Nada en común parecen tener Paul Gauguin, Dennis Hopper, Gabriel García Márquez, Werner Herzog, Muhammad Ali o Flora Tristán, salvo que alguna vez pisaron estas tierras por razones de su oficio, o a la búsqueda de aventuras, o para hacer realidad alucinadas obras. Ese es el hilo conductor que toma Helio Ramos para elaborar estas crónicas en las reconstruye situaciones, épocas y momentos, y nos entrega algunos datos reveladores sobre la presencia de estos personajes en nuestro país.
En el prólogo hablas del libro como un proyecto de varios años, ¿cómo concebiste estas historias y cuándo te diste cuenta de que deberían ser parte de un libro?
El deseo de publicar, supongo, es algo que siempre tenemos en mente los periodistas, más aquellos que en algún momento recalamos por la crónica, ese género flexible que bebe de varias fuentes y tiene una estructura libre que se nutre de lo literario, la etnografía, el cine, la poesía, el ensayo. Reconozco que, en mi caso, he escrito historias diversas, según líneas narrativas pensadas como para un libro. Un ejemplo, me interesan las cartografías urbanas relacionadas con determinados personajes o historias: la New York de “Taxi Driver”, el Buenos Aires de Cerati, la Ciudad de México de Bolaño, la Lisboa de Pessoa, la Lima de Vargas Llosa o Ribeyro. O un proyecto de textos bizarros sobre peruanas y peruanos no necesariamente exitosos que migraron desde los 90 hacia adelante a Chile, Argentina, Paraguay, Estados Unidos, Alemania, Japón. En el caso de este libro, las crónicas fueron concebidas de acuerdo a personajes vinculados de algún modo con el Perú, con aspectos poco conocidos de su vida y la relación con nuestro país. Trabajé un breve tiempo en El Comercio y recuerdo que, sumergido en su archivo, encontré historias que podían recuperarse. Es el caso de la venida a Lima de Muhammad Ali, que llegó para dar una pelea de exhibición. Así, pensé en personajes de ese tipo que pisaron estas tierras: Hopper, Flora Tristán, García Márquez (su única visita), Héctor Lavoe, William Faulkner…
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Las nueve crónicas reunidas son un registro de personajes y hechos que vinculan a nuestro país con la cultura occidental, desde Gauguin hasta un fantasmal Rimbaud ¿cómo definirías estos escritos reunidos en el libro?
Respecto a Rimbaud, el vínculo no es tanto porque haya venido al Perú. Surgió la idea de escribir esa crónica a raíz de la lectura de un libro que narra la estadía del poeta maldito en Java, cuando ya había abandonado la literatura. En ese texto describen una ciudad con gentes provenientes de todos los lugares del mundo, entre ellos peruanos. ¿Peruanos en esa isla de Indonesia, en las últimas décadas del siglo XIX? Entonces indagué sobre eso y también qué pensaban cuatro poetas peruanos sobre el vate adolescente. Por allí descubrí, por ejemplo, que habían tenido una especie de “encuentro” con él. Recordé el poema de Pimentel que lo trajo a Lima en los 70 y me pregunté por qué no lo traía a Lima en los tiempos de agitación contra la Ley Pulpín. Y así surgió esa crónica. Las nueve historias son no ficción, pero elaboradas con herramientas de la ficción, licencia que te permite la crónica, también llamada periodismo literario o periodismo narrativo.
La crónica dedicada a Faulkner en el Perú es también un homenaje al maestro sanmarquino Manuel Jesús Orbegozo, de quien se cumplen diez años de su muerte, ¿cómo fue tu relación con él y cómo así te interesó su historia con Faulkner, de las tantas que desarrolló el recordado maestro a lo largo de su carrera periodística?
Durante las clases con él en San Marcos o en su casa de Miraflores, siempre nos contaba cómo gracias al periodismo había recorrido el mundo y entrevistado a uno y mil personajes. No sé dónde leí una reseña que ponía en entredicho una entrevista que Orbegozo le hizo a Faulkner. Intenté indagar sobre aquello, pero el maestro no quiso comentarlo y más bien me contó otra historia relacionada al escritor estadounidense, acerca de un viaje a Brasil por el mismo tiempo en el que vino al Perú. Me pareció que allí había algo para contar y traté de utilizar la técnica faulkneriana, el monólogo interior o el relato en segunda persona, mezclando tiempos y espacios, como en “El sonido y la furia”, o lo que hizo Vargas Llosa en “La ciudad y los perros” y en “La casa verde”. Sebastián Salazar Bondy dijo que lo que hacía don Manuel Jesús Orbegozo era “periodismo perdurable”. Y tuvo mucha razón. El hecho de recorrer el mundo, le permitió tener una mirada intensa, la cual plasmó en sus crónicas. Cuando leemos sus libros parecemos testigos de cómo este hombre construyó sus historias, un adelantado a Kapuściński o Caparrós. Sus escritos son periodismo literario que debe ser revalorado más allá de los muros sanmarquinos.
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Detrás de cada una de las historias que cuentas se percibe un gran proceso de investigación y reporteo, ¿cuáles crees son las claves de un buen relato periodístico?
En un primer paso el cronista tiene que definir qué es lo que quiere contar y determinar la mirada con la cual quiere hacerlo. Luego, construir una estructura con el tema, los personajes y los hechos, enmarcados en un territorio y contexto. Después debe hacer una inmersión con múltiples recursos y herramientas prestadas de la literatura, el cine, el ensayo, la poesía, las epístolas, etcétera, para construir el texto periodístico narrativo. Mueves todo eso, lo pones a fuego lento y creo que sale un buen relato.
¿Cómo ves la vigencia de la crónica en el periodismo peruano y ahora en los medios digitales?
La virtualidad forzosa a la que nos ha obligado la pandemia permite replantear también la forma como narramos. Y creo que la crónica periodística puede adecuarse a estas nuevas plataformas de comunicación transmedia para llegar a una mayor cantidad de público, sobre todo a los centennial y milennial. Hay por tanto nuevos retos. Esta forma de contar historias tiene que estar despercudida del formato informativo. El lenguaje de la crónica es el más adecuado para aprovechar los medios digitales, como ya está demostrado en los reportajes de las revistas televisivas. El qué, cómo, cuándo, dónde no necesariamente tiene que seguir el patrón de la pirámide invertida.
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