La reforma o reordenamiento del transporte va más allá de infraestructura, corredores, rutas y empresas debidamente organizadas. Está también en todos nosotros, en nuestra conducta. Es un tema de ciudadanía.
El caos que se sufre en la capital se alimenta en gran parte de vehículos que para voltear a la izquierda se meten por el carril de la derecha, o que para ahorrarse la fila entran por la auxiliar y conductores que tocan la bocina sin siquiera mirar que el semáforo que detiene a los de adelante está en rojo.
Foto: Eduardo Cavero
Las personas que visitan Lima se llevan, en general, buenas impresiones de los peruanos: simpáticos, divertidos y educados, hasta que los ven en el tránsito. Ahí se acaban automáticamente el sentido común y la conciencia del prójimo.
La cultura del vivo es transversal a todos los estratos socioeconómicos, ya que puede ser el chofer de una combi, un auto viejo o un Audi del año el que comete faltas que generan externalidades negativas a los demás. Estas inconductas se alimentan (e incluso se celebran) diariamente con la falta de sanciones efectivas por romper las reglas. Detrás del volante se reclaman todos los derechos, pero se olvidan los deberes.
Ayer este Diario publicó un informe sobre conductas en el tránsito. En solo un mes en Lima, más del 90% de encuestados por Ipsos para El Comercio vio conductores que se pasan la luz roja y tocan el claxon indiscriminadamente, y peatones que no respetan el cruce peatonal o el semáforo. Más del 80% fueron testigos de insultos, que llegan a golpes en más de la mitad de los casos; el 66% de atropellos y el 57% de acoso sexual.
Dice el refrán, “donde fueres haz lo que vieres”. Quienes cometen faltas en el tránsito de Lima son los mismos que sí respetan las reglas de los países y lugares que visitan al viajar. El ejemplo perfecto (y uno que he experimentado varias veces por motivos familiares) es el cruce terrestre entre Tacna y Arica, atravesado diariamente por peruanos y chilenos. Santa Rosa y Chacalluta están separadas por una corta distancia en kilómetros y una larga en conducta. Evidentemente, son las mismas personas quienes cruzan por ambos controles, más allá de sus nacionalidades.
Si se tratara de idiosincrasia, con una premisa de que la sociedad chilena es más desarrollada, se podría esperar que en ambos controles los chilenos fuesen respetuosos y educados; los peruanos, maleducados e irrespetuosos. Sin embargo, esto no sucede así. En el control de Chacalluta, tanto peruanos como chilenos respetan las filas y realizan en orden sus trámites. En Santa Rosa, un caos absoluto producido por ambas nacionalidades, las buenas conductas se relajan e incluso desaparecen.
Necesitamos reglas, autoridades que las hagan y se hagan respetar y sanciones que se apliquen a quienes las merezcan. No podemos ser ciudadanos en determinadas ocasiones, tenemos que serlo siempre, incluso cuando somos conductores, pasajeros y peatones.