Jorge Valenzuela Garcés

Un año antes de la publicación del “Ulises”, James Joyce le escribió a Harriet Shaw, su editora, sufragista y mecenas, lo siguiente: “La tarea de índole técnica que me he propuesto —escribir un libro desde dieciocho puntos de vista y con el mayor número de estilos, que al parecer desconocen o no han descubierto aún mis compañeros de oficio— y la clase de leyenda que he elegido, bastarían para desquiciar a cualquiera”. Cinco años después, y siguiendo esa obsesión por la técnica, Joyce decide llevar la lengua inglesa a límites insospechados en el “Finnegans wake”. Sin embargo, cuando ya había escrito los primeros capítulos de la novela empieza a dudar sobre su propio criterio con respecto a los experimentos lexicales que eran el centro de su atención. ¿La razón? La desaprobación de Harriet Shaw a esos juegos lingüísticos. Ese es un momento de crisis: Joyce necesita que le den ánimos y su editora y sus primeros lectores se los niegan.

Pero nada importa ya: Joyce se reafirma en sus principios estéticos y creativos y persiste como buen irlandés. Sabe de la hostilidad que despierta su experimento interpretativo de la “noche oscura del alma” (se refiere al “Finnegans wake”) y se dice a sí mismo, en tono burlón, que si lo dejara todo, perdería la inmortalidad. “He introducido tantos enigmas y acertijos que tendrán a los profesores ocupados durante siglos discutiendo sobre lo que quise decir; esa es la única manera que uno tiene de asegurarse la inmortalidad”.

Incomprendido y vapuleado por la crítica de su tiempo, Joyce, al parecer, ha conseguido su objetivo: lanzarnos un desafío que, Richard Ellman, su más autorizado biógrafo, formalizó del siguiente modo: “¿podremos algún día ser contemporáneos de Joyce?”.

Portada de "Finnegans wake", de James Joyce. Una lectura anotada de cuatro capítulos, de Colmena Editores.
Portada de "Finnegans wake", de James Joyce. Una lectura anotada de cuatro capítulos, de Colmena Editores.
/ Jorge Paredes Laos

Detrás del enigma

Esta pregunta, al parecer, ha sido asumida, como un reto posible, por el mexicano Juan Díaz Victoria quien, en el propósito de hacer accesible un libro-enigma, nos ofrece, en edición de Colmena editores (2021), una lectura anotada de cuatro capítulos del “Finnegans wake”. ¿Cómo traducir y a la vez interpretar (porque de eso se trata) un libro escrito en una lengua artificial? ¿Cómo recrear aquella subjetividad poblada de sueños tormentosos que escarban en la culpa y se montan e intersecan unos a otros durante una noche en la vida de Humphrey Chimpden Earwicker? ¿Cómo descifrar esos enigmas y acertijos lingüísticos que el mismo Joyce sembró a lo largo de su novela como bombas bajo tierra?

Para Joyce, las lenguas mantenían vínculos entre ellas y las palabras eran depósitos inconmensurables de significados cuya supervivencia dependía del tiempo, del uso y de la creatividad humana. La prueba para él era que las palabras iban ganando y perdiendo acepciones; mutando a lo largo de los siglos. Lo que la crítica ha llamado en Joyce vocabulismo es ese interés por experimentar con las palabras tratando de establecer, a través de juegos homofónicos, vínculos entre ellas, incluso si pertenecen a lenguas diferentes. ¿El objetivo? Forjar palabras nuevas, capaces de portar diversos significados a la vez. Juan Díaz Victoria nos dice que en el “Finnegans wake” “asistimos al desdoblamiento (…) no de una sola lengua nativa, sino de los varios idiomas a los que Joyce tenía acceso, desde dialectos sudamericanos hasta léxicos alusivos al extremo oriente, en un discurso polisémico que fluye principalmente en voces del Atlántico, el Mediterráneo y el Mar del Norte”.

Pero es el juego y su aparente gratuidad, propios de la vanguardia, los que han llevado a lectores de toda índole a ver el “Finnegans wake” como una fuente de inspiración. Es el caso conocido de un físico como Murray Gell-Mann, Premio Nobel 1969, quien utilizó el término quark (empleado por Joyce en su novela: “Three quarks for Muster Mark!”) para designar a los constituyentes fundamentales de los nucleones, las partículas más pequeñas del universo, un tipo de partícula subatómica elemental. El uso que hacía Joyce de la onomatopeya le pareció adecuado a su propósito descriptivo (ya que las partículas hipotéticas venían en tríos) y decidió tomarlo.

Cada día es más cierto: la lengua literaria que Joyce forjó en el “Finnegans wake” es la prueba más patente de las infinitas posibilidades de trasmitir diversos niveles de significado, a la vez, a partir de un solo signo lingüístico, convirtiendo, de ese modo, a su libro, en un libro plural, abierto a múltiples interpretaciones. Por ello, el “Finnegans wake”, sigue siendo uno de los más hermosos retos a los lectores no solo en lengua inglesa, sino de todas las lenguas.

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