A los 36 años, Minouche Shafik (Alejandría, 1962) ya era la más joven vicepresidenta del Banco Mundial y una economista versátil que también ha trabajado en cargos directivos en el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Inglaterra, mientras ha mantenido roles de colaboración en instituciones benéficas y en empresas privadas. Como migrante, nacida en Egipto, ha experimentado la difícil travesía de abrirse paso y subir la escalera en el mundo académico occidental.
Tras casi seis años como presidenta de la London School of Economics, Shafik ha sido nombrada la vigésima presidenta de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Asumirá el cargo el 1 de julio del 2023.
—En su libro aborda el problema de las oportunidades y el hecho de que, a pesar de los grandes progresos que se han hecho en el mundo, muchas personas continúan insatisfechas porque trabajan con esfuerzo, pero no consiguen lo que considerarían justo. ¿Qué está fallando?
En mi propia vida he experimentado la movilidad social descendente y ascendente, y me he dado cuenta de lo injusto que es el conjunto actual de oportunidades a las que muchas personas se enfrentan, así que creo que el hecho de que la gente pueda trabajar muy duro en sus vidas y, sin embargo, tener muy poco que mostrar en términos de ingresos y bienestar es muy preocupante. Por lo tanto, lo que busco responder en el libro es cómo logramos un contrato social que mejore las oportunidades de las personas, en el que se garantice que siempre tendrán la oportunidad de una vida decente, sin distinción.
—En los países en desarrollo, cuando se habla de tocar el contrato social, que muchos entienden como sinónimo de Constitución, el establishment reacciona asegurando que esto dañaría gravemente las condiciones económicas. En países donde la estabilidad política ha sido muy escasa, ¿cómo afrontar estos cambios con responsabilidad, sin precipitarse al vacío?
El contrato social se negocia en muchos ámbitos, no solo en la Constitución. No hay que escribirlo todo en ella. Gran parte de nuestro contrato social nunca se ha escrito, pues también se refleja en cómo funcionan nuestras familias o en cómo dividimos el trabajo dentro del hogar. Creo que tenemos que hablar del tema de una manera mucho más amplia. Por supuesto que la Constitución es parte del asunto, pero también lo son las políticas gubernamentales y la forma en la que nos organizamos como sociedad civil.
—En el Perú algunos expertos temen lo que supondría cambiar la Constitución, que data de 1993, sobre todo por el tema económico. ¿Cómo hacer frente a los cambios sociales sin perder el progreso ganado?
Cuando las constituciones son demasiado específicas, no se adaptan muy bien a los tiempos. La gente pone un montón de cosas en la Constitución pensando que así se evitarán más crisis en el futuro, sin embargo, esta es una forma de limitar la maniobrabilidad política en el tiempo. Creo que es mejor tener constituciones que estén realmente basadas en principios, que permitan saber cuáles son las expectativas de los ciudadanos en términos de pagar sus impuestos, participar en la vida pública, votar o qué esperar del Estado. Por ejemplo, lo que los ciudadanos quieren alcanzar en términos de salud pública no se escribiría en la Constitución. Se escribiría el principio, pero lo que los países pueden permitirse en términos de salud pública cambiará con el tiempo, y la especificidad de lo que significa ese compromiso debería resolverse a través de las políticas públicas y el proceso político, no como una cuestión constitucional.
—En su libro muestra cómo los ciudadanos, cuando se enfrentan a la enfermedad o el desempleo, miran a la sociedad y al Estado para que los protejan. El estado de bienestar en Europa permite que esas situaciones sean menos traumáticas, pero en los países en desarrollo no es así.
Creo que gran parte del proceso de desarrollo consiste en que los individuos no enfrenten solos estos riesgos, sino que lo hagan acompañados del Estado. En muchos países en desarrollo el desempleo y la enfermedad son asumidos por los individuos y sus familias. Esto es injusto, pues si naces en una familia pobre no tienes muchos recursos para mantenerte, y a la sociedad no le interesa que estés desempleado durante mucho tiempo o enfermo durante mucho tiempo. Creo que lo interesante es que, incluso en muchos países de bajos ingresos, la demanda de una red de seguridad social ha crecido enormemente y por ello están empezando a plantearse qué tipo de contrato social quieren tener y qué debería este garantizarle a sus ciudadanos. Hoy que se están debatiendo estas cuestiones, espero que algunas de las ideas del libro puedan ser útiles para resolverlas.
—¿Qué parte del contrato social debe cambiar para que la seguridad social no se rompa en el futuro?
Cuando se hacen cambios en el contrato social, deben hacerse de manera justa. Si se van a subir los precios del transporte público hay que asegurarse de que las personas de bajos ingresos, que dependen de esos medios de transporte, estén protegidas. Con frecuencia se producen reformas económicas sin tener en cuenta las consecuencias distributivas y los mecanismos para garantizar que las personas estén protegidas. Y ahí es donde es realmente importante el pensamiento creativo sobre qué contrato social se necesita para apoyar esas reformas que, de lo contrario, fracasarán.
—En América Latina las mujeres sufren discriminación laboral y las poblaciones indígenas sufren discriminación racial, ¿cuál es su reflexión sobre el tema?
No se puede negar que hemos progresado, tanto en lo que respecta a las oportunidades de las mujeres, como a los grupos históricamente discriminados, pero no estamos aún a la altura de lo que necesitamos. Cuando vemos gente con talento pero sin posibilidades de desarrollarlo, ya sean niños que nacen en familias pobres o mujeres que se ven obligadas a quedarse en casa y no pueden formarse ni trabajar, hablamos de una pérdida para la sociedad. Me molesta mucho cuando veo que hay personas capaces que no tienen apoyo. Combatir las desigualdades es más beneficioso para todos. El mundo estaría mejor si todos en la sociedad tenemos la posibilidad de desarrollar nuestro potencial.