Libertas o la independencia del Perú: drama en cuatro actos, es una pieza teatral escrita por Arturo Molinari en 1921, justo para el primer centenario de nuestra independencia. El libro llega a nuestras manos en una hermosa edición bajo el sello de Maquinaciones Narrativa, gracias al rescate editorial de José Donayre quien es bisnieto del autor.
Libertas no fue una pieza fácil de conseguir. Fue largo el camino que recorrió José Donayre en busca del manuscrito perdido del bisabuelo. Lo ubicó, por fin, en la biblioteca de la Universidad de Texas; y así ahí nació la edición que hoy llega a nosotros gracias a que Donayre ganó el concurso de estímulos económicos para la cultura del Ministerio de Cultura, en la categoría de rescate literario. Además de un emotivo prólogo, el libro incluye el facsímil del manuscrito original y un estudio crítico realizado por el Mg. Miguel Ángel Vallejo, escritor e investigador especialista en el teatro referido a la época de la independencia. “Cuando Pepe [Donayre] halló este manuscrito, yo encontré mi tema de investigación”, dice.
José Donayre proyecta, para el 2021, poner en escena esta pieza teatral, adaptada e intervenida por la actriz Angelita Velásquez, así como en una novela gráfica dibujada por Josué Maguiña. Sobre el valor de la pieza en el marco del teatro peruano, responde Miguel Ángel Vallejo.
¿Cómo se puede definir el teatro que trabaja la época de la independencia?
Este primer teatro sobre la independencia, al ser de una época de guerra, tendrá elementos de agitación y propaganda, desde un punto de vista criollo, porque la mayoría de autores de estas piezas eran criollos. En tiempos virreinales habrá piezas a favor de la Corona, como la anónima El ataque del Callao por Lord Cochrane (1820), que caricaturiza la expedición de San Martín y O'Higgins presentándolos como villanos torpes e interesados, o el Diálogo en el consistorio patriótico (1820), también anónima, que se burla de quienes se incorporen al bando patriota pues no recibirán dinero.
Ya en la era republicana son mucho más numerosas las independentistas, donde destaca Los Patriotas de Lima en la Noche Feliz (1821), atribuida a Miguel del Carpio, primera obra republicana, donde los personajes son todos patriotas, demonizan al orden virreinal y a los españoles, presentan el accionar patriota como intachable, y proponen la utopía de que Perú será una potencia mundial. Luego de esta aparecerán piezas que loan a San Martín y a Bolívar, que proponen una utopía militarista y caudillista en la que el Perú será una potencia mundial, aunque nunca se proponen valores concretos para ello.
Lo que tienen en común las casi cincuenta piezas peruanas de ese periodo, además de su estética neoclasicista, es que en ellas no aparecen personajes indígenas, como sí ocurre en obras de autores argentinos, ni tampoco personajes afrodescendientes. La poesía sobre la independencia sí incluye a indígenas y afroperuanos, lo que hace significativa esta exclusión en el teatro. Asimismo, es innegable el papel relevante de las montoneras indígenas, los esclavos insurrectos y las rabonas en ambos bandos, así como las mujeres lideresas en la lucha independentista. Por eso concluimos que el teatro criollo omitió sus acciones de manera premeditada porque no las consideraba importantes, porque no las entendió, para quitarles visibilidad, o una suma de todo.
¿Qué tan heterogénea es la idea de patria en las obras que has estudiado y que se refieren a esa época?
Increíblemente diversa. De esa primera etapa de agitación y propaganda sin presencia de indígenas ni afrodescendientes, pasamos al costumbrismo de Felipe Pardo y Aliaga o Manuel Ascencio Segura, que desde en las décadas de 1830 a 1850 caricaturiza a estos grupos. Una obra de Segura, La Espía (1854) es una valiosa excepción, donde la protagonista es una mujer indígena que guía las acciones, inteligente y valerosa, quien decide voluntariamente casarse con un teniente español. Después, el romanticismo de la segunda mitad del siglo XIX idealiza al pasado incaico en Hima-Sumac (1884) de Clorinda Matto de Turner, María de Vellido (1878) de Carolina Freyre de Jaimes o El Pueblo y el Tirano (1862) de Carlos Augusto Salaverry, pero presenta a los ideales independentistas criollos como herederos del legado incaico.
