Diego Fonseca, el escritor y periodista, es reconocido por la calidad de su prosa. Pero en el mundo de Twitter @DiegoFonsecaDF, es también reconocido por su impasibilidad y por haber creado, en los primeros días de incertidumbre pandémica, el #LiteraryDeathMatch, un certamen virtual en el que se han enfrentado los más diversos escritores, filósofos y músicos. A pocos días del fin de este torneo, habla sobre el mismo, las redes sociales, la literatura de la pandemia y el oficio de escribir.
¿Cuál es tu relación con las redes sociales?
Hay un uso variado. Son útiles para la difusión de lo que escribes, dependiendo de las circunstancias son canales para vehiculizar reclamos —individuales o colectivos— y, claro, constituyen otro escenario para la construcción del personaje virtual, ese ejercicio de caracterización que los demás ven como tu persona pública.
¿Ves una relación sana entre las redes sociales y la literatura?
Las redes no inventan nada nuevo. Aceleran procesos y comportamientos que ya existían en el pasado en nuestras relaciones y comportamientos pre-digitales. Fake news, bullying, acoso sistemático, racismo, movilización y enojos sociales, y más. De manera que, como herramienta, son un espacio de realización e intercambio de nuestros comportamientos. Por ende, si las usas bien, sirven para la literatura; si las usas mal, lo contrario. Hay ejemplos sobrados de buen uso. Por ejemplo, Pablo Maurette inició las lecturas colectivas de los clásicos con #Homero2018 y ya va por #Tragedia2020. Juan Horacio de Freitas lanzó #Nietzsche2020 para activar una conversación sobre filosofía. Las redes son el espacio de distribución de mucho de lo nuevo en podcast, por ejemplo, comenzando por Radio Ambulante o siguiendo por el proyecto Solaris de Jorge Carrión. En suma, las personas se apropian de las tecnologías, las resemantizan en función de sus necesidades. Somos nosotros, los que hacemos de una red un buen complemento o una parte importante de nuestra existencia o no.
¿Y entre las redes sociales y las reivindicaciones sociales?
Bueno, son otro instrumento. Los servicios de mensajería instantánea fueron cruciales para articular demandas sociales complejas, por las buenas y las malas. No agotaré el tópico, pero recuerden el 11-M en Madrid tras el ataque en Atocha y “Pásalo”. O la Primavera Árabe. En ambos casos, la tecnología aceleró los intercambios entre grupos de pares. Por el lado malo, Facebook facilitó cuentas falsas y distribución de propaganda que benefició a Donald Trump en las elecciones de 2016. Cambridge Analytica empleó los perfiles psicográficos de más de 60 millones de usuarios de Facebook para influir sobre su decisión de voto en al menos cuatro países, Estados Unidos incluido. Y los grupos de Whatsapp han sido tan útiles para salvar la vida de personas como para ayudar a Bolsonaro a ganar en Brasil o para que, como nos enteramos ahora, policías corruptos en California coordinen la toma de control de un distrito completo. La tecnología no es objetiva, imparcial: expresa deseos, prejuicios, ideología de sus creadores. Pero somos los usuarios quienes le damos sentido a su uso, porque, al cabo, es una herramienta. Twitter como instrumento no puede tomar decisiones éticas o morales, son sus creadores y dueños y nosotros, los usuarios, quienes damos carga valórica al uso.
¿Cómo veías Twitter antes de iniciar los celebrity deathmatchs de escritores / cantantes?
No cambió mi percepción de Twitter, y es la que señalaba antes. En rigor, lo interesante es el análisis detrás del acto. #LiteraryDeathMatch no cambiará la historia de nada y ni siquiera es científicamente representativo de Twitter y mucho menos de la sociedad. Sí expresa rasgos, actitudes. El más claro ejemplo es sobre el uso, otra vez. Muchos votantes están convencidos de que su autor predilecto es mejor que el adversario y se pronuncian con esa convicción. Y ya: votan, lo dicen, se van a casa. Pero los demás, los seguidores del otro, se organizan. Envían DMs, Whatsapps, hacen activismo virtual. Trasladan y adaptan al espacio digital estrategias del mundo analógico y crean nuevas, específicas. Y al cabo, más de una vez ganan la elección. El aprendizaje ya existía, y viene de la democracia electoral: no ganas una elección sin trabajarla. Y eso se expresa incluso en la nimiedad de #LDM.
