No es ocioso preguntarse si, al hablar de seguridad ciudadana, el uso de cámaras de monitoreo supone un elemento disuasivo para el delincuente. No hay pruebas concretas que señalen que el delito disminuye gracias a estos vigilantes omnipresentes. Lo que sí es cierto es que el aumento en el uso de las cámaras ha ayudado a que los noticieros se vean inundados con imágenes de robos y crímenes. Televisar lo delictivo da rating y todos los noticieros pueden dar fe de ello.
Sin embargo, existen hechos que tienen características especiales y se convierten en todo un espectáculo mediático, como sucedió cuando se descubrieron los vladivideos, toda una videoteca del delito. Una nueva etapa de esta historia se vive en estos días: desde la difusión de una serie de audios que han revelado cómo operaba una red de corrupción al interior del Poder Judicial, hasta lo que hemos podido ver en estas dos últimas semanas con las audiencias judiciales televisadas por el hasta ahora casi desconocido canal Justicia TV.
—La puesta en escena—
La difusión de los vladivideos marcó un hito en la historia de la corrupción en el Perú. Nunca antes alguien se había grabado, en medio de toda una puesta en escena, cometiendo actos ilícitos con personas representativas de diversos círculos de poder. Vladimiro Montesinos dio pie a un nivel de espectacularización delictiva inédito.
De los videos se pasó a los audios. En 2008, los peruanos escuchamos al aprista Rómulo León y al empresario Alberto Quimper felicitarse por el ‘faenón’ realizado al ganar la licitación de lotes petroleros en beneficio de la empresa noruega Discover Petroleum. Más allá del escándalo generado alrededor de ambos personajes, no podríamos decir hoy que la difusión de la corrupción hizo que esta disminuyera o que se impartiera justicia.
Como señala la antropóloga Gisela Cánepa, en su texto “La corrupción como espectáculo: el show de los vladivideos”, estos “fueron difundidos en noticieros y reportajes periodísticos […] con claros ingredientes de drama, ficción y publicidad. El tratamiento ficcional de la información noticiosa apoya las lecturas de los vladivideos como infodramas, que refuerzan la experiencia del hecho de corrupción televisado, como un evento construido, casi ficticio, espectacular, que separa también al espectador del protagonista”.
En otras palabras, esto promueve una visión del mundo dividida entre corruptos y no corruptos (que la miran desde sus casas) y da la idea de la corrupción como un suceso encarnado en sujetos puntuales que pueden ser identificados y separados, y no como algo más profundo y constitutivo de nuestra sociedad. Según la investigadora, esta espectacularización crea solo “la ilusión de que abordamos de una manera significativa y crítica el problema”. Por ejemplo, ¿cuál ha sido el efecto de escuchar a un juez preguntando si un violador necesita que le rebajen o le anulen la pena establecida? Más allá de la indignación ciudadana —más visible en la era de las redes sociales— no existen todavía hechos concretos para una reforma del Poder Judicial.
—Un show de masas—
Finalmente, llegamos a la trasmisión de la audiencia en la que Keiko Fujimori recibió 36 meses de prisión preventiva. El canal Justicia TV, que no es comercial y se mantiene solo con donaciones, transmitió durante varios días las sesiones y llegó a los 12.000 usuarios en Facebook, y cadenas nacionales y extranjeras reprodujeron su señal. Así el fiscal José Domingo Pérez sustentó sus argumentos ya no solo ante la Sala Penal Nacional, sino ante todo el Perú (y el mundo). En este caso no se transmitía en vivo y en directo un acto de corrupción, sino una audiencia judicial. ¿Estábamos dándole un nuevo sentido a la espectacularización?
El periodista español José Antonio Sentís hizo un análisis al respecto. “El descubrimiento de un caso de corrupción angustia a la sociedad […] Si en lugar de un caso se descubren siete, la alerta se hace mayor, y la zozobra social también. Si son 700, el juicio se torna masivo, porque la sensación es que todos los personajes públicos roban [...] Pero sucede entonces un fenómeno curioso. La misma sociedad agobiada por el descubrimiento de los corruptos empieza a desear encontrar más. Los mismos que denuncian el estado de corrupción buscan todo tipo de datos para amplificarlo. La corrupción que fue sorpresa se torna en avidez para encontrarla. Pasa de ser una anomalía social a ser un espectáculo de masas”.
Un espectáculo en el que la justicia se vuelve también un entretenimiento. Esta historia continuará.