitectos para desarrollar prototipos de vivienda pensados para resolver la problemática local. Más allá de responder al déficit actual, el proyecto podría explorar nuevas maneras de mejorar la calidad de vida y de permitir que las mejores ideas se consoliden.