En sus Meditaciones metafísicas, René Descartes nos insta a desconfiar de nuestras primeras impresiones sensibles si es que aspiramos a acceder a la verdad: “Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces que tales sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca por entero de quienes nos han engañado una vez”.
No obstante, Descartes también advertía en su Discurso del método que, si bien era imprescindible tomar estos recaudos en el terreno teórico-especulativo, en el campo de las decisiones morales o prácticas resultaba aconsejable adoptar ciertos criterios de sentido común “con el fin de no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios”. A contrapelo de lo dicho por el clásico filósofo francés, a principios del siglo XXI, se puso en boga una serie de publicaciones que sostenían que las primeras impresiones pueden ofrecernos un conocimiento certero y, con ello, la posibilidad de tomar decisiones correctas.
II
Uno de los gurús más exitosos de esta tendencia fue el escritor estadounidense Malcolm Gladwell. En su libro Blink! The power of thinking without thinking ( 2005 ), Gladwell plantea que, en circunstancias en que las cosas cambian con rapidez y hay poco tiempo para sacar algo en limpio de una información abundante, nueva y contradictoria, existen dos estrategias muy diferentes, que corresponden a los dos lados del cerebro. La primera es la estrategia consciente y lógica: pensamos en lo que hemos aprendido y terminamos por elaborar una respuesta. La segunda estrategia supone la existencia de un inconsciente adaptativo: “una especie de ordenador gigantesco que procesa rápida y silenciosamente muchos de los datos que necesitamos para continuar actuando como seres humanos”. Una suerte de piloto automático que actúa con escasa o nula intervención del piloto consciente, pero que, por lo general, nos lleva a buen puerto.
III
Gladwell es lo suficientemente lúcido para darse cuenta de que, en muchas situaciones, el conocimiento basado en las primeras impresiones nos lleva por el camino equivocado. Y es que nuestro inconsciente procesa todo aquello que hemos vivido y forma una opinión de cuyos fundamentos no somos conscientes. Es decir, forma lo que se conoce como “prejuicios”: juicios previos al análisis racional y que, con frecuencia, nos conducen a conclusiones precipitadas e incorrectas. Según Gladwell, es posible modificar esos prejuicios si es que tomamos conciencia de las experiencias en que se fundan y “aprendemos a descodificar lo que hay detrás de nuestros juicios instantáneos y primeras impresiones”. De esto se sigue, siempre según Gladwell, que se debe saber cuándo conviene fiarse de una primera impresión y cuándo es preciso someterla a reflexión. Esto significa que es necesario disponer en nuestra mente del contexto apropiado. Dicho contexto resulta de un conocimiento profundo que el mismo Gladwell considera propio de los expertos porque “solo ellos pueden confiar de verdad en sus reacciones”. Y ello se debe una razón muy sencilla: detrás de esos juicios aparentemente instantáneos hay décadas de experiencia y de conocimientos.
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