Como candidato, Castillo ha sabido personificar el rechazo que causan la política y la economía como han venido siendo manejadas. (Foto: GEC)
Como candidato, Castillo ha sabido personificar el rechazo que causan la política y la economía como han venido siendo manejadas. (Foto: GEC)
José Carlos Requena

A menos de cuarenta días de la segunda vuelta, cuando la ventaja favorece a , casi un tercio del electorado se presenta como un territorio en disputa. Ambos candidatos tendrán que ser efectivos en vencer sus respectivas resistencias. Las correspondientes a han tenido una larga fermentación, entre los pasivos y reparos forjados en la década de 1990, y los más recientes, que iniciaron el largo lustro de inestabilidad 2016-2021.

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Castillo, en cambio, es una figura nueva. Saltó a la fama con la huelga magisterial del 2017. Como candidato, ha sabido personificar el rechazo que causan la política y la economía como han venido siendo manejadas. Lo perturbador es que su mensaje, transmitido por un inquieto dúo, parece querer reflejar la dinámica de policía bueno y policía malo: el primero dejando la solución de los problemas “al pueblo”; el segundo postulando un plan que no hace ascos a figuras de regímenes totalitarios.

Ante esta retórica, han surgido posiciones que reflejan una mezcla de indulgencia y candor. Haciendo reposar sus expectativas en actores y situaciones hoy distintos, creen que lo que se promete en campaña es algo meramente referencial, efectista, si se quiere.

Se dice, por ejemplo, que los militares no podrían permitir que el plan de gobierno de Castillo se plasme. Pero los militares difícilmente se aventurarán a crear razones para indisponer al presidente, sobre todo viendo los lastres judiciales que arrastran de décadas recientes.

Por lo demás, en algunos institutos castrenses aún podrían existir oficiales de alta graduación que profesan admiración por Juan Velasco Alvarado. De hecho, en su libro “Sin anestesia” (Planeta, 2021), Pedro Cateriano cita al entonces comandante general del Ejército, Ronald Hurtado, quien le explicaba las razones por las que una promoción de la Escuela Militar de Chorrillos lleva el nombre de Velasco.

Otras miradas se centran en la poca fuerza que tendría Castillo en el Congreso. Pero ya el popular Martín Vizcarra demostró que no es imposible arrinconar al Parlamento hasta forzar su disolución. En este desenlace, fue clave la popularidad que ostentó Vizcarra a lo largo de su mandato (57,6% mensual, en promedio, según cifras de Ipsos).

, en situaciones política y geográficamente cercanas líderes con menos recursos han sabido acumular suficiente capital político para empujar su agenda. Tanaka se refiere al Ecuador de Rafael Correa, en el 2007, enfatizando el peso de la calle y la opinión pública (27/4/2021).

“Pero el Perú no es Ecuador, pues”, se dirá. El vecino del norte salía de una crisis política en que, en promedio, se elegía un presidente por año. Correa es una presencia recurrente en el plan de gobierno de Perú Libre.

La última vez que se relativizó a un candidato fue cuando Alberto Fujimori fue elegido en 1990. Se sabe cómo terminó aquella historia, hoy en búsqueda de redención. En la actual coyuntura, parece que la relativización estuviera nuevamente en escena.

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