Las preguntas nos acompañan como gritos silenciosos. ¿Qué nos pasó hace más de 30 años? ¿Quiénes fueron los culpables? ¿Quiénes somos nosotros ahora? Escuchamos solo el silencio de los cerros, de los campos andinos, que fueron testigos de aquellos días. Las escenas del documental La búsqueda conmueven. Vemos a tres personajes que rastrean los caminos, las piedras, las riberas de los ríos, buscando pistas de los seres que perdieron —y de lo que perdimos todos— en aquel tiempo.
¿De qué manera en La búsqueda está presente la memoria de los pueblos del Perú?, les preguntamos a los directores Daniel Lagares y Mariano Agudo. “Creo que esa pregunta se responde al inicio de la película”, dicen. “La primera secuencia recoge momentos del carnaval ayacuchano en Acho, donde una de las comparsas representa la violencia que aconteció en su pueblo. Nos centramos en ella porque nos interesaba, pero también se representaron otros acontecimientos que han dejado huella en los pueblos, como la llegada de los españoles”.
Entonces, agregamos, la historia del documental puede ser la del Perú, pero también la de otros pueblos que han vivido procesos de violencia. “Sí —responden—, las heridas que dejan estos episodios son universales. Por eso, agradecemos a quienes tuvieron la valentía de contar sus historias frente a la cámara”.
—Hablar sin máscaras—
“El documental no busca culpables; aborda las consecuencias del terror vivido”, declaran los directores. La idea es dar voz a quienes padecieron estos hechos. “Recuerdo nítidamente la noche en que una persona nos dijo que era el momento de hablar sin máscaras. Ese fue el punto de partida de la película; con esa idea empezamos nuestra propia búsqueda, hasta que llegamos a José Carlos Agüero, a Lurgio Gavilán, a la señora Dolores. Cuando los escuchamos, supimos, de inmediato, que teníamos el documental”, explican.
José Carlos Agüero nació en Lima, en 1975. Ha publicado cuatro libros, entre narrativa y poesía. Con Persona (2017) obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Es, además, historiador. Tiene la mirada atenta e interrogante. Sus padres fueron senderistas. Su padre murió en El Frontón y su madre en el penal de Chorrillos. “Una parte importante de mi vida, al igual que mi trabajo, la dedico a escuchar y conversar con gente que ha sufrido o hecho sufrir. Y no hago de esto una performance, ni creo que sea un mérito, simplemente es”, dice. Y sobre La búsqueda, añade: “Creo que es, sobre todo, una búsqueda de significados. ¿Qué valor tiene la vida de unas cuantas gentes hechas polvo, en el territorio y el recuerdo? Cada quien va en busca, no tanto de marcas físicas, sino de una pista de eso que hace de un muerto todos los muertos”.
Para Agüero el perdón requiere verdad, autoconsciencia y entrega. Dice que escribe para que “el proceso de violencia no decaiga en el discurso oficial o en narrativas moralizantes. La escritura puede poner las cosas otra vez en su complejidad y ayudarnos a pensar, y no solo a evadir”.
—Retorno al origen—
“He regresado después de 30 años para reconocer a mis muertos, así quizá pueda dormir tranquila”, afirma Dolores Guzmán. Como fondo se oye el charango de Chano Díaz. Ella, sobreviviente de la matanza de Chungui, ocurrida en Ayacucho en 1984, vuelve al origen de todo. “¿Dónde están Teodoro, Toribia, Paulina?”, se pregunta. La voz de una anciana anuncia: “Taita Pedro nomás queda”. “Hasta ahorita no pensamos bien las cosas”, dice otra mujer, mientras reconoce la ropa que vestían sus familiares: “Él es mi primo Sebastián Calderón; ahí está su correa…, en su hebillita tenía la inicial de su apellido”.
El tercer protagonista es Lurgio Gavilán. Fue senderista, soldado, sacerdote y ahora es antropólogo y profesor. En lo alto de un cerro, recuerda a su hermano: “Aquí murió en 1983, le volaron la cabeza. No podía ni llorar, me quedé solo en el mundo, tenía 12 años de edad”.
En el horizonte aparecen otra vez los cerros, a lo lejos se escucha el río. La búsqueda deja muchas más preguntas para las que no hay respuestas.