La guerra contra Vietnam del Sur duró veinte años y llegó a su fin un 30 de abril de 1975. Costó más de un millón de vidas, la gran mayoría vietnamitas —las fuerzas estadounidenses reportaron 58.000 bajas—. Sin duda fue un episodio vergonzoso para la historia de Estados Unidos. En esas dos décadas, en este país se vivieron cambios culturales y sociales trascendentales, desde los conflictos raciales hasta el movimiento hippie, el pacifismo y el uso descontrolado de las drogas. Escenas y momentos que hoy son postales imborrables del siglo XX.
Rebeldes y pacíficos
Los hippies que acapararon el barrio de Haight-Ashbury en San Francisco y crearon el sueño californiano encontraron en el arte la expresión de sus deseos por volver a la naturaleza con una mirada anticapitalista. A este ideal se sumó la creciente incertidumbre ocasionada por la guerra. Mientras la realidad era terrible, el LSD y otras drogas surgieron como una evasión perfecta.
Entre la rebeldía y el pacifismo del movimiento aparecen personajes como Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix o Bob Dylan, que significaron la materialización del espíritu hippie de la década de los sesenta. Ellos fueron los creadores de la música que los representaría hasta la actualidad y que, en 1969, en una granja de Bethel a las afueras de Nueva York, congregaría a más de 400.000 desaforadas almas durante tres días en el festival Woodstock.
Por otro lado, la banda inglesa los Beatles llevó la imagen de la cultura hippie a todos los rincones. La moda de los jóvenes floreados, hombres con barba y cabellos largos, la ropa holgada. Entretanto, John Lennon ingresaría al mundo espiritual de la mano de gurúes asiáticos, se enamoraría de la artista japonesa Yoko Ono, y juntos serían la otra imagen de la protesta pacífica, una más comercial.
Los registros del dolor
La documentación fotográfica que dejó la guerra de Vietnam sigue siendo, a pesar de las distancias, uno de los archivos más dolorosos e impactantes. Uno de ellos es el retrato de Kim Phuc, la niña vietnamita de nueve años de la aldea de Trang Bang que aparece llorando y corriendo desnuda, víctima de quemaduras causadas por el napalm. Esta fotografía se realizó en 1972 por un joven fotoperiodista Nick Ut. Se cree que esta impactante imagen ayudó a acelerar el proceso de paz y fin de la guerra.
Otras fueron las escenas de las manifestaciones, como aquel registro símbolo del flower power (‘el poder de la flor’), revolución pacifista, cuyo nombre fue consignado por el poeta de la generación beatnik Allen Ginsberg. El fotógrafo Bernie Boston, en 1967, capturó la esencia de ese momento de la historia estadounidense, con un país dividido entre la guerra y la paz, entre quienes odiaban que el conflicto continuara y quienes los odiaban a ellos por antipatriotas. En la escena aparecen miembros de la Guardia Nacional apuntando con armas a los manifestantes hippies, mientras estos introducen flores dentro los cañones, un enfrentamiento visual, simbólico y real.
Apocalipsis ahora
Se han filmado tantas películas sobre esta guerra que no hacen más que evidenciar la potencia de la herida de Vietnam en el alma estadounidense. A solo tres años de su fin, apareció El francotirador, dirigida por Michael Cimino, y, casi al mismo tiempo, Regreso sin gloria, de Hal Ashby. Ambas películas se introducen en las huellas físicas y psicológicas dejadas por la guerra. Pero hubo una tercera que impactó a toda la generación. Apocalipsis ahora apareció en 1979. Fue dirigida por Francis Ford Coppola y filmada en Filipinas sin un guion definido y sobre la marcha. El periodista cinematográfico Juan Sanguino lo calificó como el rodaje más salvaje de la historia, con un Marlon Brando con sobrepeso y conflictivo que se fue antes de terminar de grabar, además del infarto al corazón de Martin Sheen al año del rodaje y las millonarias deudas de Coppola. Ya en los ochenta aparecieron otras obras maestras como Pelotón; Nacido para matar; Buenos Días, Vietnam; y Nacido el 4 de julio.
Todas se han convertido en imágenes imperecederas de una guerra que, 45 años después, sigue siendo una herida abierta. Recordarlas es una manera de evitar que esa historia se repita.
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