La cultura de un pueblo reposa en sus creaciones, las que permanecen vivas en las páginas de sus libros. Hojear un libro es caminar, experimentar la vida de otros, alimentarse de experiencias y pensamientos. Cuando el fuego consume una biblioteca no hablamos de la simple evaporación de celulosa, lo que sucede es la pérdida irreparable de la obra de los hombres, de sus ideales y sus historias. Se va la memoria de una sociedad. La noche del 9 al 10 de mayo de 1943 fue la más oscura para nuestro valioso acervo cultural, pues un incendio se desató en la Biblioteca Nacional, en el centro de Lima.
El primero en dar la alarma fue el guardia de servicio Valeriano Grados. Cuando llegaron los bomberos las llamas tenían ya proporciones preocupantes. Las compañías France No 2, Grau de Barranco y Olaya de Chorrillos entraron en combate contra deflagración en medio de la madrugada.
Los bomberos pudieron liberar del fuego al Archivo Nacional, pero los ambientes del Instituto Histórico y la Sociedad Geográfica se habían convertido en una hoguera. Las tres entidades funcionaban en el mismo local de la biblioteca. Las principales mangueras fueron ubicadas en el patio central, donde la situación era crítica.
Al amanecer el siniestro parecía controlado, hasta que un monaguillo alertó que las llamas se acercaban a la Iglesia de San Pedro. A esas horas los salones América y Europa del principal centro bibliográfico del Perú habían desaparecido. A las diez y quince de la mañana finalmente se derrumba parte del edificio de la Sociedad Geográfica, que estaba en la parte alta del local.
Extinguidas las lenguas de fuego solo las oficinas de la dirección habían sido salvadas del siniestro, lográndose rescatar algunos documentos que se guardaban allí por su especial valor histórico. En sus paredes yacían los retratos de Ricardo Palma –obra del pintor Teófilo Castillo-, el gran restaurador de la biblioteca, y Don Francisco de Paula González Vigil, su primer director.
El director de la biblioteca, Carlos Romero, fue alertado de la situación a las dos de la madrugada. Impotente ante el desolador panorama comentó que se habían perdido más de cien mil volúmenes empastados y cuarenta mil manuscritos, entre ellos la colección del Mercurio Peruano y la Geografía de Juan Glave, una de las pocas que existían en el mundo. Las colecciones de periódicos se consumieron en su totalidad, aunque se salvaron la enciclopedia británica, italiana, francesa y española, explicó el director a los periodistas.
En los días siguientes empleados y funcionarios recorrieron los escombros del siniestrado lugar tratando de rescatar de entre las cenizas libros y documentos, como quien busca sobrevivientes luego de una batalla.
Muestras de apoyo
El día martes el director informó la existencia un seguro con la compañía Rímac por cien mil soles. Asimismo, Librerías Unidas había donado dos mil soles para la compra de libros y la Asociación de Artistas Aficionados ofreció ayudar mediante funciones, colectas y donaciones.
La embajada boliviana comprometió su ayuda ante la desgracia. Los gobiernos de Estados Unidos, Colombia y Venezuela también mostraron su pesar. Asimismo, la International Petroleum y la Librería Internacional del Perú donaron dinero. Y la Asociación Médica Peruana Daniel Alcides Carrión prefirió entregar libros.
En días posteriores Romero señaló con algún alivio que se habían salvado los cinco primeros libros editados en Lima por las prensas de Antonio Ricardo, entre ellas la “Doctrina christiana” de 1584, que es el primer libro impreso en toda la América del Sur. En diciembre del 2011 este ejemplar fue parte de los valiosos incunables presentados por Perú ante la Unesco, para formar parte de su programa Memoria del Mundo.
La titánica tarea de reconstrucción recayó en Jorge Basadre, nombrado por el presidente Manuel Prado. Pero el ilustre historiador no se limitó a levantar la nueva Biblioteca Nacional, sino que además se preocupó de la formación técnica del personal. Y hasta llegó a crear la Escuela Nacional de Bibliotecarios en 1944.
Evitando nuevas tragedias
Ahora la tecnología pone al servicio de los bibliotecólogos muchas herramientas para salvaguardar la información de las colecciones bibliográficas de archivos y centros de documentación. Desde modernas técnicas de recuperación y restauración hasta la utilización de los servicios de digitalización, que permiten conservar en un una “bóveda virtual” el contenido de los libros y documentos, pero también difundirlos a través de la red.
La desaparición física de libros, cartografía y fotos que se albergan en una biblioteca siempre será una tragedia, pero tomar medidas de protección oportunas atenuará la pérdida del conocimiento albergado en estos documentos.
La moderna Biblioteca Nacional del Perú
Actualmente la Biblioteca Nacional del Perú (BNP) cuenta con una Biblioteca Virtual, que gestiona acciones, programas y proyectos de digitalización y difusión electrónica del patrimonio documental y bibliográfico. Además, cuenta con equipos especializados en capturar imágenes de diversas dimensiones, provenientes de libros, periódicos, mapas, fotos, etc. Luego edita las imágenes escaneadas, realizando un riguroso control de calidad para preservar la veracidad del material digitalizado, obteniendo así un producto final en formatos pdf, doc, tif y jpg.
Aunque existe un proceso de inventariado por culminar, se calcula que la colección total de volúmenes en custodia de la BNP es alrededor de 7 millones.