El período que discurre entre Navidad y Año Nuevo es para muchos un detente en la rutina y quizás los afanes del corre corre se trastocan hacia un surrealismo en donde la remembranza hace sitio y hasta mella. Por eso en esta columna entre ambas fiestas me permito poner en el recuerdo el eco de las navidades pretéritas en Lima para ver si es que algo queda, algo resuena en una ciudad que furiosa pasa de las fiestas decembrinas a entregarse a la seducción del verano, el nuevo affaire de una urbe entregada a la sensualidad.
El asunto de las navidades era mucho más extenso en épocas virreinales, cuyas tradiciones se arrastraron hasta los albores del republicano siglo XX, en donde el 7 de cada mes comenzaban las ceremonias en homenaje a la Purísima Concepción. El 13 se sembraban los ‘triguitos’ en todos los nacimientos; el 15 comenzaban las novenas de aguinaldo, nueve días de misas festivas con villancicos que en algunos países como Venezuela siguen siendo tradicionales. En Lima, esta era la misa más animada del año, con pitos y matracas, imitaciones de los gritos de los animales y cohetones, entre otros. La Navidad se celebraba el 24, 25 y 26. El 28 se conmemoraba la masacre de los Santos Inocentes, con chanzas y bromas; el 1 de enero se celebraba (aunque no lo crean) la Circuncisión del Niño; el 5 se paseaba el estandarte de la ciudad (hasta que desapareció el mismo); y el 6 era la gran fiesta de reyes, con paseo de alcaldes y caballos hacia la pampa de Amancaes.
Los belenes o nacimientos fueron lo más significativo (hoy el más famoso de esa tradición está en la iglesia de la Merced) en donde no solo se mostraban los pasajes del nacimiento, sino otras escenas bíblicas más arcanas (y libidinosas) como a Betsabé siendo espiada mientras se bañaba. También era posible encontrar a la tipología limeña representada en tamaleros, aguadores, etc. Otros colocaban comentarios sociales de la época como eventos ocurridos en el año o del recuerdo, como la entrada de Piérola por Cocharcas. Se ridiculizaban personajes del entorno político como el general Vivanco, que se pasó buena parte del tiempo representado en los nacimientos.
Los bailes y danzas eran parte de las fiestas, sobre todo en Bajada de Reyes, que era estimulada por una famosa trilogía según copla de la época: “Los tres reyes del oriente: vino, chicha y aguardiente”. Estaba tan identificada la chicha en diciembre, que se le llamaba los orines del Niño y servía para darle más color al acervo musical y dancístico de lo que posteriormente se conocería como criollismo.
Todo esto es fantasmal para las tradiciones presentes, pues muy poco o nada queda de todo esto. No solo porque las costumbres cambian, sino también porque la ciudad cambia. No obstante, aun cuando poco queda, el espíritu celebratorio de la Navidad permanece en una ciudad llena de luces artificiales y papá noeles panzones. ¡Felices fiestas, Lima ida!