No se equivocaba ni exageraba El Comercio cuando exaltando la obra de Juan José de Sarratea decía: “Si como cristiano don Juan José de Sarratea fue un dechado de virtudes no lo fue menos como ciudadano. El patriotismo, sublime precepto que arroba en sus contemplaciones a todo hombre de corazón, fue para Sarratea su más tierno y constante pensamiento y él lo desempeñó sacrificando del modo más digno todo cuanto poseía: un porvenir brillante y hasta su propia existencia”.
Juan José de Sarratea y Altolaguirre nació en Buenos Aires en 1775, en el seno de una familia de hidalgos blasones oriunda de Oñate. Su padre ocupó importantes cargos llegando a ser en 1796 Prior del Real Consulado de Buenos Aires. Paralelamente era un próspero comerciante secundado por sus hijos Manuel y Juan José, quienes habían recibido una sólida educación. A inicios del siglo XIX Juan José extendió sus operaciones comerciales al Alto Perú, por entonces territorio del Virreinato de Buenos Aires.
En el Alto Perú
Al estallar la Revolución de Mayo, en 1810, los Sarratea abrazaron la causa de la patria. Manuel, en 1811, integró el triunvirato que ejerció el Poder Ejecutivo junto a Juan José Paso y Feliciano Chiclana. Juan José de Sarratea apoyó con su importante fortuna el avituallamiento de los ejércitos patriotas que habían iniciado una dura lucha de desgaste con los realistas en el Alto Perú. El 1° de octubre de 1813, en Vilcapuquio, los realistas al mando del general Joaquín de la Pezuela derrotaron a las fuerzas de Manuel Belgrano. En los depósitos de éste había mercadería variada, propiedad de Sarratea, por valor de cien mil pesos. Perdió todo sin proferir una sola queja.
Posteriormente, Sarratea se puso a las órdenes del general José de San Martín formando parte de su círculo más cercano, incluso compartía sus ideas monárquicas. Fue pieza clave en el avituallamiento del Ejercito de los Andes, formado en Mendoza, que conseguiría la libertad de Chile. En ese tiempo estableció estrecha amistad con Juan Rodríguez Peña, con el cual se asoció, y Bernardo Monteagudo. En Chile comenzaría la etapa más importante de su vida.
Tarea logística
Todo lo referente a la tarea logística de la expedición libertadora al Perú es una historia todavía no contada en detalle. Creo que es uno de los triunfos más grandes del general José de San Martín a la misma altura que las victorias de Chacabuco y Maipú. En esta labor, abundosa de problemas y complicaciones de toda clase, al mismo tiempo que de angustiantes carencias económicas, fueron imprescindibles Juan José de Sarratea, Miguel de Riglos, Juan Rodríguez Peña y Estanislao Linch (argentinos) al igual que el chileno Felipe del Solar. Ellos firmaron contratos con San Martín comprometiéndose a “preparar y pagar de su cuenta los transportes necesarios para el ejército, correr con su manutención, como con la de los caballos a transportarse, tanto en la ida de la expedición como en la vuelta, acopiando para esto todos los víveres suficientes”. Además tuvieron que preparar vestuario y calzado completo para cuatro mil hombres, al igual que su armamento de acuerdo a las especificaciones que se les proporcionó.
Juan José de Sarratea, casi solo, preparó la flota de transportes de la expedición. Su correspondencia sobre el particular con San Martín, O’Higgins, Guido, y otros más, es interesantísima. Dice, por ejemplo: " ‘La Jerezana’, después del mil propuestas (sic), recién fue entregada un día antes de la salida del general. La ‘Santa Rosa’ no tiene casi entrepuente y han sido necesarios cinco días para sacarle el lastre”. Sarratea, durante todo el día, por muchos meses, permanecía alerta vigilando el trabajo de toneleros, carpinteros, lancheros, calafates, etc.
Sarratea en Lima
El general San Martín reconoció esta labor y puso por escrito: “Juan José de Sarratea, amigo mío y digno de todo aprecio por su patriotismo y bellas cualidades, es uno de los empresarios que con sus fondos y trabajo personal contribuyeron tanto al apresto de la expedición libertadora”. A los armadores, como Sarratea, se les prometió pagarles en Lima. Conociendo el curso de los acontecimientos podemos colegir que todos quedaron casi en la ruina. Juan José de Sarratea permaneció en nuestra capital e inició diversas empresas. Apoyó decididamente a Simón Bolívar en los aprestos del ejército vencedor en Junín y Ayacucho. Se opuso a la Constitución Vitalicia y fue deportado regresando poco después a Lima. Aquí contrajo matrimonio con doña Josefa Urquiaga y no tuvo descendencia. Introdujo el cultivo de la morera y trajo gusanos de seda iniciando la industria de la seda. El 28 de julio de 1862 sufrió un derrame cerebral falleciendo el día 30. El Comercio le dedicó amplio espacio elogiando sus múltiples virtudes. También reprodujo los discursos pronunciados el día de su sepelio a cargo del coronel Juan Espinosa y Francisco de Paula González Vigil. Este dijo: “Peruano por afección, por haber contraído matrimonio con una virtuosa y recomendable señora peruana, argentino de nacimiento y americano lleno de entusiasmo, era querido generalmente, no podía tener ni un enemigo”. El Comercio, lo despidió con estas palabras: “Ha tenido la felicidad (si la muerte puede serlo alguna vez) de morir casi en el aniversario del mismo día en que se proclamó en la capital del Perú, la santa idea por la que tanto había trabajado”. Calles y pasajes capitalinos recuerdan su limpio nombre.
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