El silencio es una asolación. Pero solo cuando nos conduce a ese callejón oscuro que a veces elegimos como guarida, bajo la coartada de que no tenemos nada que decir, ni a nadie en especial. Y cerramos las compuertas del lenguaje verbal y corporal, emitiendo ruidos y gestos que no nos comprometen, ni permiten comunicarnos abierta y sinceramente con los otros. Porque, además del lenguaje verbal o escrito, el cuerpo habla. Visto así, levantar la mano y agitarla en el aire para saludar o despedirse, o esbozar una sonrisa, aunque esté enmascarada en estos tiempos inciertos, también forman parte de este complejo abecedario. Sin embargo, hay silencios creativos. Y es importante saber guardarlos.
El escritor estadounidense Paul Goodman nació en Nueva York en setiembre de 1911. Se comprometía a fondo con todo lo que escribía y se refirieron a él alguna vez como “el hombre más influyente del que has escuchado hablar”. En su célebre y último libro publicado en vida, “Speaking and Language. Defense of Poetry”, se refiere a las diferentes formas de silencio que existen.
El autor sostiene que tanto hablar como no hablar son dos formas humanas de estar en el mundo. “Existe el silencio tonto de la apatía; el silencio sobrio acompañado de una cara de animal solemne; el silencio fértil de estar atento y consciente, pastoreando el alma, que es cuando surgen nuevos pensamientos; el silencio vivo de la percepción alerta, listo para decir... el musical, que acompaña a una actividad absorbente; el de escuchar otro discurso, y el silencio del acuerdo pacífico con otras personas o la comunión con el cosmos”. Habría que preguntarse qué tipos de silencio son los que nos habitan.
Contra toda autoridad
Poeta, escritor, dramaturgo y activista, participó en los años cincuenta en colaboración con Frederick y Laura Perls en el desarrollo de la terapia Gestalt, sobre la que escribió un libro y “la puso en palabras”: “Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento de la personalidad humana”. En los años 60, en su brillante trilogía de ensayos que comprenden “La comunidad de los estudiantes”, “Problemas de la juventud en la sociedad organizada” (“Growing Up Absurd”) y “La deseducación obligatoria”, Goodman desafía y cuestiona la estructura de la educación de los jóvenes, y les sacó canas verdes a los integrantes del statu quo magisterial de ese entonces incendiando la pradera. El autor señalaba: “¿Merece la pena el laborioso esfuerzo de años de asistencia a una escuela sin valor intrínseco y plenamente descorazonadora?”.
En el caso del segundo libro de la trilogía, 19 editoriales lo rechazaron, hasta que cayó en manos del editor de la revista “Commentary”, que apostó por él. Esto le permitió relanzar su revista y convencer a Random House que reconsiderara su publicación. Salió a la luz en 1960 y se convirtió en un ‘best-seller’. Vendió 100 mil copias en los primeros tres años y fue traducido a cinco idiomas, incluyendo el español. Más adelante, en los años 70, se vendieron más de medio millón de copias, y resultó particularmente exitoso en los campus universitarios. Habría que recomendarle su lectura al Sr. César Acuña.
No obstante, su fama decayó en algún momento, ya que, entre otras tantas vicisitudes, sus críticos le reprocharon la exclusión de las mujeres en su análisis, y algunos desafortunados comentarios sobre ellas de sesgo patriarcal y machista. Lo que comprueba una vez más que la inteligencia e incluso la sensibilidad no necesariamente destierran el sexismo y la discriminación de género. Este rasgo de Goodman, naturalmente, no me hace feliz. Pero me quedo con su talento. El libro, con actualizaciones pertinentes, fue reeditado por New York Reviewed Books en el 2012.
-Goodman pretendía que “Growing Up Absurd” influyera de forma práctica y beneficiosa sobre la escuela y la sociedad.
-Además, planteó educar a los jóvenes, en vez de mutilarlos para que sean útiles a otros en las funciones sociales.
Los que lo amaron
A pesar de sus detractores, la trayectoria de Woodman estuvo cargada de elogios superlativos durante toda su vida. Luego de su muerte, la escritora Susan Sontag publicó un laudatorio comentario que decía: “No ha habido una voz tan convincente, genuina y singular en nuestro idioma desde D.H. Lawrence”.
Woodman, quien se declaró abiertamente bisexual, era anarquista, pacifista radical, y fue un referente importante en la contracultura de los años sesenta. Se casó dos veces y tuvo dos hijos, Susan y Mathew. A pesar de la vastedad de su obra y la diversidad de los temas abordados, solía declarar que su único tema literario era la comunidad. Falleció de un ataque cardíaco en agosto de 1972, en New Hampshire, a punto de cumplir 61 años. Sus seguidores aseguran que sus libros les cambiaron la vida.
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