El Señor de Sipán es cuatro siglos más joven de lo que se pensaba. La cultura moche se extendió hasta el año 900 y no sucumbió totalmente a un devastador fenómeno del Niño —ocurrido a mediados del año 600— como se había afirmado antes; y el legendario tumi perteneció, en realidad, a la cultura Sicán, de la que fue heredado por los chimús. Estas son algunas de las nuevas revelaciones que ponen en entredicho los viejos paradigmas y que nos presenta un libro —Lambayeque, nuevos horizontes de la arqueología peruana— que explora en el pasado prehispánico de este vasto territorio ubicado entre las cuencas de los ríos Jequetepeque y Motupe. El texto brinda información actualizada sobre uno de los grandes centros generadores de cultura y conocimiento en el Perú antiguo.
En los últimos 40 años, los hallazgos en esta región de la costa norte peruana estuvieron marcados por cuatro hitos: primero, las indagaciones de Izumi Shimada en Batán Grande, en el valle de La Leche, desde fines de los setenta, que permitieron establecer la existencia de Sicán o Lambayeque, una excepcional cultura metalúrgica (desarrollada entre los años 900 y 1100 aproximadamente), que sucedió al apogeo de los moches y antecedió a los chimús. Luego, en 1987, el descubrimiento del Señor de Sipán en Huaca Rajada, por Walter Alva, que dio a conocer toda la grandeza y fastuosidad de los entierros moches. En tercer lugar, el hallazgo de diversas tumbas reales pertenecientes al reino de Sicán, a partir de las excavaciones lideradas por Carlos Elera en el santuario histórico del Bosque de Pómac. Y, finalmente, el desentierro en el 2011, en la huaca de Chornancap de una sacerdotisa de aproximadamente 55 años, que confirmó la importancia de la mujer entre las élites de las culturas norteñas.
Esos descubrimientos —explicados y contextualizados en este libro— permiten a los investigadores afirmar que en toda la región existió una continuidad civilizadora de más de veinte siglos, desde los tiempos de Cupisnique (1500 a. C.) hasta los chimús a mediados del siglo XV. En dichas civilizaciones abundan no solo aportes en los campos de la metalurgia o el manejo de la agricultura en zonas desérticas, sino también toda una memoria viva vinculada con antiguos mitos —como la leyenda de Naylamp— que narran la historia de señores y dioses venidos del otro lado del océano.
—Agricultura y metalurgia—
“Cuando hicimos estudios de ADN descubrimos que los moches y sus descendientes, los chimús y los caciques coloniales, son en realidad la misma gente. Es decir, genéticamente, estamos frente a un mismo pueblo que ha ido cambiando cultural y políticamente a través del tiempo”, explica el arqueólogo Carlos Elera, uno de los autores de este libro, quien ha liderado los trabajos del Proyecto Arqueológico Sicán, en el Bosque del Pómac, específicamente en las huacas Las Ventanas y El Loro.
Con esta idea, Elera busca erradicar la creencia que tiende a asociar expresiones culturales distintas con poblaciones también diferentes. En uno de los ensayos del libro, el investigador de la universidad Católica Krzysztof Makowski es aun más enfático y afirma: “Es menester adentrarse en la historia de la arqueología para descubrir con legítimo asombro que las culturas y estilos conocidos de manuales escolares o guías de turismo no corresponden necesariamente a pueblos, estados o imperios, sino que son creaciones interpretativas de un estudioso particular”.
Esto no niega, sin embargo, los profundos cambios ocurridos en la zona a través de los siglos, ya sea por razones económicas, ambientales o políticas. Uno de los más notorios se produjo alrededor del año 700 —época que los arqueólogos llaman Horizonte Medio—, cuando la cultura Moche fue impactada por los huari, esa suerte de imperio que desde los Andes del sur irradió con sus costumbres heredadas de los tiahuanaco casi todo el Perú prehispánico. Esto derivó, con los años, en nuevos estilos de cerámicas —se volvieron más finas—, o en la manera en que se hicieron los enterramientos —si los moches sepultaban a sus muertos de cúbito dorsal y orientados hacia el sur, después se empezaron a colocarlos en fardos, sentados y con las piernas cruzadas—.
Estas y otras modificaciones terminaron originando lo que se conoció primero como estilo Lambayeque, y después se denominó sicán, una palabra muchik usada en épocas prehispánicas para designar la zona que los españoles llamaban Batán Grande por la existencia de piedras enormes que servían para moler el metal. Es en esta área del valle de La Leche donde la cultura Sicán alcanzaría su mayor esplendor. Ahí construirían imponentes templos-mausoleos, cuyos entierros han comenzado a echar luces sobre esta sociedad que se extendió también hacia Pómac y posteriormente al valle de Túcume, ubicado a 33 kilómetros al norte de la actual ciudad de Chiclayo.
