La poesía como la conocemos hoy día no existiría sin Charles Baudelaire, sin su impronta en un siglo que empezaba a ver cómo la moral burguesa se desvanecía en ciudades cada vez más marcadas por lo bueno y lo malo de la Revolución Industrial. Por ese París del segundo imperio —el de Napoleón III— en el que se abrían grandes avenidas y plazas, y surgía el espacio público como símbolo de lo nuevo, de las exposiciones universales, de las boutiques, de los paseos y cafés. Un lugar de lo exquisito, pero también de lo decadente, de la bohemia, de los vagabundos, de los dandis, del flâneur, de la vida en los burdeles. Espacios y seres que Baudelaire inmortalizó en un centenar de poemas —Las flores del mal— que atravesaron como doloroso y certero puñal la moral de la Francia decimonónica y cambiaron para siempre el sentido de lo lírico.
Nacido el 9 de abril de 1821, Baudelaire tuvo una vida difícil. Quedó huérfano de padre a los seis años, y su madre se volvió a casar con un alto jefe militar, con quien el poeta nunca se llevó bien. Pasó su niñez entre Lyon y París, donde se dice que fue expulsado del colegio por insubordinación. A los 20 años, es obligado por su padrastro a partir hacia Calcuta en un viaje que buscaba sacarlo de la vida bohemia, pero Baudelaire se las arregló para volver a París.
En la década de 1840, se convierte en habitúe del Barrio Latino, bebe abundante vino, consume hachís y se gana la vida como crítico de arte (es conocida su amistad con Delacroix). Sus textos sobre este tema los publicó en sus Salones de 1845, 1846 y 1859. Otros ensayos suyos son La moral del juguete ( 1853 ) y El pintor de la vida moderna ( 1863 ). Además, tradujo la obra de Edgar Allan Poe, y reunió sus ensayos sobre el hachís y el opio en Los paraísos artificiales ( 1860 ). En este ambiente distendido, conoce a la actriz de origen haitiano Jeanne Duval, con quien mantendrá una accidentada relación de dos décadas. Ambos fueron consumidos por la sífilis, y a ella Baudelaire le dedicará versos como los del “Poema XXVI” de Las flores del mal ( 1857 ): “Deidad extraña, oscura belleza sin reproche / con perfume de almizcle y aroma del habano / producto de algún Fausto de caprichosa mano, / bruja del flanco de ébano, criatura de la noche” (traducción de Ángel Lázaro).
Lo bello y lo grotesco
“Baudelaire hace propio el programa de Víctor Hugo, que es arrancarle belleza a lo feo. Ese es el propósito y ese es el contacto de Baudelaire con los poetas contemporáneos, con los beatniks, con poetas como Ginsberg”, comenta el profesor universitario y poeta Marco Martos. “Hasta Baudelaire, los poetas eran ciudadanos de primer orden. Hugo es el mejor ejemplo, pues fue un senador de la República, un prohombre; pero, desde Baudelaire hasta nuestros días, el poeta se vuelve generalmente marginal, alguien que oscila entre buscar y eludir el reconocimiento público”, añade el autor de Leve reino.
Otra característica que conecta al poeta francés con nuestro tiempo es su sentido fragmentario, su elogio de la vacuidad, del deterioro, de lo perverso. Para Martos, Baudelaire es el primer poeta extraño a su sociedad, la cual contempla con horror y admiración. Y pone como ejemplo de este carácter uno de los primeros poemas en prosa (“El extranjero”), en el que se le pregunta a un hombre enigmático a quién quiere más: ¿al padre, a la madre, a los amigos, a la patria, al oro? Pero, después de negar toda posibilidad, este responde: “Quiero a las nubes…, a las nubes que pasan… por allá… ¡a las nubes maravillosas!”.
Cuando apareció Las flores del mal en 1857, el poeta fue llevado a juicio por atentar contra la moral y seis poemas fueron censurados (“Las joyas”, “El Leteo”, “A la que es demasiado alegre”, “Mujeres condenadas”, “Lesbos” y “La metamorfosis del vampiro”). El alemán Walter Benjamin lo definió como el primer poeta de lo nuevo, lo moderno y de la ciudad, algo que sobresale más en la arquitectura formal de su versos. Como sentencia Marco Martos: “Su poesía es ese contraste de vino nuevo en odres viejos”.
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