Estoy segura de que los problemas de malnutrición en los niños de nuestro país no son por falta de interés ni por descuido, sino por falta de información y recursos para hacer cambios de fondo. Algo debe pasar que ni las campañas surten efecto en reducir significativamente los índices de malnutrición que tenemos.
El trabajo de La Revolución parte de nuestro interés por saber cómo se desarrolla el pensamiento: ¿por qué tenemos las capacidades cognitivas que tenemos? Hemos llegado a la conclusión de que la respuesta está relacionada con los problemas alimenticios, especialmente con la anemia en la temprana edad. Esta enfermedad no se limita a un niño que no rinde en el colegio. La anemia repercute en el desarrollo del país y lo condiciona a retroceder.
Necesitamos afrontar la malnutrición con un enfoque sistémico: todo tiene que estar alineado para aprender a comer y mejorar nuestra situación alimentaria. Los padres necesitan tiempo para priorizar las comidas de sus hijos, en lugar —por ejemplo— de desperdiciar horas en el tráfico. Los maestros necesitan ser capacitados para incluir en su práctica docente la educación alimentaria. El Estado debe proteger a los niños y brindarles espacios seguros, como las escuelas y alrededores, donde no sean presa de la publicidad de alimentos de mala calidad. No es necesario decir que esa publicidad debe ser imperativamente regulada.
Si no invertimos en nuestros niños hoy, nuestro futuro será oscuro. Los niños que no desarrollaron sus capacidades cognitivas y físicas al máximo serán los ciudadanos de un mañana con limitaciones irreversibles. Si tanto nos importa el bienestar, la competitividad y la innovación, es hora de resolver los problemas de nuestro sistema alimentario. Como país tenemos que conciliar nuestro desarrollo económico con garantizar los derechos fundamentales para que un niño se convierta en un ciudadano pleno. No existe bienestar si no permitimos que los niños alcancen todo su potencial.