Raúl Porras Barrenechea (1897-1960) es uno de los más influyentes historiadores del siglo XX entre nosotros. Sus investigaciones sobre los cronistas; su ambiciosa biografía de Pizarro; su libro sobre las fuentes históricas del Perú y sus antologías sobre el Cuzco y Lima, son ejemplos de su rigor científico, de su escrupuloso método de trabajo, de su gran talento como prosista.
Nunca serán suficientes los homenajes a ese prohombre que fue Porras quien, en la sétima reunión de cancilleres de la OEA en 1960, protestó contra el bloqueo norteamericano a Cuba. Esa protesta nos lo mostró en su verdadera dimensión: la del humanista y la del diplomático comprometido con la justicia.
Leer a Porras supone una experiencia gratificante: su prosa, sin ser de ficción, emplea una serie de recursos poéticos que consiguen otorgarle vitalidad y fuerza, además de elegancia, a lo que cuenta. Es por estos méritos que, académicos como Camilo Fernández Cozman, (Lima,1965), han visto en la obra del maestro pisqueño, un ejemplo de intelectual a seguir. Fruto de ese interés es la reciente reedición, ampliada y corregida, de su libro Raúl Porras Barrenechea y la literatura peruana (Academia Peruana de la Lengua, 2020).
Fernández empieza con la reseña de los estudios de Porras sobre las formas de expresión literaria prehispánica. Estas formas poéticas revelan, para el historiador, de manera ejemplar, un alto desarrollo civilizatorio, “un ánimo colectivo y la existencia de una lengua unificadora: el runasimi”. Con respecto a la evaluación que hace Porras de la producción literaria poshispánica, Fernández concluye que más que un hispanista, Porras es un “mesticista telúrico” en tanto para él la lengua castellana, al llegar al Perú, termina impregnándose de elementos culturales y lingüísticos. De este modo, la producción literaria de los españoles en el Perú, terminaría perteneciendo al corpus de la literatura peruana y no, como sostenía José de la Riva Agüero, convirtiéndose en “literatura castellana provincial”. Este primer capítulo se cierra con el estudio de las coincidencias y discrepancias entre Porras, Riva Agüero, Mariátegui sobre la poesía de Eguren, Valdelomar y Vallejo.
El concepto de transculturación ocupa la atención en la segunda parte del libro. Se destaca que Porras empleó el término por primera vez a mediados de los años cuarenta, cuando empezó a reflexionar sobre la obra de cronistas como Cieza o Garcilaso. En este proceso, según Porras, lo indígena se occidentaliza y el occidental (lease cronista) se indigeniza. Fernández, con esta hipótesis lleva adelante sendos análisis de la Crónica del Perú de Cieza y los Comentarios reales de Garcilaso.
La tercera parte estudia el modo en que Porras se acerca a autores como Palma, González Prada y Chocano. Destaquemos que, con respecto a Palma, Porras tenía claro que el tradicionista no buscó idealizar la Colonia, ni construir la llamada “Arcadia colonial”, sino lanzar una crítica burlona a los modos de implantación virreinal. Un buen ejemplo es la tradición “Un litigio original” de la primera serie, que recomiendo leer, por el modo en que satiriza la estúpida actitud de los que llevan un apellido “aristocrático” y, por ello, buscan aprovecharse del poder. De González Prada relieva el espíritu de contradicción y el rechazo a las formas heredadas del orden colonial. A Chocano, sostiene Fernández, Porras le reconoce “la sensibilidad por la tierra y el panteísmo cósmico (…) cierto temple indígena”.
La última parte del libro, nueva en esta edición, se aproxima al papel de la metáfora en la prosa de Porras. Para ello, Fernández apela a los aportes de Lakoff y Johnson desde la lingüística cognitiva. Se analiza la prosa del libro El sentido tradicional en la literatura peruana y se concluye que Porras emplea la metáfora biológica en tres direcciones: la vegetal (“la literatura es una creación foránea que no tiene raíces en la tierra nativa”; “los Comentarios reales son el fruto de ese doble aprendizaje”); la animal (“González Prada aconsejaba trabajar como hormiga”) y la de la enfermedad cuando, por ejemplo, caracteriza al romanticismo (“El romanticismo, que fue en otras partes una escuela poética o una moda (…) tuvo en el Perú los caracteres de una intoxicación” o “Es el fruto de un contagio imprevisto y foráneo”). De este modo, Porras buscaría proyectar, a través del empleo de la metáfora biológica, ciertas características de nuestra literatura: el ser implantada, el ser productiva y el de emular modelos extranjeros de manera perniciosa.
Finalicemos sosteniendo que este es un valioso estudio sobre la forma como los historiadores procesan el lenguaje, afectándolo con los recursos de la poesía.
También puede interesarle:
- Reseña: “Nuestra constante lucha”, una novela sobre la pandemia y otras catástrofes
- Entrevista a la poeta Denisse Vega: “Tienes que arrojarte a vivir, no puedes esperar no hacerte daño”
- José María Arguedas: Escritor, etnólogo, maestro y narrador del Perú indígena
- Alfredo Bushby, un escritor apasionado por el teatro, habla de su nuevo libro
Video recomendado:
Contenido sugerido
Contenido GEC