“Ninguna cultura del Perú antiguo produjo cantidad tan considerable de artefactos de metal como los sicán, cuyo peso podría calcularse en varias toneladas”, asegura Elera. Gracias al desarrollo de la metalurgia, los sicán pudieron producir no solo máscaras, vasos, cuencos y objetos de culto, sino también herramientas con las que construyeron canales que integraron las cuencas de los ríos y transformaron el desierto en un inmenso terreno agrícola. “La aleación de cobre con arsénico les permitió formar un metal de gran dureza como el bronce arsenical, con el que fabricaron herramientas que podían abrir la tierra a 20 metros de profundidad”, especifica Elera.
Según la crónica de Cabello Balboa (1586) y la creencia ancestral, estos estados regionales surgieron a partir de la llegada por el mar de dos personajes míticos —uno fue Naylamp y el otro Tacaynamo—, de los que descenderían los señores que gobernaron estos territorios desde el año 650 hasta las invasiones incas y españolas. Muchos de los artefactos sicán —confundidos antes como chimús— representan por eso a una deidad marina que podría ser Naylamp, no solo el conocido cuchillo ceremonial tumi, sino también cerámicas (huacos rey), textiles (fardos funerarios), metales (máscaras y orejeras) y pinturas murales, como la que ilustra la portada de este volumen.
—La nueva edad de Sipán—
Otro de los grandes aportes de Lambayeque, nuevos horizontes de la arqueología peruana está en el nuevo fechado de Sipán, que rejuvenece en 400 años al gobernante moche hallado por Walter Alva. La historia es la siguiente: en 1988, un año después de su descubrimiento, se sometieron algunos restos a pruebas de carbono 14 y los resultados arrojaron que dicho señor pertenecía al año 290 de nuestra era. La fecha se reprodujo inmediatamente tanto en el ámbito académico como entre el gran público. Sin embargo, no era exacta. Entre el 2008 y el 2012, en el transcurso de los estudios desarrollados con el apoyo del Fondo Ítalo-Peruano, se llevaron a investigar 21 muestras a los laboratorios de la Università degli Studi di Milano. Ahí las piezas fueron sometidas no solo a nuevos exámenes de carbono 14, sino también a pruebas de termoluminiscencia —una técnica avanzada en el caso de restos cerámicos— que permitieron obtener dataciones exactas.
Esta información fue contrastada luego con una nueva cronología desarrollada por el arqueólogo Luis Chero —del mismo equipo de Alva—, que ha permitido establecer que el célebre personaje vivió en realidad en el año 688 d. C.
El error inicial, según el investigador italiano Antonio Aimi, se debió a que antes se había establecido el tiempo en que se cortaron las maderas, probablemente algarrobos que sirvieron de soporte a la tumba, y no la fecha en que esta se construyó. “Resulta muy probable que, para construir el techo de las cámaras funerarias, los moches hayan utilizado también la madera de árboles cortados mucho antes, luego utilizados para otras funciones y finalmente reciclados para este último fin”, se lee en la página 140 del libro.
Como dice el arqueólogo Luis Chero, este hallazgo cambiará totalmente la idea que tenemos de los moches. Un pueblo autocrático y guerrero —poblado por diversos señoríos— que pudo sobrevivir a un devastador fenómeno del Niño, que algunos pensaban los había borrado del mapa. Hoy existen evidencias (como los nuevos fechados y otros patrones arqueológicos) que demuestran que después de la catástrofe climática, la élite moche se trasladó hacia la región de Pampa Grande, donde sobrevivió 200 o 300 años más, en una época de grandes cambios no solo ambientales sino también políticos y culturales.
El aporte italiano
Este libro, editado por Antonio Aimi, Krzysztof Makowski y Emilia Perassi, ha sido publicado bajo los auspicios del Fondo Ítalo-Peruano y la Universitá Degli Studi de Milano, que han promovido, en alianza con estudiosos e instituciones locales, investigaciones arqueológicas en el Bosque de Pómac. Se recogen, entre otros, ensayos de Bernd Schmelz, Carlos Elera, Walter Alva, Luis Chero, Marco Martini, Emanuela Sibilia, Paloma Carcedo, Bernarda Delgado, Carlos Wester y Susan Ramírez.
Edición: Ledizioni
Páginas: 299
Puede ser descargado gratuitamente en https://goo.gl/oep7Uw