Antes de escribir sobre “Otras Caricias”, la última novela de Alonso Cueto, releí su ensayo “El vals: la fiesta del sufrimiento” reflexión delicada y exquisita que coloca al género criollo aún en la disyuntiva de la “alegría sollozante”.
En este se combinan el “festejo danzante del dolor” con la pérdida amorosa, como en “El Plebeyo”, de Felipe Pinglo, “que sufriendo está esta infamante ley de amar una aristócrata siendo un plebeyo él”, aunque este mismo personaje, en la segunda estrofa de la canción, se convierte en “el rebelde de hoy que por doquier pregona la igualdad en el amor”. Para Cueto es con Chabuca Granda que el vals se desentiende de la tristeza que lo acongoja para presentarse garboso y desafiante como en los célebres temas “La flor de la canela” y “José Antonio”.
El redescubrimiento
Si “El vals y la fiesta del sufrimiento” constituye, desde el ensayo, un rescate cultural del vals, destacando la sutileza de su esteticidad, pero apegado aún a ciertos imaginarios e ideas centrales desde los cuales se le ha definido. “Otras Caricias” es, desde la narrativa, un redescubrimiento total del vals, que comienza desde cero y rechaza la tradición anterior que se construyó sobre aquellos imaginarios. Por ello invita a repensar el vals desde un nuevo punto de partida, más desde lo que él tiene que decirnos que desde lo que se ha dicho acerca de él.
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“El arte por el arte”, es entonces, la nueva episteme que Alonso Cueto establece para el vals en “Otras Caricias”, para así, de la mano de Albino Reyes, su personaje central, llevarnos por sus más recónditos recovecos. Cómo si no conociésemos nada de él, para, sin más, descubrirlo en la belleza de su estética, de manera que la poesía del narrador se confunde con la del vals, la que nos presenta, sin background, desnuda. Cito: “El vals no está en el centro. Busca más bien los costados, los bordes, porque allí es donde puede aparecer la verdad de las cosas. En las rendijas, en las grietas, en los espejos escondidos. Allí está, en las noches de luces blancas, de brillos pálidos, en el esplendor elegante de la pena”.
Los olores de una cultura
Alonso Cueto nos traslada hacia un recorrido mágico por los ambientes donde vive el vals, donde arraiga una cultura que cobija un género musical, desde la vida cotidiana del cantante que es también maestro de literatura en una escuela pública. Su casa humilde, la relación amorosa que mantiene con su esposa ya partida, y el local musical donde él brilla, a media luz, los viernes por la noche, donde él asciende hasta su propio “austero palacio principesco”, como nos lo diría Serafina Quinteras.
Entonces te topas súbitamente con los objetos, con las cosas, con lo que te rodea, pero que nunca observas, con el polvo, el aserrín, el olor a cerveza impregnado de años, las rajaduras en la pared de los locales viejos, el público que a medias atiende y a medias conversa, los parroquianos de siempre, la eventual que queda profundamente admirada por la voz del cantante y la excelsa poesía declamada por este, hasta el umbral donde, ella y él, alcanzan, en pleno siglo XXI, el beso que Luis Enrique “El Plebeyo” jamás alcanzó a darle a la joven de “noble cuna” y que a mí me ha recordado el bello el vals Copas Mías, de José Villalobos:
“la copa que bebiste me prodigó aquel beso,
el beso que inconsciente dejabas escapar,
pero al beber el néctar, tus labios me apretaron,
como diciendo llévate, el perfume de mi boca”.
“Otras caricias” frente a la politización del vals
He escuchado muchas críticas desde ciertos sectores hacia el vals. Parece que algunos leyeron mal al amauta Mariátegui y metieron a la manifestación musical más genuina de la cultura popular costeña y capitalina de fines del siglo XIX y principios del XX, y que Alonso nos demuestra que se prolonga hasta nuestros días, en el mismo saco de la oligarquía, y de esa Lima centralista que había que combatir. “El vals es la careta de la oficialidad que desplaza la música andina”, “el vals es velasquista”, “el vals tomó el poder junto con Alan García”. Obviamente, no voy a perderme en estas líneas en una polémica así, además la novela de Cueto responde todo eso implícitamente, y es que el vals no hizo nada, distinta es la instrumentalización o uso de un género musical para el marketing de una marca o de una política pública.
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El vals, por cierto, no es quien ha generado los antagonismos que hasta hoy parecen dividirnos; y su presencia, tan sutil y delicada, modesta, como lo señala Pablo Casas en su inmortal “Anita”, se escucha en las periferias de todas las plazas del país, demostrando así que dialoga y se mimetiza con todos los peruanos.
Para gusto ya está bueno...
Hace unos años, me encontraba en Plaza Italia, Barrios Altos, con mi esposa Carolina. Era domingo o feriado, y era mediodía de viandas limeñas. Entonces notamos algo curioso, un mar de gente, discretamente, cruzaba la plaza desde Barrios Altos hacia avenida Abancay. Nos pusimos a observarlos pues, aunque de extracción popular, la manera como vestían, la forma de sus rostros, el rumor que dejaban al hablar sonaba distinto, en eso caí en la cuenta “¡Santa Rosa de Lima!” Como ateo despistado olvidé que ese feriado era 30 de agosto, día de Santa Rosa y su devota Lima criolla cruzaba el barrio a venerarla.
Con “Otras Caricias” de Alonso Cueto, recuperamos la cultura criolla limeña desde la literatura, como un hecho vivo en el presente, y es una llamada para que se interesen por ella los científicos sociales que han depositado más su atención en los “caballos de los nuevos conquistadores”, como los llamase Alberto Flores Galindo, aludiendo al poema de Chocano. No hay antagonismos entre los pueblos, los antagonismos se crean arriba, como en los lúgubres ministerios de George Orwell.
Gracias Alonso, por tu mirada poética y sublime acerca de los criollos de hoy, y gracias por dejarnos una hoja en blanco con un nítido perfume a inspiración para volver a escribir sobre ellos, sin los prejuicios de ayer.
*El autor es docente en la PUCP, UARM y U.Lima
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