La Guerra del Pacífico (1879-1884) todavía duele. A pesar de haber pasado 140 años, muchos peruanos sienten abrirse nuevamente la herida con solo imaginar el saqueo a la Biblioteca Nacional, la muerte de Miguel Grau en el Huáscar o la pérdida de Tarapacá y Arica, y el cautiverio de Tacna. Recordar las consecuencias de este terrible quinquenio que nos une a Chile despierta las emociones que históricamente venimos guardando y heredando en la memoria colectiva. ¿O es que la herida nunca se cerró?
El odio, la frustración, el resentimiento y el dolor que dejó la guerra son algunos de esos sentimientos sobre los que se fue construyendo la misma identidad peruana con la que nos enfrentamos hoy. “Las emociones están encapsuladas en la memoria”, nos explica la investigadora Francesca Denegri tras recibirnos en su oficina de la PUCP. “Y cuando uno recuerda, lo hace con emociones”, agrega. De esta manera al rememorar un acontecimiento se reviven la rabia, el amor, la ternura o el miedo. “Es imposible recordar con indiferencia”, complementa Denegri.
Junto a la Red Interdisciplinaria de Estudios Latinoamericanos (RIEL), Denegri convocó a especialistas en literatura, historia, historia del arte y sociología, para lograr entender qué pasó en el Perú una vez que se retiró el ejército chileno y cómo las emociones se fueron manifestando en los documentos que se mantienen al margen de la historia oficial. Se valen de cartas, relatos orales, las veladas literarias de Clorinda Matto, cuentos, crónicas y análisis crítico del discurso para reconstruir una versión de nuestra historia que recién se está empezando a descubrir. Estas investigaciones de especialistas como Ana Peluffo, Evelyn Sotomayor, Mónica Cárdenas, Mariana Libertad, Giovanna Pollarolo, Patricia Victorio —entre otros importantes nombres— se encuentran compiladas en el libro Ni amar ni odiar con firmeza. Cultura y emociones en el Perú posbélico (1885-1925), un título que alude a las reflexiones de Manuel González Prada.
—El macho peruano—
Para González Prada, los peruanos de su generación no supieron ni odiar ni amar con firmeza. En el artículo de Ana Peluffo, “Hombres de hierro: emociones viriles y masculinidades posbélicas (1888-1904)”, que abre la publicación, la autora recoge una cita memorable para identificar qué pensaba el autor de Pájinas libres sobre el peruano que perdió la guerra: “Si somos versátiles en amor, no lo somos menos en odio; el puñal está penetrando en nuestras entrañas y ya perdonamos al asesino. Alguien ha talado nuestros campos y quemado nuestras ciudades y mutilado nuestro territorio y asaltado nuestras riquezas y convertido el país entero en ruinas de un cementerio; pues bien, señores, ese alguien a quien jurábamos rencor eterno y venganza implacable, empieza a ser encontrado en el número de nuestros amigos, no es aborrecido por nosotros con todo el fuego de la sangre, con toda la cólera del corazón”.
Según Peluffo, el ideal de masculinidad que imaginó González Prada debió reprimir las emociones que consideraba femeninas (como la tristeza) y someterse al odio contra Chile, siguiendo el modelo de heroísmo helénico. En el artículo, Peluffo señala que los hombres hiperviriles —según González Prada— deben reemplazar “el discurso sentimental heredado del romanticismo con una retórica combativa y revanchista”. Nuestro máximo héroe, Miguel Grau, también recibió el desprecio de este autor. Si bien resaltó su heroísmo, deploró que salvara a los chilenos que naufragaron en Iquique.
Pero esta visión dicotómica de lo masculino visto como superior frente a lo femenino no solo se mantuvo en el discurso de Prada. La “misión civilizadora” con la que llegó Chile al Perú compartió esta óptica. Ya la historiadora Carmen Mc Evoy ha desarrollado la propuesta de que el ejército chileno feminizó a Lima e incluso la calificó de “prostituta” con la idea de apoderarse de ella y violentarla. Pero, también, la dicotomía civilización versus barbarie atravesó el actuar del Chile sobre el Perú: “Los chilenos —escribe Mc Evoy— se percibieron a sí mismos como los creadores de la civilización y los arquitectos del progreso, mientras que los peruanos fueron vistos como la manifestación de las fuerzas caóticas de la naturaleza”. Claro, vinieron a “civilizar a los bárbaros”, comenta Denegri, “pero también a civilizar a una élite afeminada, a hombres poco viriles. Esa es la narrativa chilena”. Una narrativa construida por los vencedores que se impone sobre los vencidos, llena de estereotipos que se infiltran en el inconsciente y construye una sociedad derrotada.
—El retorno de la cautiva—
Denegri, autora de una de las más potentes investigaciones sobre las veladas literarias del siglo XIX, El abanico y la cigarrera, sentencia que el Perú nunca superó el trauma de la guerra. Pero dentro de toda la oscuridad que tiñe la memoria de la posguerra destaca un episodio que marca la diferencia: el retorno de Tacna al Perú.
En el artículo “La construcción de la ‘Memoria del Cautiverio’ en dos textos patrióticos”, de Giovanna Pollarolo, se relata la lealtad de este territorio que regresó a su origen casi 50 años después de mantenerse cautivo. Su retorno significó un triunfo del Perú sobre Chile, una visión “opuesta a la de la victimización, el resentimiento y el revanchismo que marca la identidad nacional”, escribe Pollarolo. De hecho, se trató de un acto de amor a la patria con toda la felicidad que representa volver. Aunque no vivió para verlo, ¿qué habría pensado González Prada de aquel triunfo?