La regresión democrática en el Perú se inició antes de la pandemia pero esta elección, y su eventual resultado, sea cual sea, puede hacernos avanzar por una senda iliberal de la cual será difícil salir. (Foto: Josué Ramos Champi/ GEC)
La regresión democrática en el Perú se inició antes de la pandemia pero esta elección, y su eventual resultado, sea cual sea, puede hacernos avanzar por una senda iliberal de la cual será difícil salir. (Foto: Josué Ramos Champi/ GEC)
/ JOSUE RAMOS CHAMPI
Omar Awapara

De acuerdo con algunos cálculos, la pandemia ha provocado que la tasa de pobreza en el país aumente en 10%, o el equivalente a desandar 10 años, o una década de progreso en esa lucha. Este retroceso no es solo el resultado directo de la llegada del , sino también de las condiciones que encontró en el país. El virus dejó a la vista nuestras falencias estructurales y de gestión.

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La regresión democrática en el Perú se inició antes de la pandemia pero esta elección, y su eventual resultado, sea cual sea, puede hacernos avanzar por una senda iliberal de la cual será difícil salir. La persistencia del marco institucional democrático, que sobrevivió incluso a remezones fuertes como cierres de y vacancias presidenciales, fue notable, precisamente por lo endeble que son nuestros fundamentos. Algunas grietas se abrieron, eso sí.

En el ránking de Freedom House, por ejemplo, perdimos el estatus de democracia “libre” para pasar a ser una “parcialmente libre”, por los choques entre Ejecutivo y Legislativo desde el 2017 que han “severamente perturbado la gobernabilidad y la lucha anticorrupción, causado tensión en el orden constitucional, y culminado en la sucesión irregular de cuatro presidentes en 3 años” ().

Y con ese antecedente llegamos a esta elección, otro evento sísmico de proporciones, donde nos vemos en la situación de tener que obligar a los dos candidatos a firmar una loable pero deprimente proclama en la que se comprometen a abdicar, entre otras cosas, de quedarse en el poder más allá del período por el cual serán elegidos.

Las dos opciones representan ideologías o corrientes antidemocráticas en nuestra historia. Tanto la izquierda de la que se reconoce parte Perú Libre como el fujimorismo han expresado su desprecio por la democracia. La burguesa, o la de la partidocracia (o sea, la representativa), y son parte de un pasado que creíamos superado. Su presencia en la cédula de votación el 6 de junio es una regresión de varias décadas. Como un informe de Martin Hidalgo destacó el sábado pasado, nuestra imperfecta democracia puede ser presa fácil para agrupaciones que no han mostrado un respeto por las instituciones o que han abiertamente declarado su guerra contra ellas.

El retroceso es significativo, pero no debería sorprender. Como nuestro sistema de salud o nuestra capacidad de gestión, en los últimos 20 años no hicimos mucho realmente por reforzar los diques de contención democráticos contra discursos o fuerzas autoritarias. Y no se trata solo de los que pasaron a la segunda vuelta. El que quedó cuarto ha trabajado con frecuencia con infames dictadores, e invirtió tres minutos de su campaña presidencial en construcción partidaria. Y, lo más grave, por lejos, esta semana: que las amenazas de muerte regurgitadas por el tercer candidato más votado de nuestra pasada elección (y serio contendiente a la alcaldía de la capital del país) tengan cabida, sean disculpadas como excesos, o minimizadas por muchos, son solo anticipo de cosas peores. Ningún episodio de la historia termina así. Es solo el comienzo de una vía que puede engullirse a la democracia tal y como la conocemos.

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