No encajan en una sola definición. Son un ritual con su liturgia, pero también son una ceremonia con protocolo. Y si los miramos bien, también son un juego con reglas. Son las tres cosas a la vez: un ritual de la política que se sedimentó, en el Perú, desde hace cinco décadas cuando la TV difundió el primero (Luis Bedoya versus Jorge Grieve disputando la alcaldía de Lima en 1966); una ceremonia que fue ganando ritmo y acción; y un juego que se volvió complejo cuando, para las elecciones municipales y para las primeras vueltas presidenciales, se abrió no a dos sino a muchos.
Cuando empezaron los debates múltiples en los 80 (el primero en televisarse fue el de las elecciones municipales de 1983), ya se había establecido lo esencial: poner en escena performances políticas. El debate no se queda en el dominio de la retórica y los argumentos, sino en el de la dramaturgia: los contendientes conciben o improvisan los ataques que los harán ganar, no solo con palabras, sino contando y protagonizando un relato, gesticulando, mostrando o enarbolando algo.
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Dos es más
Si nos atenemos al principio de la unidad dramática, el debate de a dos es el mejor: todo está depurado y concentrado para producir el mayor efecto. Solo uno gana, solo uno pierde. De los dos mejores momentos en una historia de 40 años de debates presidenciales en segunda vuelta, uno fue de impacto visual y demostrativo, casi sin palabras; y el otro fue una puya que demoró una semana en llegar.
Vayamos al primer debate presidencial televisado en nuestra historia: el 3 de junio de 1990, Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori debatieron por única vez. La presunción era que Vargas Llosa ganaría holgadamente dejando en evidencia las limitaciones oratorias del ‘Chino’. El misterio se limitaba a saber cómo encajaría los golpes bajos que con seguridad sus aliados apristas habrían sugerido a Fujimori. De acuerdo a la definición de Hitchcock, había mucho ‘suspenso’ (angustia por saber cómo se dará lo que uno cree saber que pasará); pero este se trocó en ‘sorpresa’ (asombro ante lo inesperado).
Pasó lo inconcebible: Fujimori ganó con un golpe de efecto espectacular. Mostró una portada del diario “Ojo” que aseguraba que Vargas Llosa había ganado el debate que aún no acababa. No había ganado aún, pero ganó al mostrar que los partidarios del otro se ufanaban de haber ganado y de ese modo perdieron. Todo un apunte para la metafísica de los debates y un simple recordatorio: no se gana sino al final.
El director de “Ojo”, Fernando Viaña, era un confeso vargallosista que incluso ayudó al escritor, junto a César Hildebrandt, a prepararse para el debate. Que Fujimori enarbolara una portada de su periódico fue un duro golpe para él. Cuando hice una crónica celebrando los 30 años del histórico encuentro, me aseguró que fue un sabotaje de alguien ligado al periódico, que preparó y difundió una falsa carátula, y no un cierre prematuro y falto de rigor. El golpe teatral de Fujimori fue el clímax perfecto para un debate de antología.
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Nada puede competir con ese incidente de 1990; pero si algo se le acerca en los últimos años, es una briosa réplica de Pedro Pablo Kuczynski a Keiko Fujimori en la segunda vuelta del 2016. Lo interesante es que la réplica tardó una semana porque no hubo uno, sino dos debates: uno en Piura el 22 de mayo del 2016 y el otro en Lima el 29 de mayo. En siete días, el contraataque fue concebido y ensayado. No hubo improvisación, fue perfectamente calculado. ¿En qué consistió? Que, en el primer debate, Keiko, quien también dejó entrever que había ensayado el ataque, fustigó un cambio de opinión de su contendor soltando la exclamación de Nicomedes Santa Cruz: “¡Cómo has cambiado pelona!”. PPK, simplemente, encajó ese y otros golpes y acabó magullado, con la clara sensación de que había perdido el debate y ya, casi, la elección.
En la semana que siguió, PPK tuvo nuevos colaboradores y uno de ellos, Gustavo Gorriti, le sugirió que hablara de alguna continuidad entre una vieja maña del fujimorismo y el actual discurso de Keiko, y rematara con la frase: “No has cambiado nada, pelona”. Al pronunciarse de una semana a otra, ya no era una chispeante réplica, sino un emotivo relato: el del viejo perdedor que sucumbió ante la energía de la joven fujimorista; pero recuperó el aliento y la venció en el segundo y último round.
Hey, Alan
Cuando son varios contendientes, porque la realidad electoral así lo impone, las reglas se complican y la dramaturgia se vuelve laxa. En los debates organizados por el Jurado Nacional de Elecciones han participado todos los candidatos, sin excepción, pues el JNE se sentía obligado a incluirlos; pero en algunos de los debates organizados por El Comercio, se ha aplicado el criterio de incluir a los primeros de una encuesta determinada; para no abrumar al electorado con demasiadas propuestas. Así será en el debate del próximo martes 9, organizado por este Diario, en el que solo estarán los 5 primeros de la última encuesta de El Comercio-Ipsos (George Forsyth, Yonhy Lescano, Keiko Fujimori, Verónika Mendoza y Daniel Urresti).