¿Qué escribirías sobre tu experiencia en esta pandemia? ¿Las batallas en Twitter tendrían lugar en tu historia?
Dudo que tengan lugar, pero no porque no pudieran ser importantes sino porque no se me ocurre a mí cómo incluirlas en algo. He trabajado durante la pandemia escribiendo sobre procesos sociales y su expresión colectiva e individual. No sé si escriba algo. Antes de la pandemia yo ya trabajaba con mi clínica de edición online y durante la crisis decidí convocar a quien quisiera a enviar sus trabajos pero con la condición de que no tuvieran la pandemia como tema. Se está escribiendo sobre eso, habrá ficción y no ficción de eso y desconozco qué registro contará mejor, canonizará el fenómeno. Yo escribo sobre la pandemia como periodista, y tendría que abrirme a otro registro si la quisiera llevar como tema en ficción. Si lo hiciera, lateralizaría. Las batallas en Twitter tienen un valor personal para mí, por su origen, porque me ayudaron a atravesar un mal momento, pero no las he incorporado a una narración más general.
Todos tenemos una historia que contar de esta pandemia. Para contar una historia de largo aliento, ¿Es el periodismo la mejor herramienta?
Un novelista diría lo contrario. El periodismo es bueno, como diría alguien, como primer registro de la historia. Del mismo modo, la ficción puede retratar mejor que un texto de no ficción el espíritu de una época, no en vano nos preguntamos quién escribirá la novela de X momento de la historia de la humanidad. Pero como bien dicen los economistas para salvar el error futuro, todo depende. Un texto corto es bueno si se ajusta a las condiciones del buen relato y el cuento: precisión, concisión, músculo y no grasa. Una historia centrada, económica. El largo aliento tiene sus virtudes, como en la novela, para desovillar un argumento. Si el espacio es la medida de las cosas, pues a mayor extensión más posibilidades de desenvolver mejor una idea, pero también de joderla. El espacio no reemplaza al talento.
¿Qué diferencias ves entre un libro llamado de autoficción y otro cuya historia se cuente como una crónica en primera persona (o donde el autor es el protagonista)?
Asumo que la diferencia es obvia: la autoficción es ficción, la crónica debe ser periodismo, no ficción. La similitud es también obvia: el yo al centro, protagonizando. Por lo demás, sólo queda ahondar en diferencias de tratamiento del objeto, que en este caso es el sujeto. En la autoficción, tu yo puede ser modelado como quieras mientras seas creíble: la gente debe creer que ese ser ficcional eres tú. La verosimilitud es clave. En la no ficción, no es lo verosímil sino la base factual: la gente debe saber que ese personaje realtado eres tú, no tu ficcionalización.
¿Cómo ves, como escritor y buscador de historias, esta revaloración del hogar a propósito de la pandemia?
No he pensado mucho en el tema. En mi caso, mi familia, tomada como sinónimo de hogar, del lugar donde encuentras protección, implicó contención. La pandemia me tomó con mi mujer y mi hija pequeña en Igualada, una de las ciudades más golpeadas por la primera ola del coronavirus. Mi hijo mayor estaba en Arizona, ahora uno de los estados más golpeados en Estados Unidos. Fueron cuatro meses sin verlo hasta que pude viajar, angustiosos. Yo la hubiera llevado mucho peor sin mi pareja y nuestra niña. Yo vivo partido entre dos continentes, el hogar se volvió una necesidad íntima, un factor espiritual y físico. No sé cómo será con quienes conviven a diario, pero he visto que los ratios de divorcios se han ampliado en España, por ejemplo. Claro, las crisis acentúan rasgos, buenos y malos. Los problemas que estaban se amplían con la convivencia forzada. El encierro angustia, el hacinamiento potencia tensiones. Por eso, no estoy seguro de la revalorización del hogar en general. Los jóvenes quieren salir: ¿eso significa que niegan el hogar con eso o simplemente están hartos de estar encerrados, creen que el virus no será tan agresivo con ellos, desean su vida previa de regreso? Yo también he querido salir, pero me contuve. Puedo hacerlo porque no sufro como otros. Pero, quien debe salir a trabajar a diario, ¿niega el hogar o quedarse en casa entraña más riesgo de supervivencia, porque pierde su trabajo o no puede poner nada en el plato de sus hijos? Espero con interés un ensayo sobre la intimidad, el hogar, el encierro, la distancia. Tomará tiempo, como las buenas cosas.