Una palabra recurrente en este tiempo de pandemia es “incertidumbre”, pues sentimos que muchos planes y expectativas se han quebrado. ¿Podemos vivir desde la incertidumbre? ¿Cómo llevar una vida ética desde esa característica de la existencia? La palabra “incertidumbre” se muestra como negativa, pues señala la no certeza de nuestras percepciones, concepciones y expectativas. Por eso, indica también la no seguridad, pues tenemos el deseo de que las cosas tengan estabilidad, como visiones, metas y criterios claros para vivir.
Los seres humanos, al dejar de ser nómadas y volverse sedentarios, comenzaron a tener más estabilidad y sentir que las cosas debieran seguir igual. Esta sensación de seguridad se ha extendido a medida que las sociedades han ido resolviendo muchos problemas y la expectativa de vida ha aumentado. Si bien esto es un logro, nos produce una percepción errónea de seguridad y permanencia.
Secretamente creemos que podemos controlar todo lo que ocurre, especialmente, en la vida humana. Este prejuicio humano no se debe al avance de la ciencia por sí, sino al deseo ancestral que tenemos de que las cosas sean como nosotros deseamos. Y cada cierto tiempo, la realidad nos muestra de que nunca tuvimos el control.
Ética de la incertidumbre
En la antigüedad hubo tradiciones éticas que no se sustentaron en la certeza y la seguridad, sino en la impermanencia y la incertidumbre. En el siglo VI a.C. Heráclito enseñaba: “Si uno no espera lo inesperado nunca lo encontrará” (fragmento 18). A lo que, desde la India, el Buda Shakyamuni completaba: al no aceptar la impermanencia, solo tendremos sufrimiento. Para este sabio indio, todas las cosas existentes están condicionadas por otras para su surgimiento, las propias condiciones de vida son inestables y no duran para siempre.
Por eso, su ética llevaba la práctica de la humildad, la aceptación de las limitaciones humanas, como la finitud de esta forma de existencia. Solo somos parte de un todo interrelacionado.
Las grandes tradiciones éticas de la Grecia antigua también apuntaron a la misma idea, aunque con cosmovisiones diferentes. Criticaron la hybris, la soberbia, el orgullo humano, que nos ciega a nuevas visiones de la realidad, a un encuentro más humilde con la existencia. Y esto lo aplicaron tanto al plano del conocimiento, como de la ética y de la política. En esa dirección el estoicismo enseñaba que, si las cosas no están en nuestro poder, habría que dejarlas y concentrarse en lo que se puede hacer.
La práctica de la humildad
Y la tradición cristiana también siguió esa dirección. Jesús enseñaba a sus discípulos a no poner la seguridad en este mundo cambiante, muchas veces impredecible, sino en Dios, símbolo de lo eterno. Lo importante era dónde uno pone su mente y corazón (Mateo 6, 19-21). Dicho de otro modo, qué es lo que realmente queremos en esta vida. Lo que ejemplificaba con la parábola del hombre rico que soñaba con hacer más riqueza y a la mañana siguiente amanece muerto (Lucas 12, 16-21).
De estas tradiciones, entre otras, podemos organizar estas enseñanzas éticas utilizando el esquema aristotélico de las virtudes éticas y las virtudes dianoéticas (intelectuales), que puedan dar sustento a una ética de la impermanencia, para estos tiempos tan inestables.
Desde las virtudes éticas, se buscaría la práctica de la humildad, la paciencia, la serenidad, la ecuanimidad, la confianza, la tranquilidad del alma, todas estas palabras con mucho parecido en sus significados, pues tienen una raíz común, la aceptación de la naturaleza impermanente, pasajera, frágil, de esta vida. Y de ahí sigue una ética del cuidado, pues al ser seres vulnerables nos queda cuidar de uno mismo, de la comunidad y del planeta.
Volver la mirada a nosotros mismos
Las virtudes intelectuales que nos trae esta ética de la incertidumbre son la práctica de la prudencia ―el ejercicio de la búsqueda del término medio―, el cultivo del diálogo y la imaginación como formas de encontrar respuestas, sin creer que podemos eliminar la incertidumbre. Los dogmatismos, los fundamentalismos y la soberbia no serían expresión de esta ética.
También la ética de la incertidumbre está relacionada con el sentido de la vida, pues orienta e inspira, no anula la incertidumbre. Una ética que nos interpela y nos hace volver la mirada hacia nosotros mismos, ¿qué queremos realmente en esta vida? No solo como individuos, sino también como comunidad política: ¿qué país queremos? Eso sería darle un horizonte de sentido que nos inspire a seguir dándole valor a la frágil y vulnerable existencia humana.
En tiempos de incertidumbre que nos trae la pandemia, sería mejor revisar nuestras creencias, ideales y formas de vida que nos cierran la mente y el corazón a nuevas posibilidades que nos pueden enriquecer como humanidad, a nivel personal, comunitario, nacional y mundial. Así, donde hay incertidumbre también existe la posibilidad de nuevas formas de vivir con sentido ético. Solo hay que atreverse a seguirlas.
*Miguel Ángel Polo Santillán es filósofo por la UNMSM
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