Participen todos o solo algunos, hay reglas para dinamizar el debate plural: que haya preguntas formuladas por periodistas y dividir a los contendientes en grupos de a dos obligándoles a hacerse preguntas y réplicas. Estos han sido los formatos de varios debates de los últimos tiempos y hay tres casos que vale la pena recordar.
El debate presidencial de la primera vuelta del 2016, el 3 de abril de ese año, organizado por el JNE, se anunciaba con una singularidad. Uno de los 10 participantes era Gregorio Santos de Democracia Directa, que estaba preso y se le permitió acudir custodiado al debate. Su participación fue opaca y la rareza se diluyó. Más expectativa provocó una dupla formada por el azar: Alan García versus Fernando Olivera. Cuando se conoció el resultado del sorteo, Olivera saltó en un pie y en la tienda aprista hubo una pica colosal.
El momento llegó y Olivera soltó, como si le saliera del alma, una catilinaria tan encendida contra García que hasta parafraseó los versos de la canción “Solo le pido a Dios” de León Gieco: “Es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”. Tal fue el impacto, que hoy en Google Perú, esos versos aparecen asociados masivamente no solo a Mercedes Sosa, que los cantó e inmortalizó, sino a ‘Popy’ Olivera. García no se preocupó tanto por ensayar una respuesta verbal al predecible ataque de Olivera, como por mantener una media sonrisa que lo mostrara incólume ante la provocación. Le fue difícil sostenerla.
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Sin embargo, el éxito de recordación de Olivera, no se tradujo en intención de voto que le permitiera brincar la valla. Y García sí logró hacerlo por poco, como preveían las tendencias en los sondeos. La lección, por lo tanto, es que, en un debate múltiple, quien más impacta no es necesariamente quien gana. Quien brinca en una suerte de ‘yuju, aquí estoy’, va a atraer la atención pero no necesariamente los votos.
La suerte de Cornejo
Por más talento y ensayo invertido, el azar y la chispa es fundamental en el debate. Pero la suerte tiene menos espacio en los debates de a dos que en los múltiples. ¿Por qué? Cuando hay un par, todo está concebido para una pelea en la que ambos van a empezar con una atención equitativa. Hay simetría que favorece el orden y el cálculo.
Cuando son muchos, se pierde el orden y la desesperación por destacar puede provocar que algunos alcen la voz o cometan una impertinencia. Más trabajo para los moderadores y más espacio para la suerte que empieza los días previos, cuando se sortean las ubicaciones: quién empieza en cada bloque, quién cierra el debate, quién se sienta al lado de quien y hace dupla. Por ejemplo, Enrique Cornejo, tuvo muchísima suerte, cuando, por sorteo, le tocó sentarse al lado del favorito Luis Castañeda, en el debate municipal del 24 de setiembre del 2014 organizado por El Comercio.
Castañeda era imbatible y ganó holgadamente la alcaldía. Cornejo ya destacaba por su solvencia técnica (fue ministro de Transporte y Comunicaciones), su bigote se había hecho popular y había forzado una distancia crítica con su correligionario Alan García, que le fue muy oportuna. Pero el chance de hablarle cara a cara al favorito e intervenir a su lado, sin duda ayudó a dejar atrás a Susana Villarán, que buscaba la reelección y quedó segundo. Por supuesto, no todo es suerte sino saber aprovecharla. Cornejo lo hizo.
Jorge, el lechero
El último debate municipal, esta vez organizado por el JNE, también nos ha dejado lecciones sobre la oportunidad y la suerte. Eran demasiados candidatos, la friolera de 20. Por eso el JNE decidió dividirlo en dos grupos de 10 en dos fechas, 23 y 30 de setiembre del 2018. El primer grupo quedó en 9 cuando el favorito en algunos de los primeros sondeos, Renzo Reggiardo, decidió no asistir.
Reggiardo nos dio, a sus expensas, una gran lección. Es cierto que, por lo general, el favorito es el que menos tiene que ganar en un debate. Los demás lo atacan en jauría para pelearse sus puntos. Le pasó a Luis Castañeda Lossio en el 2014, pero sus electores lo vieron cumplir con el ritual. Pero mucho más se puede perder con ausentarse. Reggiardo dejó de ser el favorito, para ser el arrogante que no se presentó a la ceremonia. El desplante no se lo hizo a 19 candidatos, sino al padrón de electores. Se desplomó.
Entre los 9 del primer grupo estuvieron Daniel Urresti y Jorge Muñoz. Ambos coronaron una buena participación. Urresti es siempre intenso y aprovechó para mostrar lo que había aprendido en el tema de lucha contra la seguridad, sin abandonar otros rubros. Muñoz, habitualmente sereno y seco, hizo una exposición a la vez técnica y emocionada. El desplante de Reggiardo llamó tanto la atención sobre la pertinencia del debate que, rápidamente, Urresti y Muñoz pasaron a ser los favoritos. Según Ipsos Perú, en sus encuestas de antes y después de ese encuentro, Urresti subió de 9% a 16% y Muñoz de 4% a 13%, es decir, triplicó su intención de voto. Por supuesto que los debates importan. No son simples eventos, son hitos de campaña, a partir de los cuales, las tendencias se afirman o se desvían.
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