En su libro titulado Capitalismo progresista, el economista Joseph Stiglitz recuerda que “la liberalización del mercado financiero condujo a la crisis de 2008, la peor recesión económica mundial desde la Gran Depresión de 1929”. No obstante, dicha crisis no afectó a todos por igual: mientras decenas de millones de personas en todo el mundo perdieron sus empleos, los principales ejecutivos financieros que llevaron la economía global al borde de la ruina no solo no se hicieron responsables de nada (y, por lo tanto, no cumplieron condena alguna), sino que fueron recompensados por el Estado con exorbitantes bonificaciones. “Los banqueros fueron rescatados, pero no así aquellos a quienes habían expoliado”. Desde principios del año pasado, la pandemia de COVID-19 no solo ha provocado millones de muertes, sino que ha producido un desastre económico posiblemente peor que la Gran Recesión.
Para el filósofo esloveno Slavoj Žižek —que publicó hace unos meses el libro Pandemia: la covid-19 estremece al mundo (2020)— está claro que los mecanismos de mercado no han sido ni serán suficientes para contrarrestar (en el corto ni, tal vez, en el mediano plazo) el poder de destrucción del virus, por lo cual parece razonable pensar que la coordinación de la producción y la distribución tendrá que realizarse fuera de las coordenadas del mercado. La pregunta que se hace Žižek es la siguiente: “¿Todo esto no indica claramente la necesidad urgente de una reorganización de la economía global que ya no estará a merced de los mecanismos del mercado?” Žižek se refiere a “algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía, así como limitar la soberanía de los estados nacionales cuando sea necesario”.
Según Žižek, el presente estado de cosas abre la posibilidad de pensar en una sociedad alternativa, “una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”. En efecto, la amenaza global hace que nuestras pequeñas diferencias se vuelvan insignificantes y exige una solidaridad global para hacerle frente. En tal sentido, la pandemia señalaría los límites de la globalización de mercado y del “populismo nacionalista” que insiste en una plena soberanía estatal. “La crisis actual demuestra claramente que la solidaridad y la cooperación global tienen como finalidad la supervivencia de todos y cada uno de nosotros, y que obedecen a una pura motivación racional y egoísta. No basta con aislarse y sobrevivir: para que esto sea posible, los servicios públicos básicos tendrán que seguir funcionando: la electricidad, el agua, los alimentos y los medicamentos tendrán que seguir estando al alcance de todo el mundo”.
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