Ya en el siglo XX, piezas como Libertas…, de corte realista, proponen una reconciliación con España y miran los problemas nacionales a partir de la República, e incluyen a patriotas de la plebe como José Olaya y María Parado de Vellido, aunque sin enfatizar en su etnicidad. Desde la década de 1960 vemos obras con personajes indígenas en un papel cada vez más relevante, como en la trilogía de teatro histórico de Sergio Arrau en la década de 1980, y personajes afroperuanos como en Vida, pasión y muerte de Lorenzo Mombo (1975) de Perú Negro. Otras obras creadas durante el conflicto armado interno, como El caballo del Libertador (1986) de Alfonso Santistevan, combinan la época de la independencia con ese presente incierto, es decir, recurren al origen de la república para entender la actualidad.
A partir del posconflicto, las piezas sobre la independencia buscan reivindicaciones para los grupos excluidos, en obras piezas no artistotélicas como Discurso de promoción (2016) de Yuyachkani, Bicentenaria (2017) de Claudia Tangoa y Mariana Silva, y también en piezas aristotélicas como Sueños de victoria (2016), de Paola Estupiñán. El centro de la peruanidad ya no es la independencia en sí, sino la república que hemos construido en doscientos años.
¿Cómo se define la idea de patria en Libertas, escrita en el centenario de la independencia? ¿Y la idea de peruanidad?
En Libertas…, la patria son todos los ciudadanos, lo que se aprecia cuando el realista don Fernando acepta que el país se independice como una república por una ley natural de la vida. Don Fernando dice, con la aprobación de todos, que el Perú nace con la conquista española. En ese sentido, la república peruana es una continuación del virreinato, en una lógica de reconciliación con España, y la peruanidad es una mezcla cuyo origen es el virreinato. Libertas… es claramente una pieza hispanista, algo muy común en su tiempo. En la pieza no aparecen indígenas y, aunque pareciera que el patriota Rafael es un mulato, no se le describe así ni se presentan características particulares de afroperuano.
¿Por qué esta obra constituye una bisagra en la historia del teatro peruano?
Por la reconciliación con España, que si bien se había insinuado ya en el Rodil (1852) de Ricardo Palma y en La Espía (1854) de Manuel Ascencio Segura, en Libertas… es plena: hay personajes criollos desalmados como Bernardo de Monteagudo, personajes españoles nobles, y los protagonistas se transforman para aceptar a la república peruana. Si bien es poco probable que los autores posteriores hayan leído o visto la pieza de Molinari, es el signo de los tiempos. Por ejemplo, en 1957, un joven José Miguel Oviedo publicaría Pruvonena, donde no aparecen personajes españoles y el conflicto se basa en las pugnas por el poder, la corrupción y la locura de autoridades patriotas como el presidente José de la Riva-Agüero (apodado Pruvonena) y Antonio José de Sucre.
¿Podemos ver en Libertas como una suerte de reivindicación a los sujetos subordinados o qué lectura le podemos dar al protagonismo de estos personajes?
No diría que reivindica a los sujetos subordinados, porque estos no aparecen, salvo el caso mencionado de Rafael, quien no tiene ninguna característica que afirme su identidad. En la pieza se retoma la fórmula de padre español con hijos simpatizantes patriotas, que se inauguró con el Rodil de Ricardo Palma, donde al final los padres respetan a los hijos en un signo de continuidad del virreinato en la república.
¿Qué le puede decir Libertas al Perú a puertas de su bicentenario?
Que las reconciliaciones sirven para seguir adelante. El representar que somos herederos del virreinato no implica decir que ese es nuestro único origen. En realidad, el Perú se ha reinventado muchas veces, en una historia larguísima y no suficientemente bien conocida ni difundida, desde hace miles de años. Reconciliarnos con nuestro pasado es imprescindible para comprendernos y pensar en el presente, como hacen las obras contemporáneas.