Desaparecido nuestro poder naval después de la epopeya de Miguel Grau y su gallarda dotación en Angamos; derrotados nuestros ejércitos en el sur pese al heroísmo espartano de Francisco Bolognesi y sus hombres; frustradas en octubre de 1880 las conferencias de paz que propició la diplomacia norteamericana a bordo de la corbeta “Lackawana”, al ancla en la bahía de Arica, ya nadie dudaba en Lima que las tropas chilenas atacarían nuestra capital como lógico epílogo de la desigual contienda.
El Jefe Supremo, Nicolás de Piérola, mediante decreto del 17 de junio de 1880 ordenó el alistamiento en masa de los hombres de Lima entre los 16 y los 60 años. A partir del 19 de junio todas las actividades se suspendieron a las 3:00 de la tarde para que los reservistas pudieran recibir instrucción militar. El teniente de navío francés M. Le León, escribió: “Piérola, desplegando una gran actividad, había logrado reunir numerosas tropas que había podido vestir, armar y organizar en gran parte”.
El bloqueo y la respuesta peruana
Desde abril de 1880 la escuadra chilena bloqueaba el Callao y en esa tarea perdió dos buques, el “Loa” y la “Covadonga”, por acción de torpedos peruanos. En Santiago de Chile, políticos, la prensa y la opinión pública en general, pedían la captura de Lima “cueste lo que cueste”. En esas circunstancias, tensas, dramáticas, llegó a nuestro primer puerto el vapor “Ilo”, para que desembarcara el Encargado de Negocios de España en el Perú, Enrique Vallés y Soler de Aragonés. Era el 22 de agosto de 1880. Los bloqueadores, que también negociaban relaciones diplomáticas con España, no pusieron trabas al diplomático.
Ocho días después de su llegada, el 30, Vallés, quien tenía una importante hoja de servicios cumplidos en diversas Cortes de Europa, presentó a Pedro José Calderón, secretario de Relaciones Exteriores, una carta-credencial suscrita por el ministro de Estado de España, José Elduayen Gorriti, que lo acreditaba como Encargado de Negocios y Cónsul General en Lima de dicho reino.
A mediados de noviembre la exaltación patriótica del Ejército de Reserva era muy grande y antes de Navidad tanto el Ejército de Línea como los reservistas ocuparon posiciones de combate, estos últimos en los reductos. Vallés refiere que el 1° de enero de 1881 el cuerpo diplomático existente en Lima fue convocado a una reunión de emergencia en la casa del Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos, Isaac P. Christiancy, quien, sin citar la fuente, informó que sabía muy detalladamente que el general en jefe del ejército invasor, Manuel Baquedano, había ofrecido alicientes económicos, incluso tal vez el saqueo, a sus jefes, oficiales y soldados si Lima era tomada al asalto. También se trató si era pertinente que los diplomáticos plantearan un acuerdo a Baquedano en defensa de las vidas y propiedades de sus connacionales en ese momento o era más oportuno esperar el resultado de la inminente batalla. Finalmente se adoptó este último temperamento.
El incendio de Chorrillos
El 14 de enero de 1881 Vallés informó a su Cancillería sobre la batalla de San Juan. En ese documento condena con duras palabras el accionar de nuestro ejército, remarcando que buen número de batallones contramarcharon sin intentar combatir. Alaba sin reservas a los hombres que a costa de grandes bajas defendieron Chorrillos y el Morro Solar. Añade que la victoria chilena fue “desgraciadamente mancillada por el incendio de Chorrillos a las cinco de la tarde, tres horas después que hubo cesado toda resistencia”. Soldados chilenos, ebrios y enloquecidos, saquearon e incendiaron “ese ameno sitio de baños tan querido por los limeños perdiéndose magníficas casas y lujosos muebles”. Vallés critica la actitud de Baquedano que contempló toda la noche esas llamas con la mayor sangre fría “puesto que no envió inmediatamente algunos batallones que hubieran fácilmente detenido este atroz atentado y no ha castigado después a los jefes y oficiales que lo autorizaron”.
Respecto a la batalla de Miraflores, Vallés encomia el valor del Ejército de Reserva, “hombres de la clase media y de la más encumbrada que habían abandonado sus casas, sus familias y sus ocupaciones para oponer sus pechos entre las bayonetas chilenas y el recinto para ellos sagrado de Lima”. El diplomático español cree que Baquedano temía más la línea defensiva de Miraflores que la de Chorrillos. Como sabemos, la salvación de Lima fue negociada con Baquedano por los representantes diplomáticos de Francia, Inglaterra e Italia y los correspondientes almirantes, jefes de sus estaciones navales en el Pacífico.
Posteriormente Enrique Vallés tuvo una actuación discreta y cordial con el gobierno de Magdalena presidido por Francisco García Calderón, de corta existencia. Vallés falleció en Santiago de Chile el 21 de noviembre de 1889. A las investigaciones históricas de Alberto Wagner de Reina debemos el esclarecimiento de la importante actuación de la diplomacia en ese momento tan angustiosamente difícil para nuestra capital y su población.
Nicolás de Piérola ha sido acremente censurado por el resultado de las batallas de San Juan y Miraflores. Sobre el particular, Jorge Basadre se pregunta: “¿Hubieran encontrado los chilenos en Lima resistencia seria si Piérola no hubiera sido dictador?. Con ingentes sacrificios adquirió armas en Europa y Estados Unidos, consiguió hacerlas pasar por el istmo de Panamá vigilado por agentes chilenos, substraerlas a la persecución de la escuadra invasora y hacerlas llegar al punto de su destino”. La polémica sobre estas acciones de armas sigue aún vigente. El 13 y 15 de este mes se ha conmemorado un aniversario más de esas batallas en que miles de peruanos se inmolaron gallardamente en defensa del honor nacional.
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