El 2 de agosto de 1914 Franz Kafka (1883 - 1924) escribió en el cuaderno en el que llevaba registro de sus días: “Alemania le declaró la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a la escuela de natación”.
Fue una entrada breve en comparación a otras en que detallaba con más cuidado las situaciones en las que se involucraba y las emociones que estas le generaban. Sin embargo, para entender el efecto que causó en el escritor checo la Primera Guerra Mundial, no basta con leer esas dos líneas. Es más sustancioso leer las más de 500 páginas que, años después de su muerte, fueron publicadas como sus Diarios completos, y que recogieron doce cuadernos y algunos legajos dispersos que abarcan desde 1910 hasta junio de 1923. Fueron publicados sin su consentimiento, al igual que toda su obra, por un amigo cercano que tenía la orden de quemar los escritos. Gracias, Max Brod.
Pero dicha entrada en los diarios de Kafka son, para el escritor mexicano Daniel Saldaña, docente del taller virtual sobre diarios personales que ofrece el Hay Festival, la muestra perfecta de lo que significa un diario: “En el diario todos los acontecimientos, tanto los nimios como los históricos, las cosas pequeñas y las grandes conviven de una manera muy natural porque así conviven en el presente. Esa entrada en el diario de Kafka es una metáfora perfecta de cómo opera el diario, que termina subsumiendo todos los órdenes dentro de una continuidad”. En la época del boom de la autoficción, volver la vista a los diarios, una sustanciosa rama dentro del género autobiográfico, es volver a un relato tal vez más espontáneo. Tal vez.
Hay muchas formas de realizar el relato de la propia vida. El crítico, docente y estudioso de la literatura autobiográfica José Romera Castillo ubica, según sus peculiaridades, las técnicas literarias empleadas y los objetivos del escritor, las autobiografías, las memorias, los relatos autobiográficos de ficción, los epistolarios, los autorretratos y los diarios. Pero los diarios íntimos tienen un sabor especial. El escritor Elías Canetti, quien, al morir en 1994, autorizó que sus diarios se publiquen 30 años después, dijo en su obra La conciencia de las palabras que su razón para llevar un diario es tranquilizarse, porque, además, “hay cosas que no se pueden contar a nadie, ni siquiera a los más íntimos”.
Una breve historia de la intimidad
Aunque podemos encontrar ejemplos de registros de la cotidianidad desde la antigua Grecia, la escritura del diario íntimo adquiere no solo fama, sino valor literario cuando apareció el interés por el valor del individuo y por el documento biográfico. Así lo define el estudioso alemán Hans Rudolf Picard: “El diario se presenta como un documento que describe la relación yo-mundo, por lo que sirve en su empleo literario como documento sobre el modo como un individuo percibe el mundo y se percibe a sí mismo en el mundo. El interés del siglo XIX por lo antropológico encontró en el auténtico diario el objeto exacto que correspondía a lo que él buscaba”.
Y, como testimonio de una época, Daniel Saldaña añade que, hasta inicios del siglo XX, se puede encontrar diferencias marcadas entre diarios escritos por mujeres y diarios escritos por hombres, aunque este asunto merece un estudio un poco más profundo. “Había algunos matices, sobre todo por el lugar que ocupaban la mujer y el hombre en el siglo XIX. Digamos que los diarios de escritoras necesariamente pertenecían como a un dominio más doméstico y los de los hombres tenían una dimensión más pública. Hay más diarios de hombres que no son necesariamente de escritores sino de políticos, lo que no hay tanto entre las mujeres. Creo que llegando al siglo XX se empieza a equilibrar la cosa”, refiere.
Sin embargo, acercándonos a los diarios de personajes emblemáticos como Susan Sontag, vemos lo desafiante que fue el siglo XX para que una mujer asuma una posición pública, así sea intelectualmente. Se lee en ellos: “Renuncié, en primer lugar, a mi sexualidad. Renuncié a mi capacidad de comprenderme a mí misma como una persona ‘común’ (...). Renuncié a la confianza en mí misma, a mi autoestima en las relaciones personales —sobre todo con los hombres—. Renuncié a sentirme cómoda en mi cuerpo”.
Polémicas post mortem
La publicación de un diario no suele estar libre de polémicas, tanto por lo que dice como por lo que la persona encargada de su edición permite que salga a la luz. Es famoso el caso de los diarios de Sylvia Plath, editados —¿censurados?— en su primera publicación por su esposo, Ted Hughes. Pero hay casos más polémicos, como los de Bioy Casares, que recogían su relación con Jorge Luis Borges y que vieron la luz brevemente, pues María Kodama, albacea de la obra de Borges, ordenó su retiro inmediato de las librerías.
“El diario es un género muy sujeto a la suerte editorial, a lo que suceda con los manuscritos. Muchas veces los diarios no están pensados para publicarse, o incluso el autor o la autora dejan indicado que no , sin embargo, terminan publicándose.
Lo importante al momento de publicar un diario es que la edición sea ética y respete las palabras del autor”, sostiene Daniel Saldaña. Es cierto que algunos diarios son intervenidos para salvaguardar a las personas involucradas que puedan seguir vivas. Otro es el caso en el que se añade correspondencias o notas sueltas. Y hay casos excepcionales como el del escritor Ricardo Piglia que llegó a escribir 327 cuadernos que finalmente se tradujeron en una edición de tres tomos. Sin embargo, siempre queda la duda de la intención de quien escribe el diario. Alejandra Pizarnik ( 1936 - 1972 ), por ejemplo, empezó a escribir diarios a los 16 años con un tono completamente distinto al que le imprimiera a los textos en los que registraba su cotidianidad durante su adultez. Incluso al morir no quedó claro si autorizó o no la publicación de estos.
Escribía Pizarnik en 1959: “¿Por qué soy tan falsa, aún en la soledad, aún a mí misma?” Saldaña afirma que, por más que sea un diario, no podemos confiar en la espontaneidad de su escritura, pues es difícil saber la intención con la que el autor o autora escribió dichas líneas, y si estaba tratando de construir un personaje o no. Sea como fuere, un diario tiene el sesgo de los anteojos con los que sus autores ven no solo la realidad, sino también el reflejo de sí mismos.