En su autobiografía publicada en 1927, Gandhi escribió: “El único medio para la realización de la verdad es la no violencia”. Eran días terribles. El imperialismo inglés había aplastado las protestas nacionalistas indias y todavía estaba vivo el recuerdo de la masacre de Amritsar, ocurrida ocho años antes, cuando cerca de 400 civiles sijes, hindúes y musulmanes fueron asesinados por un contingente militar que los cercó y ametralló en el templo de Jalianwala Bagh. Entonces, Gandhi, con un gran poder de persuasión, convenció a los indios a resistir sin violencia, con ayunos y marchas, así como un boicot a los productos británicos y la negativa a pagar el impuesto de la sal, con el que la autoridad colonial sometía a las mayorías indias.
Estas acciones lo llevaron varias veces a la cárcel y sus enemigos intentaron acabar con su vida hasta en cinco ocasiones. Nada, sin embargo, lo hizo abandonar la ahimsa, su prédica por la resistencia pacífica. Pero ¿cómo nació esta idea en Gandhi y qué puede significar en estos convulsionados días?
Ética para estos tiempos
Se sabe que el Mahatma tenía ya una predisposición por este concepto, pues desde niño aprendió de su madre, una practicante del jainismo, el respeto a todos los seres vivientes. Para Teresa Arrieta, filósofa de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, el primer componente de la ética de Gandhi es la búsqueda de la verdad. Después está la no violencia basada en el respeto profundo del otro. “Ligadas a estas dos ideas, aparece la satyagraha, que es la fuerza de la verdad, un concepto interesantísimo —afirma— porque quiere decir que cuando, realmente, uno tiene la verdad tiene una especie de fuerza interior”.
Sin embargo, como alerta Arrieta, el problema actual es que existen varias ideas de verdad. “Están —explica— la verdad aristotélica, por correspondencia; la verdad lógica, por coherencia; la verdad platónica, en la que hay un arquetipo, entonces todo lo que se acerca a ese modelo es tomado como cierto. Sin embargo, hay otro tipo de verdad: la que nace no de una cuestión intelectual sino de una vivencia, y me temo que esa es la verdad que está predominando en el Perú hoy”.
“Y digo me temo —agrega— porque si los sentimientos fuesen puros como los que buscaba Gandhi, podrían llevarnos a la verdad. En nuestra realidad actual, empero, los sentimientos están contagiados de cólera, racismo, desprecio y rencor. ¿Qué clase de verdad están sintiendo hoy los peruanos?”, se pregunta.
En opinión de Dante Dávila, profesor de Filosofía de San Marcos y la Católica, lo interesante de Gandhi es que descubre que la violencia solo puede ser combatida por su contrario. “La no violencia —explica— tiene un carácter activo y una fuerza mucho más movilizadora que la propia violencia. No es lo que en la tradición moderna y occidental se conoce como desobediencia civil o derecho a la resistencia, sino que tiene un contenido mucho más práctico y espiritual. El Mahatma demostró que responder a la violencia con más violencia solo nos lleva a un espiral sin salida”.
Dávila también destaca la dimensión creativa del pensamiento de Gandhi, quien modeló su praxis a partir de conceptos hinduistas junto con lecturas de Tolstói y Thoreau sobre la resistencia civil. “La no violencia, finalmente, crea un campo afectivo distinto. Quizás debamos pensar construir, a partir de ahí, una política distinta para el presente y el futuro”, dice el filósofo.
“Quizás necesitamos un Gandhi en estos días”, expresa Arrieta. Si bien es imposible replicar a un personaje único, si podemos reflexionar sobre su influencia mundial: la no violencia. Murió víctima del fanatismo integrista la tarde del 30 de enero de 1948, cuando se dirigía a rezar. Tres disparos acabaron con su frágil humanidad, pero no con su legado.
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